Introducción
Este
trabajo tiene su origen en los cursos de Política Educacional
y Educación Comparada dictados en la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires, durante 1968 y
1969. Un deber de ética intelectual, que sería
inadmisible soslayar, y un sentimiento que une la gratitud
con el respeto académico me imponen declarar que en
esa labor ha colaborado permanentemente la profesora Beatriz
Giani*, adjunta de la cátedra. Las
ideas que siguen son, pues, el resultado de un esfuerzo de
pensamiento conjunto. En particular, debo reconocer los aportes
que la versación histórica y política
de la profesora Giani le ha permitido ofrecer en abundancia
para mejor ilustración de los temas considerados. Las
dos obras citadas aquí de origen francés –el
notable volumen Les instituteurs y el artículo de Gastón
Bonheu– son apenas un par de ejemplos de esa colaboración
constante. En la tarea docente propiamente dicha, la profesora
Giani tuvo a su cargo el desarrollo de la parte comparada
del curso y analizó, en consecuencia, la situación
de algunos países europeos –Francia, Rusia, Italia,
Gran Bretaña– y de Estados Unidos durante cada
uno de los períodos considerados.
L.
J. Z.
Prólogo
a la segunda edición
En
esta segunda edición no introduce modificaciones o
añadidos de ningún tipo. Varios motivos explican
esa circunstancia, y aclararlos es la única razón
que me ha llevado a escribir este prólogo.
En
primer término, el contenido de la obra es esencialmente
conceptual y sistemático, es decir, no incluye ninguno
de los temas de la política educativa sujetos a cambios
y evolución constantes, que son los que imponen a las
cátedras superiores de la materia un esfuerzo ininterrumpido
para mantener al día los programas respectivos.
Por
otra parte, ese carácter es, creo, una de las virtudes
de la obra en cuanto se ocupa, precisamente, de la vertiente
menos tratada en los estudios superiores de política
educativa. En efecto: la otra vertiente, o sea la referida
a estructuras de los sistemas educativos, órganos de
gobierno, estadísticas, problemas político-sociales
y legislación propiamente dicha, es la que en la mayoría
de las cátedras y planes y programas ocupa casi todo
el tiempo y el espacio disponibles. La sistematización
conceptual de la materia, en cambio, no ha atraído
hasta hoy a los tratadistas ni a los escasos estudiosos de
la política educacional a nivel superior, salvo pocas
y muy honrosas excepciones.
En
consecuencia, este volumen ha llenado una necesidad, aunque,
por supuesto, sólo en forma parcial, pues apenas si
considera un aspecto de la amplia y casi inexplorada veta
de la política educativa como teoría pura.
Sospecho,
también, que la misma razón ha determinado el
uso regular de esta modesta obrita en los cursos de nivel
terciario y universitario.
Otro
motivo que me ha llevado a no introducir retoque alguno es,
contrariamente a lo que podría suponerse, la insatisfacción
lógica que todo autor siente ante el fruto de su obra
después de un lapso prolongado. O sea: no es porque
crea haber logrado un texto acabado, tanto desde el punto
de vista conceptual como estilístico, que decido no
modificarlo, sino al revés.
Me
gustaría modificar mucho en ambos sentidos, aunque
desde el primer punto de vista sólo para sobreabundar
en argumentaciones, pues la tesis central de la obra no ha
hecho sino reforzarse en mi constantemente y cada año
ha encontrado más y más textos, datos y elementos
de juicio que la apoyan. Por eso mismo, si comenzara a introducir
nuevos aportes, y si me dejara llevar por un afán perfeccionista
desde el punto de vista del estilo –que año tras
año busco hacer más sobrio y menos retórico,
aunque ¡ay!, con mucho menos éxito del deseado,
pruebas al canto– emprendería al fin una labor
de reformulación tan vasta que equivaldría a
escribir otro texto. Y ello carecería de sentido.
Finalmente:
donde más se sentirá, sin duda, la falta de
un agregado o actualización es en el capítulo
final. Porque allí donde hablo del papel de los medios
de comunicación masivos en la sociedad actual, bien
se ve que desde la redacción inicial a hoy las previsiones
y los pronósticos no han hecho sino cumplirse y podría
decirse, agravarse.
Por
circunstancias personales, a partir de 1977 he tenido oportunidad
de adentrarme a fondo en la significación de la cibernética
en el campo de las comunicaciones. Ello ha determinado que
mi posición enunciada cuando comenzaba la década
del 70 se confirme hoy, ya entrada la del 80, en forma rotunda.
Si alguien podía dudar de su acierto entonces, ya no
lo puede hacer hoy, y permítaseme la inmodestia de
afirmarlo así. Es lamentable, empero, que en la Argentina
siga habiendo tanta gente en el campo educativo y tanta gente
con responsabilidades de conducción política
que no entendían mis palabras del capítulo final
entonces y sigan sin entenderlas –es decir, sin ver
la realidad que tienen a su lado– ni siquiera hoy.
Para
decirlo en dos palabras: la cibernética está
ya entre nosotros. Cuando compramos un pasaje de avión
o de ferrocarril, o cuando reservamos alojamiento en un hotel
y cuando operamos en un banco o solicitamos datos para un
trámite jubilatorio, las terminales y las computadoras
forman parte de nuestra existencia.
El
videocassette está ya en nuestros hogares, y los juegos
de ingenio con la pantalla hogareña son el antecedente
directo de programas de aprendizaje. El diario electrónico
existe ya en la realidad y no en mucho tiempo más esos
espantosos, incómodos y siempre desactualizados volúmenes
de las guías telefónicas serán reemplazados
por computadoras hogareñas. Si alguien sigue creyendo
que esto es fantasía será porque niega la realidad.
La
"reubicación de la escuela" es el "gran
problema de la política educativa de estos instantes".
O también: "Los medios de comunicación
de masas se convierten en el eje del proceso educativo y de
culturalización". Con estas expresiones se cierra
el capítulo final de este volumen. Ahora, para su segunda
edición, ¿es necesario todavía decir
algo más para probarlo? Quizá sólo esto:
el siglo XIX se planteó a sí mismo el gran desafío
de la alfabetización universal, porque la alfabetización
fue, en ese momento, la tecnología de las comunicaciones
que se hizo indispensable universalmente.
Hoy,
a fines del siglo XX, el desafío es la universalización
de la tecnología de las comunicaciones de este instante,
o sea el dominio universal del lenguaje de las computadoras
y de la cibernética. Y quien se alce contra esto en
nombre de no sé qué extraños humanismos
sólo logrará expandir el número de los
analfabetos del siglo XXI, pues quienes por entonces no dominen
ese lenguaje representarán el mismo triste papel de
quienes, en el XX, no sabían leer y escribir.
Dejo,
pues, al lector –sobre todo, y casi pidiéndoselo
por favor, a los más jóvenes– que actualicen
por sí mismos ese capítulo final. No tienen
sino que mirar a su alrededor. Personalmente, me basta advertir
que cuando comencé a esbozar la tesis de esta modesta
obrita –poco después de 1962– había
visto claro. En términos académicos nadie me
ha refutado. En términos de acción, nadie ha
dispuesto hacer nada concreto. Lo primero me halaga. Lo segundo,
duele.
*La
profesora Beatriz Giani falleció en el año 1978.
Valga la introducción que antecede, escrita para la
primera edición, como homenaje merecido a una personalidad
notable y a un intelecto de capacidad excepcional, al que
un destino adverso no permitió elaborar una obra escrita
como la que pudiera haber dado en otras circunstancias y que
desparramó en clases y cursos en desorden generoso.
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