La
paradoja de la política educativa contemporánea
Si
termináramos nuestro trabajo con el capítulo
anterior, habríamos cerrado un razonamiento completo
desde el punto de vista de su estructura lógica, pero
considerando las circunstancias históricas de la situación,
es decir, la realidad del momento actual en su integridad,
algo quedaría trunco. Habríamos expuesto una
hipótesis que alguien podría tachar, con justicia,
de incompleta y por lo tanto, en alguna medida, de falsa.
Sería haber enunciado parte de la verdad pero no toda
la verdad.
Nuestra
concepción de la crisis de transformación que
sufre hoy la política educativa y la institución
escolar, considerada en su más amplia extensión
de niveles, ciclos y modalidades, es –creemos, por supuesto–
cierta. Pero, si no se agregan otros fenómenos concurrentes,
puede derivarse, de ella, la conclusión de que la escuela,
o los sistemas educativos escolares, van perdiendo importancia,
que cada día disminuirá su papel en la sociedad
del futuro y que los problemas escolares serán cada
día menos graves. Esa deducción sería
absolutamente equivocada y demostraría que se han tomado
sólo unos datos en cambio de atenderse al conjunto
de elementos que deben considerarse, porque la situación,
en su dimensión total, es la siguiente: por un lado,
el eje del proceso educativo o de culturalización se
ha desplazado de la escuela hacia otros instrumentos o medios
de comunicación del pensamiento pero, 'simultáneamente',
se advierte el crecimiento (tan violento y rápido que
se ha llamado 'explosión') del sistema escolar en todos
sus niveles y modalidades y se prevé que ese crecimiento
no hará sino intensificarse en los próximos
lustros. Es lo que denominamos la 'paradoja de la política
educativa contemporánea': mientras las instituciones
escolares son definitivamente desplazadas en muchas de sus
tareas y se desvanece la esperanza en una escuela mesiánica,
redentora de la humanidad, enfrentamos el problema de la 'explosión
escolar', y los sistemas educativos escolares no hacen sino
crecer de manera impresionante. Cada vez es menor la importancia
que debemos asignar a la escuela para un considerable número
de funciones y de finalidades que se había supuesto
que ella debía cumplir y alcanzar, y al mismo tiempo
se advierte que cada vez es mayor el grado de escolarización
que deben alcanzar porcentajes cada vez mayores de los habitantes
de cada país. El sistema escolar se expande con rapidez,
de tal modo que excede todas las previsiones. No alcanzan
los recursos materiales, ni los humanos; los estudiantes se
amontonan en aulas insuficientes; no se dispone de los especialistas
indispensables en las universidades, ni la cantidad mínima
de profesores de enseñanza media que requieren las
sociedades en desarrollo. Aumentan incesantemente los niveles
mínimos de capacitación –formalizada o
no– que se exigen para oficios y profesiones, que anteriormente
se cumplían con muy bajos coeficientes en ese sentido.
Se ha dicho que 'el obrero del futuro será un universitario',
y se acepta la idea como un fenómeno bastante comprensible.
Ahora
bien: no hay contradicción entre una y otra cosa. La
contradicción es sólo aparente y desaparece
apenas se considera la situación con un mínimo
de profundidad y alejándonos de sus caracteres superficiales.
1.
El crecimiento escolar
No analizaremos ahora un tema que es suficientemente conocido
por todos aquellos que, en la actualidad, tienen un mínimo
de información acerca de los problemas educativos de
nuestro tiempo.* Sólo señalaremos
algunas causales de la tan mentada explosión escolar,
porque ellas demuestran que el fenómeno constituye
una realidad irreversible y que tiene sobrados fundamentos
en las circunstancias históricas contemporáneas.
Los
sistemas escolares de nuestro tiempo crecen, en primer término,
por lo que puede llamarse 'avance cultural generacional'.
La decisión de la política educativa del siglo
pasado, de obtener un mínimo de escolaridad para toda
la población provocó un fenómeno que,
ahora, una vez ocurrido, nos resulta comprensible y lógico,
pero que no pudo preverse con anterioridad: el deseo, por
parte de quienes habían alcanzado ese mínimo,
de que sus hijos lograsen niveles mayores de escolaridad.
En
segundo lugar, se da otro fenómeno que sólo
a primera vista es también paradójico. Mientras
la cultura letrada, libresca –escolar, en fin–
retrocede para dar paso a formas de culturalización
de base oral y visual, por obra de los nuevos medios de comunicación
del pensamiento, aquella cultura letrada progresa notablemente
en cantidad, porque los conocimientos científicos y
tecnológicos que debe dominar hoy cada miembro de la
sociedad son –comparativamente con los que necesitaba
el individuo que antaño ocupase el mismo lugar relativo
en la sociedad– mayores y más complejos. Lo que
tiene hoy que saber, en una palabra, cualquier profesional
de nivel medio o universitario, es mucho más que antes.
Esto exige a su vez una intensificación en cantidad
y en calidad de 'cultura letrada', en el sentido tradicional
de formación humanista, por ejemplo, o de formación
científica de base: matemática, física,
química, etcétera. Estas nuevas necesidades
de cultura letrada –científica, humanística,
tecnológica, etcétera– no pueden ser satisfechas
sino por medio de sistemas escolares, cualesquiera sean sus
modalidades didácticas u organizativas.
En
tercer término, el sistema escolar crece porque el
desarrollo económico, además de exigir ese crecimiento,
como acabamos de ver, lo permite, ya que al aumentar los índices
de productividad otorga los márgenes de recursos necesarios
como para que las generaciones jóvenes puedan dedicarse
tiempo al estudio sistemático y las generaciones mayores
puedan sostenerlas entretanto.
En
síntesis, se multiplican en cantidad y en calidad institutos,
alumnos, edificios, organismos de conducción y supervisión
y los recursos económicos puestos a su disposición,
'porque aumentan' –en calidad y en cantidad– 'los
contenidos culturales que deben, necesariamente, ser trasmitidos
escolarmente'.^
*La
bibliografía al respecto es, en todos los idiomas,
muy amplia. Pero si se quiere consultar un tomito breve y
a la vez profundo, que ha adquirido ya la categoría
de un 'clásico' sobre el tema, puede usarse La explosión
escolar, de Luis Cross, recientemente traducida al castellano
en la Biblioteca de Ciencias de la Educación de la
Editorial Estrada (Buenos Aires, 1969).
^Debe
señalarse que ese aumento constante de recursos económicos
y de elementos materiales y humanos que es indispensable destinar
a satisfacer los requerimientos de esta 'explosión
escolar' suele alcanzar extremos a veces insostenibles para
las finanzas nacionales, justamente porque no se ha comprendido
la economía que se podría hacer derivando a
los nuevos medios de comunicación algunas de las tareas
que se le encargan, por tradición, a la escuela. Todo
lo cual tiene que ver con el tema de la 'productividad' de
la educación' o del 'rendimiento' de los sistemas escolares,
que, con más detalle hemos analizado en el capítulo
'Necesidad de abaratar los costos', del volumen La escuela
y la sociedad en siglo xx (Editorial Estrada, Buenos Aires,
1970).
2.
La aparente paradoja
Los sistemas escolares crecen. La escuela ocupa cada día
un lugar más importante en el ámbito de la sociedad
de nuestros días y este proceso no hará sino
incrementarse en los años del porvenir. El siglo XIX
pretendió que la escuela elemental –cuatro o
cinco años– fuera un marco al que no escapara
ningún habitante de los países civilizados.
Estados Unidos ha llevado ya esa ambición a no menos
de doce años de escolaridad y prácticamente
la ha cumplido. La Unión Soviética no admite
menos de diez años de escolarización integral
y se admite que en la mayor parte de los países que
hayan entrado decididamente en la civilización industrial
antes de fin de siglo, la escuela media universal será
una realidad. La cantidad de personas que cursan ahora estudios
universitarios es extraordinariamente mayor que apenas después
de la Segunda Guerra Mundial y como si fuera poco todo eso,
se presenta el fenómeno novísimo de la educación
permanente, que amenaza con convertirnos a todos los hombres
en escolares –de una u otra forma, pero escolares al
fin– durante todos los años de nuestra existencia.
Y
sin embargo, el proceso de culturalización total del
ser humano, los fenómenos educativos en su sentido
integral, dependen cada vez menos de la escuela. La sociedad,
por medio de los fabulosos medios de comunicaciones de masas
que ha descubierto, ha recobrado su papel tradicionalmente
decisivo en ese sentido. Han caído las esperanzas de
hacer sociedades perfectas –o casi– por la obra
del alfabeto y del maestro de escuela. Ahora sabemos que esta
institución y este trabajador pueden colaborar en la
gran obra, pero nada más que colaborar.*
*Volvamos
a Condorcet, el autor del "Informe y proyecto de decreto
sobre la organización general de la instrucción
pública", presentado a la Asamblea Nacional de
Francia el 20 de abril de 1792. Dice de él Antonio
Ballesteros: "Dominado por los problemas políticos
que la realidad social de su tiempo plantea de manera angustiosa,
busca en la educación una solución, la solución
radical y definitiva, para el régimen hasta entonces
imperante en su país y para la instauración
sobre bases inconmovibles del nuevo Estado republicano que
la Revolución acaba de instaurar." "Para
Condorcet pues, esa 'solución radical y definitiva'
partía de la política educativa centrada en
la escuela, en las luces, en la ilustración. "Enemigo
por hondos motivos de humanidad continúa Ballesteros
–y por un criterio filosófico, de toda esclavitud,
incluso de la esclavitud respecto al poder público,
estima que no se logrará que el hombre, sobre todo
el de las clases populares, se 'liberte' de la influencia
de los demás hombres mientras no posea 'las luces'
suficientes para oponer a las opiniones ajenas otras propias
y unos juicios de los demás'... Y llega a la conclusión,
exagerada, pero expresiva de su fe en el poder de la educación
de que quien posea la instrucción que estima base de
toda cultura, estará libre de la dependencia aún
de los espíritus más altos. Quien sepa las cuatro
reglas no tendrá que depender para sus necesidades
sociales ni siquiera del mismo Newton." (Introducción
a la Antología de Condorcet, Editorial de la Revista
de Pedagogía, Madrid, 1932, pp. 12/14).
3.
Reubicación de la escuela: el gran problema de la política
educativa de estos instantes
Por lo tanto, lo que ahora urge es ubicar –reubicar–
con exactitud, el papel de la escuela y de las instituciones
escolásticas en general en el mundo contemporáneo
y del futuro inmediato. Pero no es misión de la didáctica,
ni de la Psicopedagogía, ni cuestión de técnicas
modernas de evaluación –que no importan mucho
si se las utiliza para evaluar objetivos que no son los que
deban fijarse a la escuela, por ejemplo– y ni siquiera
del planeamiento de la educación, que debe planificar
una tarea previamente fijada con claridad por los grupos que
poseen el poder de decisión con respecto a qué
es lo que se quiere obtener. Es una misión de la 'política
educativa', lo cual significa que es indispensable que exista,
primero, una política clara y definida en cada país
y, luego, 'políticos', en el alto y esforzado sentido
de la palabra. 'No es obra de pedagogos, sino de hombres de
gobierno' capaces de forjar la nueva concepción de
la política educativa, como cien años atrás
lo hicieron un Condorcet, un Ferry, un Cavour, un Lincoln,
un Avellaneda, un Mitre, un Sarmiento.
Epílogo
El
tema que nos interesaba plantear ha quedado totalmente desarrollado.
No corresponde a una obra de este tipo y mucho menos a una
primera presentación, esbozar ideas concretas en cuanto
a ese replanteo que proponemos. Porque primero será
necesario comprobar si se admite la hipótesis expuesta
o si merece refutaciones que demuestren su error o la superen
por otras. Sin embargo, sabemos –es una experiencia
invariable– que existe un alto número de lectores
que no se conforman con el autor que le brinda una teoría,
si no le ofrece, además, algún esbozo de solución
concreta. Es una especie de prueba, algo así como querer
averiguar si quien ha teorizado, es asimismo capaz de proponer
cosas reales dentro de su línea de pensamiento. Ya
hemos manifestado claramente nuestra opinión al respecto
–en el capítulo inicial de nuestra obra La
misión de la Pedagogía (Editorial Columba,
ya citada)– y ello nos eximiría de sentirnos
obligados a responder a esa curiosa costumbre. Pero nos tienta
la posibilidad de mostrar algo de lo que puede hacerse con
mucha facilidad en la realidad 'concreta' de la vida escolar
y que si no se hace, no es porque la teoría sea una
cosa y la realidad otra –como con insoportable error
lógico suele afirmarse, casi como si toda la matemática
no fuera una inmensa teoría sobre la que se sostienen
obras extraordinarias y bien reales– sino porque quienes
deben aceptar la verdad de las teorías y ponerlas en
práctica se resisten con uñas y dientes a hacerlo
y prefieren acusar a los 'teorizadores' de su alejamiento
de la realidad, cuando lo que sucede es que ellos son incapaces
de adecuarse a la realidad que la teoría –si
es exacta– descubre.
Y
pasemos a los ejemplos prometidos, ya en pleno tren de polémica.
En
primer lugar, toda política educativa de nuestro tiempo
debe abandonar, definitivamente, la grandilocuencia, que pudo
ser una nota de autenticidad en el siglo pasado, pero que
no es ahora más que ocultamiento de una gran vaciedad.
La escuela no es ya la redentora de la humanidad. Los maestros
no son los forjadores del porvenir de la patria, ni tienen
en sus manos el destino de la nacionalidad y de las jóvenes
generaciones, porque, mucho más que ellos, tienen en
sus manos esos destinos, quienes manejan los grandes medios
de comunicaciones de masas. Una agencia de publicidad es muchísimo
más importante para formar hábitos de austeridad
o de abundancia en cuanto al consumo de alcohol que todos
los maestros de la escuela primaria juntos. Una política
educativa sensata y 'honesta', que quiera colaborar en disminuir
hábitos alcohólicos en la población,
no tiene por qué ocuparse de la escuela, sino de los
modelos de conducta que ofrecen la cinematografía,
la televisión, las revistas y la publicidad en general.
O en todo caso, deberá ocuparse primero y fundamentalmente
de todo esto y después, como colaboración de
corte intelectual, racionalista, de lo que haga la escuela.
En la Argentina, por ejemplo, la política educativa
oficial –planes, programas, lecciones cotidianas escolares–
tiene como objetivo fomentar el ahorro como virtud. Se trata
nada más que de una política educativa formalista
e inauténtica que obliga a los maestros a la escuela
a perder inútilmente su tiempo, con el consiguiente
derroche de recursos económicos, porque, si de verdad
el Estado quisiera promover una pauta social de ahorro y de
restricción del consumo, debería dedicarse a
toda la problemática de la publicidad contemporánea,
que tiene un poder incomparable –es pasión, es
emoción, es atracción, es imagen– para
empujar a la juventud en particular y a todo el pueblo en
general a los máximos niveles de consumo que tolera
la situación económica. Pero la verdad es que
el Estado no quiere promover tal pauta de ahorro, sino la
de consumo. No es, pues, una política educativa sincera,
honesta. Digamos como ejemplo concreto de la 'teoría'
antes expuesta: la sociedad debe decidir si quiere promover
una pauta de conducta de consumo intenso o de ahorro. Luego,
la política educativa consiguiente, deberá ocuparse
de que los medios de comunicación de masas desplieguen
sus recursos para obtener el fin elegido. Pero la escuela
no debe ser mirada ya como el punto clave de la campaña.
Este tipo de casos puede multiplicarse hasta límites
inacabables. Las campañas de 'seguridad en el tránsito'
que se cumplen en las escuelas son apenas entretenimientos
para que el Estado oculte su manifiesta incapacidad para conseguir
una verdadera educación vial popular. Mientras cualquier
producto –si dispone de los medios económicos
necesarios– puede lograr ser conocido y que sus virtudes,
presuntas o reales, sean difundidas en toda la población
de un país en pocos días, para difundir cierto
tipo de normas de conducta en el tránsito se sigue
recurriendo a las escuelas, cuando la verdadera educación
vial se obtiene en la 'realidad' del tránsito cotidiano.
Una política educativa que quiera hacer de los miembros
de la sociedad ciudadanos respetuosos de los derechos ajenos,
cumplidores de las reglamentaciones y celosos custodios de
sus propios derechos, debe usar necesariamente la televisión,
el cinematógrafo y las revistas. La escuela media,
en este caso, puede exigir a los adolescentes el conocimiento
racional y acabado de las normas jurídicas que regulan
el tránsito automotor, las penalidades consiguientes,
la responsabilidad civil de los conductores, el estudio y
análisis del Código de Tránsito, etcétera.
Pero mientras aquellos medios imponen como modelo de conducta
a la juventud –modelo que se 'mete' por los ojos y todos
los sentidos– al conductor agresivo, despiadado, audaz,
veloz y vocinglero, en la escuela y en los libritos de lectura
se sigue perdiendo el tiempo en leccioncitas casi risibles
frente a la realidad que tiene el chico y el joven en la calle,
frente a sus ojos, desde la ventana del aula, promovida exitosamente
por aquellos otros métodos.
La
formación ciudadana en su más alto sentido,
la formación del sentimiento nacional, la formación
de una imagen geográfica y aún el conocimiento
propiamente dicho de la nación, de su territorio, de
sus características, es cuestión principal de
esos medios de comunicación de masas, no ya de la escuela.
Pero,
por favor, no se diga que lo que estamos sosteniendo es que
no tienen importancia estos objetivos de formación
cívica, patriótica y de normas de conducta social.
Precisamente porque entendemos que tienen una gran importancia
nos resulta inconcebible que para obtenerlos se sigan utilizando
recursos tan pobres cuando existen otros tan poderosos. Es
lo mismo que si se siguiera usando el arado de madera en cambio
del tractor, que si se dejara morir a un hombre por no usar
alguno de los nuevos recursos de la medicina de nuestros días.
No usar los medios de comunicaciones de masas para obtener
esos altos fines e insistir en hacerlo por la vía escolar
es como usar una carreta de bueyes para transportar un enfermo
gravísimo y dejar el avión supersónico
para un pasajero que quiere recrearse dando una vuelta para
contemplar el paisaje desde arriba...
La
política educativa contemporánea, al reubicar
a la escuela en su verdadera misión, debe comprender
que ella tiene hoy, en cambio, una tarea que antes no afrontaba:
lograr la mejor formación intelectual posible para
asumir una cabal responsabilidad frente al uso de los mass-media.
Capacitar para su uso. Hacer del hombre –mediante el
adecuado nivel de formación intelectual– un ser
capaz de reaccionar racionalmente y selectivamente frente
a la publicidad. Capacitar al hombre para manejar y recibir
la cultura de masas.
Si
a esto se añaden las exigencias formativas y generales,
profesionales que la escuela debe atender para responder a
las necesidades de la civilización industrial y tecnológica
de hoy y de mañana, se advierte con facilidad que esta
'reubicación' que pedimos no significa, por cierto,
proponer para la institución escolar una tarea más
sencilla y de menor jerarquía que la que le exigieron
cumplir hace cien años.
Apéndice
Invitado
por la Comisión Popular de Homenaje a la Escuela Normal
de Paraná, con motivo del centenario de su fundación,
preparé una exposición sobre un tema acerca
del cual hacía varios años tenía bosquejadas
algunas ideas. Se refería al libro Los estudiantes,
escrito por un desconocido, Federico Scanavecchia, seudónimo
detrás del que se ocultaba el más brillante
egresado de las aulas de aquel instituto y figura cumbre del
normalismo y la pedagogía argentinos: Víctor
Mercante. A medida que me adentraba en el desarrollo de ese
trabajo, pensado inicialmente para una breve disertación
oral, encontré elementos enriquecedores por doquier.
Al fin, comprendí que por encima de la pretensión
original, descubría una figura de relieves excepcionales.
Simultáneamente, estaba trabajando en la redacción
final del volumen sobre las etapas históricas de la
política educativa. Al concluir ambas tareas, observé
cómo una y otra se enlazaban con naturalidad, a pesar
de sus diferentes finalidades. Porque Víctor Mercante,
su obra y su vida no son, esencialmente, sino un ejemplo clarísimo
de las teorías explicadas en todo el primer capítulo
de esta obra, es decir, de aquella posición que hemos
sintetizado bajo la denominación de 'La escuela redentora'.
Mercante es, en efecto, un arquetipo de los normalistas argentinos
y del normalismo argentino. Como tal, un arquetipo de los
hombres y las posturas que hicieron de la obra escolar una
misión redentora. Doble ejemplo: por la tarea cumplida
por ellos mismos como maestros y por su propia superación
a través de la obra de la escuela. El hijo del inmigrante,
sin recursos, apenas dominando el idioma castellano, descendiente
de padres iletrados, se alza en pocos años a la cumbre
del saber y termina siendo el fundador de la primera facultad
universitaria de Ciencias de la Educación en América
latina, conocido y respetado por sus obras e investigaciones
en los más altos círculos especializados del
mundo. Se lanza a hacer lo mismo con los alumnos que la sociedad
pone en sus manos. Sufre por el alfabeto que su madre no conoció
y guía a sus hijos por la senda del estudio. Se nutre
en Buchner, positivista-empecinado: es un hijo de la ilustración.
Mercante, arquetipo, ejemplifica en un hombre de carne y hueso
las páginas anteriores. Creemos, por eso, que la inclusión
de este ensayo –modesto, y algo conmovido quizá–
puede cerrar con utilidad las ideas expuestas en los capítulos
precedentes.
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