La
democratización de la educación
Política
Social. Cambio y Desarrollo.
Centro Universitario de Política Social UNC.
Departamento de Publicaciones. Facultad de Arquitectura y
Urbanismo.
Univ. Nac. de Córdoba. Mayo 1973.
Introducción
En la última década ha surgido –con la
impetuosidad y rapidez característica con que irrumpen
actualmente en todo el mundo los nuevos temas de discusión
de carácter político-social– la cuestión
habitualmente denominada "la igualdad de oportunidades
en la educación" o la "democratización
de la educación". Es así que, de pronto,
y casi simultáneamente, comenzó a circular una
variada bibliografía en forma de libros, fascículos
y folletos alrededor de ese problema. Por supuesto, las grandes
conferencias internacionales se han ocupado preferentemente
del problema y las cátedras e instituciones superiores
de carácter pedagógico se lanzaron casi con
unanimidad a tratarlo. Por supuesto también, se mezclan
en tan abundante producción, dos órdenes principales
de ideas: a) las que consideran el tema a nivel estrictamente
universitario, o académico, con la finalidad esencial
de llegar a conclusiones válidas desde el punto de
vista científico o demostrables racionalmente, con
pretensión de aclarar las líneas conceptuales
principales y esbozar los marcos teóricos indispensables
para las vías ulteriores de investigación y
formulación de hipótesis; b) las que parten
de un supuesto de carácter ideológico o político
determinado y utilizan el tema como bandera de agitación
en pro de la obtención de sus metas inmediatas de acción
en esos terrenos, además de plantear los términos
de la cuestión con el solo objeto de demostrar la fuerza
y veracidad de aquellos supuestos iniciales. En uno y otro
caso, se mezclan elementos, juicios, hipótesis, conceptos
y líneas de razonamiento de valor muy diferente. No
todos los que siguen el primer orden de ideas llegan a conclusiones
acertadas y no todo lo que elaboran quienes trabajan en el
segundo es desdeñable. Esto es así porque la
naturaleza del tema lleva implícita una cierta confusión
entre ambas posiciones. Quienes intenten moverse exclusivamente
en la primera, por otra parte, no podrán eludir las
acusaciones de estar sirviendo a sus propios intereses o a
los de una clase social o a los del grupo de poder dominante
o en última instancia a los sectores políticos
o económicos que de alguna manera están sosteniendo
su labor. Ni podrán discutir la afirmación de
que "subconscientemente", al menos, están
respondiendo a una formación mental anterior de carácter
"elitista". Este tipo de acusaciones es imposible
de probar en cualquier caso, pero, desdichadamente, es igualmente
imposible de refutar y debe entonces dejarse de lado y admitir
su necesaria existencia como parte de las reglas de un juego
en el cual estamos todos metidos hoy en la sociedad contemporánea
al margen de nuestra decisión.
Finalmente
ha de aclararse que, en ambas líneas de acción
y particularmente en los foros internacionales o en organismos
oficiales, abundan quienes sin tener de verdad finalidades
en un sentido o en otro, encuentran en estos temas ocasión
ideal para estar "a la moda" en cuestiones pedagógicas
y sociales, alcanzar posiciones de algún interés,
asombrar un poco a los neófitos, explotar por un tiempo
la novedad, medrar con congresos, viajes, becas o cursos,
y, esnobistas al fin, aparentar apertura mental y disposición
al cambio y a la actualización.
Son los
riesgos que es necesario correr. Porque, sin embargo, el problema
existe, es importante, es casi decisivo para la elaboración
de una política educativa de nuestro tiempo, es motivador
y sugerente para reflexiones hondas y profundas, abre caminos
cuyos horizontes son todavía difíciles de entrever.
Está ahí, en una palabra. A través de
la hojarasca y el camuflaje procuraremos llegar a él.
1 –
El ideal de la igualdad de oportunidades fue una de las grandes
banderas del siglo XIX. La política educativa lo asumió
como uno de sus principios fundamentales. Entendió
que para hacerlo realidad era indispensable capacitar a todos
los habitantes en el manejo adecuado de un instrumento que,
dentro del esquema mental propio de ese siglo, resultaría
algo así como la llave maestra para las posibilidades
ilimitadas de los hombres en una sociedad donde la libertad
y los derechos individuales estuvieran garantizados. Ese instrumento
era el alfabeto. Por eso, la organización de los sistemas
de enseñanza primaria, obligatoria y gratuita fue el
punto de partida. Dando esa base a todos los habitantes –no
olvidemos que esta escuela recibió el nombre de escuela
común: la misma para todos– se les brindaría
la oportunidad de desplegar luego, en la libre competencia
social, el caudal entero de sus potencialidades. Era ésta
una posición coherente con las concepciones racionalista,
liberal y competitiva en lo intelectual, lo político
y lo económico respectivamente.
Actualmente,
ha surgido la convección de que ese ideal no puede
considerarse satisfecho por dos motivos esenciales: 1) la
oportunidad de la enseñanza elemental no ha podido
ser brindada efectivamente y por igual a todos los habitantes;
2) aún cuando esa oportunidad haya sido brindada a
la perfección e igualitariamente, se estaría
lejos de una verdadera igualdad de oportunidades por las siguientes
causas: 2.1.) no basta asegurar el acceso a la escolaridad
elemental sino garantizar el acceso y la terminación
de los niveles educativos de los niveles educativos más
altos posibles para cada persona (el límite debe estar
dado exclusivamente por la capacidad y por la voluntad de
cada uno); 2.2.) inclusive, garantizando a todos el acceso
a todos los niveles de la enseñanza, queda en pie una
desigualdad: la de las diferentes condiciones de carácter
"extra-escolar" que afectan a cada alumno e impiden
un aprovechamiento igualitario de las oportunidades educativas
que se le brinda.
Frente
a este último argumento, podría decirse que
es un problema que escapa a las responsabilidades del sistema
educativo. Justamente: como dentro del sistema el rendimiento
es diferenciado en gran medida por circunstancias familiares,
sociales o económicas que el sistema no toma en cuenta,
resulta un sistema injusto, clasista, no democrático.
Queda planteada pues la cuestión de la democratización
del sistema educativo que podría resumirse así:
Es necesario
encontrar los medios internos y externos (o factores endógenos
y exógenos) para que el sistema educativo garantice
a todos los habitantes una auténtica y total igualdad
de oportunidades, que permita superar las diferencias originadas
en condiciones familiares, sociales, económicas e intelectuales
disímiles.
De esta
manera, el sistema educativo dejará de funcionar como
agente colaborador de la estratificación social y se
convertirá en el más eficaz agente de movilidad
social.
2 –
A partir de aquí se abre un camino muy vasto para la
investigación fáctica, de bases estadísticas
y científicas, y para la especulación teórica.
En primer
término es indispensable partir de una pregunta clave:
la hipótesis planteada al terminar la primera parte,
¿es correcta? Es decir: ¿está bien planteada
o presenta defectos o vicios de construcción racional?
¿Sus elementos están adecuada y coherentemente
ensamblados? ¿No lleva contradicciones internas?
Entendemos
que esas preguntas pueden responderse negativamente. Pero,
en cambio, hay otro aspecto que la mayor parte de quienes
se ocupan de esa cuestión no han visto con claridad
(o, en ocasiones, prefieren no ver): el modo de funcionamiento
de los sistemas educativos, con respecto al problema de la
igualdad de oportunidades y la movilidad social, es profundamente
diferente de unos países a otros. En consecuencia,
nos encontramos en un terreno donde todas las analogías
y las generalizaciones son muy peligrosas y pueden llevar
a errores serios. Muchos aportes bibliográficos en
torno al tema provienen de países europeos caracterizados
por estratificaciones sociales rígidas y de tradición
secular. Allí, efectivamente, los sistemas educativos
suelen actuar como celosos custodios del "orden constituido"
y a veces actúan con criterios socialmente injustos.
Allá, la situación social ha sido el determinante
básico de la elección de carreras o de establecimientos
de enseñanza y la "escuela común"
nunca fue una realidad.
En algunos
países americanos, como la Argentina, por ejemplo,
la situación ha sido distinta. Entre nosotros, desde
fines del siglo pasado hasta mediados del actual, aproximadamente,
la "escuela común" (como sinónimo
de "escuela primaria") existió en los hechos
y no como simple denominación. Abundan los casos de
personas de humilde condición elevadas a las aulas
universitarias y de allí a altos destinos económicos,
sociales o políticos. Recuérdese, además,
los numerosos inmigrantes europeos cuyos descendientes saltaron,
en un total de tres generaciones de los más bajos a
los más altos escalones de las ubicaciones sociales,
que, de haber permanecido en sus países de origen,
jamás habrían logrado una evolución generacional
similar. Buena parte del mérito debe hallarse en el
sistema educativo brindado, verdadero trampolín, en
esos momentos, de movilidad social.
Igualar
entonces los problemas planteados en obras de origen europeo
a los de América o a los argentinos suele ser un error
conceptual y una injusticia.
No queremos
decir, sin embargo, que entre nosotros esos problemas no existan.
Simplemente, queremos decir que no son idénticos y
que es indispensable no dejarse llevar por fáciles
analogías.
También,
es necesario tener en cuenta que las organizaciones internacionales
del tipo de la UNESCO o de la OEA tienen la tendencia a simplificar
los problemas sociales, económicos y políticos
con el objeto de poder hacer fáciles generalizaciones
con las cuales poner en marcha y manejar complejas maquinarias
de acción que se verían destrozadas si se intentaran
análisis más finos y que atendieran las casi
infinitas diferencias locales. Sus técnicos, expertos
y funcionarios, aunque las adviertan, no pueden sino someterse
a ese esquematismo.
Por lo
tanto, toda bibliografía de ese origen ha de ser cuidadosamente
manejada. De preferencia, se deben utilizar de allí
los aportes estadísticos y los datos informativos objetivos,
dejando de lado, en la mayor pare de los casos, las afirmaciones
pretendidamente principistas o las de tipo conceptual, que
casi nunca pasan de ambiguas formulaciones aptas solamente
para un burocratismo de nivel internacional.
3 –
Aceptemos de todos modos –y con exclusivas finalidades
metodológicas– la exactitud del planteo formulado
al cabo de la primera parte de ese trabajo. Surge entonces
otro interrogante sobre el cual, creemos, pocos estudiosos
se detienen. ¿Caben, o son justas, las condenas tan
severas que suelen hacerse recaer sobre el sistema educativo
y sobre el personal docente? Entendamos el sentido de la pregunta.
No pretendemos decir que "no caben" o "no son
justas". Simplemente, deseamos esbozar la duda para,
en todo caso, formular dichas condenas con el máximo
rigor.
En este
punto, consecuentemente, nos enfrentamos a algunos de los
escollos más serios dentro del análisis de la
cuestión.
En primer término, debemos tener presente una realidad
que con pertinacia y obstinación suele negarse: la
escuela, las instituciones escolares, o el sistema educativo
en su conjunto, reflejan necesariamente los caracteres de
la sociedad de la cual dependen. Es, pues, un absurdo, diríamos
una contradicción "in términis", condenar
a un sistema escolar por asumir modalidades que necesariamente
debe poseer, porque de otra manera no existiría ni
sería lo que es.
Pedir
a un sistema educativo que se alce contra la sociedad que
lo ha creado representa una actitud errónea si se pide
ese alzamiento como una posición propia de los ámbitos
educativos formales y tomada por ellos mismos al margen del
resto de la sociedad. Nunca el sistema educativo formal puede
actuar con semejante independencia porque él es consecuencia
y criatura de la sociedad. Responde necesariamente, por lo
tanto, a sus pautas, criterios, creencias y sistemas de valores.
Ahora bien, si el conjunto de la sociedad o una porción
considerable de ella se encuentra comprometida en un proceso
de cambio, el sistema educativo formal puede participar de
dicho proceso, acompañarlo, seguirlo, complementarlo.
Más su papel –mal que le pese a muchos espíritus
bien intencionados– jamás será protagónico
dentro del proceso.
Pero,
además, puede –debe– ensayarse otra defensa
de los sistemas educativos y de sus miembros integrantes:
no pueden ellos por sí mismos superar un estado de
cosas que los supera notoriamente y del cual no son responsables
(es decir, en cuanto miembros de ese sistema educativo y no
en cuanto miembros del cuerpo social).
Sin embargo
es innegable que en muchas ocasiones el sistema educativo
tiene ocasión de atender y superar problemas de desigualdad
de oportunidades derivadas de factores extra-escolares y no
lo hace, ya sea por negligencia, incapacidad o comodidad culpable.
Expliquémoslo
con un ejemplo. Ante un alumno repetidor de primer grado,
ulteriormente convertido en desertor escolar por el atraso
progresivo de sus estudios y otros factores psicológicos
y sociales concurrentes, cuyas motivaciones básicas
se hallan en condiciones familiares o socio-económicas
deficientes, ¿debe la escuela promoverlo y dejarlo
avanzar en sus estudios sea cual fuere el nivel de su rendimiento?,
¿o debe ocuparse de remover esos canales extra-escolares?
¿o debe procurar compensar mediante fórmulas
didácticas y pedagógicas adecuadas esas deficiencias
del alumno sin llegar a pretender ocuparse de remover las
causas extra-escolares? ¿Cuál es, en síntesis,
la responsabilidad del sistema educativo y de sus miembros
integrantes (en cuanto tales, recuérdese) frente a
los adolescentes o a los niños que cursan sus estudios
primarios o secundarios en cursos nocturnos porque deben trabajar
durante el día en tareas remuneradas, lo cual es una
clara motivación de falta de igualdad de oportunidades
con respecto a aquéllos que disponen de la totalidad
de sus jornadas para estudiar y capacitarse? ¿Debe
aflojar sus exigencias, ocuparse de remover la necesidad del
trabajo remunerado de sus alumnos o estructurar modalidades
de acción docente que emparejen las posibilidades y
chances de aprendizaje y capacitación de unos u otros?
4 –
De esta manera, arribamos a una de las interrogaciones esenciales
dentro del tema de la democratización de la educación.
¿Dónde hemos de buscar las soluciones de fondo
para alcanzar la meta deseada de la más completa igualdad
de oportunidades educativas: dentro o fuera del sistema educativo?
Para
nosotros, la respuesta es indudable: fuera del sistema educativo.
Entendemos, en efecto, que para el logro del ideal apuntado
la acción sustancial debe ser la remoción de
esas condiciones socio-económicas determinantes de
diferencias profundas, y que sólo ese camino puede
llevar a un éxito auténtico. No negamos que
el sistema educativo, entretanto, pueda y aún deba
hacer mucho. Pero lo que se haga dentro del sistema educativo
tendrá siempre carácter de ayuda o de paliativo,
nunca podrá atacar las raíces del mal. Será
mejor que nada, por supuesto, pero no se debe confundir un
calmante con un remedio que ataca la causa del dolor. Mientras
el dolor subsista, es bueno usar calmantes, pero si la acción
médica se detiene allí poco se avanzará.
Los comedores
escolares, o los programas de recuperación para alumnos
de zonas deprimidas, o las modalidades especiales para alumnos
de cursos nocturnos son el paliativo de situaciones que deben
ser erradicadas.
Lo fundamental es que todos los niños se alimenten
bien en sus hogares; que no existan zonas deprimidas y que
no hayan niños o adolescentes necesitados de ocupar
sus días con jornadas agotadoras de trabajo.
5 –
El análisis completo del tema en consideración
requiere seguir varias líneas de investigación.
Una de
las primeras, por su significación para el aprovechamiento
del proceso de enseñanza-aprendizaje, es la referida
a los contenidos curriculares o del plan y los programas de
cada grado, nivel y modalidad escolar.
Otra
está referida a la caracterización socio-profesional
del personal docente, incluyendo el estudio de sus orígenes
sociales y situación relativa en el contexto social.
Este punto, creemos, alcanzará día tras día
mayor significación y no ha sido hasta hoy –por
lo que sepamos– suficientemente analizado o tenido en
cuenta. El tipo de relaciones entre docentes y alumnos, y
las variaciones según orígenes sociales y posición
relativa de los alumnos y sus familias en el ámbito
social, constituye un campo de trabajo y de investigaciones
prácticamente inexplorado y que, estamos ciertos, brindará
a quien lo recorra atentamente un sinnúmero de consecuencias
de transcendentes repercusiones. Por último, queda
un aspecto cuyo tratamiento en profundidad requeriría
o bien una verdadera dedicación especializada o, mejor
aún, una tarea de colaboración interdisciplinaria:
es nada menos que el lenguaje, como variable de especial significación.
Las derivaciones de este tema particular son, a su vez, múltiples.
En primer
término, es necesario considerar la situación
de los alumnos que manejando como lengua materna exactamente
la misma con que deben trabajar o aprender el alfabeto en
la escuela, encuentran, sin embargo, diferencias aparentemente
sutiles debidas a su proveniencia de grupos social y culturalmente
pobres en comparación con los del sector profesional
docente o en comparación con la mayoría de sus
compañeros.
Es difícil
precisar hasta qué punto esto influye en el rendimiento
escolar, sobre todo en los primeros grados, pero múltiples
testimonios indican que puede llegar a constituirse en un
factor casi decisivo. Es asimismo difícil imaginar
cuánto puede significar esto para un niño que
comienza su vida escolar y sin ejemplos concretos cuesta admitir
hasta qué punto diferencias tan sólo de modalidades,
de acento o de utilización de unos u otros vocablos
o giros idiomáticos puede afectar toda la relación
escuela-alumno y, por supuesto, el proceso de enseñanza-aprendizaje.
(Una
alumna de nuestra cátedra de Política Educacional,
maestra a su vez, nos contó este recuerdo de su experiencia
docente en una escuela donde abundaban chicos provenientes
de una villa de emergencia. Se dirigía una vez a uno
de ellos, a principios del año, y le indicaba "ponerse
de pie". Le repitió lo mismo, sin éxito,
varias veces, incluyendo al fin, ya con rostro severo, la
clásica admonición: "¿No me oyó
señor?" Le he dicho que se ponga de pie".
Entonces, otro alumno, desde el fondo, resolvió rápidamente
la situación con un decidido: "Che, te están
diciendo que te pares". Con lo cual el aludido se puso
prontamente "de pie").
6 –
Creemos que hasta ahora los estudios y publicaciones presentadas
sobre este tema han olvidado considerar una hipótesis
que, a nuestro entender, sería la más fecunda
para atacarlo de lleno, al margen, claro está, de la
acción simultánea que se lleve a cabo en el
orden socio-económico para hacer desaparecer las diferencias
de condiciones extra-escolares.
Se trata
de empalmar el análisis del tema de la igualdad de
oportunidades con las iniciativas que apenas si empiezan ahora
a esbozarse bajo la denominación de "lucha contra
el monopolio del sistema educativo". (Mucho menos consideran
este enfoque las asambleas y reuniones internacionales que,
por el contrario, insisten en trabajar siempre sobre la base
de los sistemas educativos sin alcanzar a imaginar soluciones
de superación de esos sistemas).
Nuestra
idea podría resumirse así: los sistemas escolares
actuales herederos de los sistemas nacidos y estructurados
entre los siglos XV y XIX han sido concebidos para brindar
oportunidades de educación y superación personal
y profesional a todos los habitantes. Pero, andando el tiempo,
están terminando por convertirse en uno de los más
formidables obstáculos para esas oportunidades. Porque,
fieles a la tendencia irresistible de las instituciones oficiales
y necesariamente burocratizadas, han degenerado en un verdadero
"monopolio" de la educación y la capacitación:
lo que se logre o alcance fuera del sistema no es reconocido
legalmente. Podrá, quizás, en algunos casos,
hacérselo valer en actividades privadas todavía
no alcanzadas del todo por reglamentaciones oficiales –disminuyen
día a día– o utilizarse la propia inteligencia,
aptitudes o habilidades adquiridas por sí mismo a despecho
de ese reconocimiento oficial. Pero esto no es fácil.
Porque los impedimentos para quien no ostenta algún
tipo de reconocimiento oficial (certificado, diploma, título
o grado) de su educación o capacitación encuentra
cada día menos posibilidades de desenvolvimiento.
Debe
entenderse, por supuesto, que nos referimos a todo el sistema
educativo, incluyendo –en los casos que corresponda–
a los establecimientos privados de enseñanza, en cuanto
están incorporados o reconocidos por el sistema oficial.
No importa quién brinde el servicio educativo: lo que
importa para definir como monopolio a un servicio es que no
se permita a nadie más brindarlo o –lo que es
lo mismo, en este caso– se niegue todo reconocimiento
a lo que se pueda brindar fuera de su contexto.
Hemos llegado pues a esta situación casi absurda: quien
ostenta un certificado de reconocimiento legal de haber cumplido
determinados procesos educativos o de capacitación
profesional, tiene una suma "X" de derechos y posibilidades.
Esa suma le está negada –o fuertemente retaceada–
a quien no puede ostentar aquel reconocimiento legal, aunque
en realidad los méritos y aptitudes del segundo –logrados
al margen del sistema educativo– sean iguales o superiores
a los del primero. Todo joven o todo adulto con un certificado
de estudios secundarios puede aspirar a ingresar a la Universidad,
no así quien no posea su certificado. Nadie se ocupa
de averiguar reales capacidades y aptitudes: se presumen para
el primero y se niegan redondamente al segundo, a pesar de
multitud de ejemplos demostrativos del error y la injusticia
cometidos en uno y otro caso.
En la
actualidad, además, existen medios de comunicación
de extraordinario poder de penetración y de notable
fuerza educativa que actúan con total independencia
del sistema educativo. Libros en ediciones baratas y accesibles,
manuales de divulgación, revistas de toda clase, radiofonía,
cinematografía, televisión y movilidad geográfica
interna en el país y aún internacional abundante,
determinan intensos procesos de formación, capacitación
y despliegue de aptitudes potenciales en muchas personas que
no tienen o no han tenido la oportunidad de usufructuar el
sistema educativo formal.
El no reconocimiento absoluto de este proceso, o sea el monopolio
absoluto del sistema educativo para reconocer aptitudes y
capacidades, es, pues, uno de los más irritantes factores
desencadenantes de la "desigualdad de oportunidades"
en el campo educativo.
En nuestra
opinión, esta hipótesis –que hasta hoy
no hemos visto sostenida en la bibliografía que ha
llegado a nuestras manos sobre el tema de la democratización
de la enseñanza– es la más importante
de las que deben considerarse en relación con el ideal
de lograr una auténtica "igualdad de oportunidades
educativas". Exigirá además al sistema
educativo formal un rendimiento demostrable de su eficiencia
y lo obligará a actuar competitivamente para que sus
productos valgan por la calidad lograda y no meramente por
la imposición legal de la validez de sus certificados,
títulos, grados o diplomas. Lo cual traerá en
poco tiempo una transformación de fondo dentro de los
sistemas educativos actuales y determinará que la igualdad
de oportunidades deje de ser una declaración de principio
para convertirse en una realidad.
Educación
y sistemas escolares
Jornadas Adriano
Olivetti de Educación.
Ediciones culturales Olivetti. 1971.
I
Introducción
Desde fines del siglo XIX, el crecimiento cuantitativo de
los servicios escolares y los planteos de obligatoriedad y
universalidad para determinados niveles de instrucción
provocaron el surgimiento de los sistemas escolares propiamente
dichos. Ese proceso de organización, enlaces y estructuración
de todos los servicios educativos, desde el jardín
de infantes hasta la universidad –incluyendo las diferentes
modalidades y especializaciones–, ha continuado en crecimiento
constante hasta la actualidad y hoy incluye los conceptos
de actualización de los graduados, de capacitación
profesional de los trabajadores en actividad y, por fin, de
la educación permanente.
Esta
extensión y amplitud de los sistemas escolares del
mundo contemporáneo presenta gran diversidad de caracteres
según los países y esto depende básicamente
de la mayor o menor centralización de los sistemas
correspondientes. Pero esas diversidades son de grado y no
de esencia, desde el punto de vista de los fenómenos
que analizaremos a continuación. En efecto: todo sistema,
toda organización, presenta cierto tipo de problemas
similares, que en algunos casos se acentúan y en otros
se debilitan, pero siempre existen de alguna manera. Estas
diferencias de grado derivan de las pautas de conducta habituales
en cada sociedad, de modalidades propias de los distintos
ámbitos culturales o de los marcos valorativos que
se manejen, pero, además y principalmente, de las dimensiones
que alcancen los sistemas. Los problemas funcionales y operativos,
propios de la dinámica interna de cada sistema, apenas
alcanzan relevancia cuando esa dimensión es mínima,
pero cobran enorme importancia a medida que el sistema crece.
Cuando
el sistema básico de producción y de consumo
estaba reducido a la unidad familiar, una larga serie de problemas
quedaba solucionada de manera sencilla y eficaz sin necesidad
de complicados planteos teóricos, análisis especiales
ni aprendizajes previos para resolverlos.
Por ejemplo:
las relaciones entre jefes y subordinados se armaban sobre
la base de una tradición que englobaba la autoridad
de la cabeza de las tareas productivas con la del padre, y
los fundamentos afectivos, religiosos, de prestigio y de capacidad
técnica se unían en una sola entidad humana.
La transmisión de los datos necesarios para comprender
la tarea general o los métodos de comunicación
entre los miembros del grupo encontraban también canales
naturales y eficaces.
No es
necesario señalar, en cambio, hasta qué extremos
de complejidad y de dificultades teóricas y prácticas
se llega cuando esos mismos problemas-relaciones entre jefes
y subordinados, transmisión de informaciones o métodos
de comunicaciones –siempre a modo de ejemplo–
se plantean en una gran empresa moderna, cuya sede central
puede estar, inclusive, en una ciudad o hasta en un país
muy distante de los lugares donde se efectúan los procesos
concretos de producción.
En los
sistemas educativos del mundo moderno se dan, pues, los mismos
problemas que en cualquier otro tipo de organización,
con tres datos agravantes: uno, el gigantismo a que han llegado
cuantitativamente hablando; otro, el carácter fundamentalmente
burocrático propio de todas las ramas de la administración
pública, y el último, la indefinición
de los objetivos y de las tareas que deben efectuarse como
funciones del sistema.
Nuestra
intención, en consecuencia, es analizar la significación
que alcanzan los problemas funcionales y operativos de los
sistemas escolares contemporáneos: considerados estos
últimos desde el punto de vista de una organización
que tiene fines determinados y monta una estructura que le
permita alcanzarlos. Para ello aplicaremos el análisis
de Octave Gélinier, titulado "Finalidad y dirección
de la empresa moderna" y en particular su cuadro recapitulativo
titulado "Cuatro tipos de fisiología de las estructuras",
tal como fueron expuestos en el Seminario Organizado por IDEA
(Instituto para el Desarrollo de Ejecutivos en la Argentina)
en la ciudad de Jujuy (Argentina) en 1969.
Gélinier
considera que el funcionamiento de cualquier empresa tiene
características que permiten clasificarla en uno de
dos tipos básicos, que llama "estructuras francesas
tradicionales" y "estructuras más modernas".
A su vez, el primer tipo lo divide en otros dos: el que corresponde
a la "empresa privada tradicional" y el denominado
"burocracia a la francesa".
El segundo
tipo básico se subdivide en: "management moderno"
y "estructura de transición de tipo latino".
Quedan
de esa manera perfilados cuatro modelos de "fisiología
de las estructuras", que se aplican perfectamente a los
sistemas de organización empresaria de la casi totalidad
de los países del mundo occidental. Dichos modelos
quedan definidos por las características que asumen
ciertas variables aplicadas al análisis de cada uno
de ellos, según el cuadro 1 anexo.
Los sistemas
educativos ofrecen las mismas variables y lo que interesa
es observar cómo funciona dentro de cada sistema educativo,
porque –igual que en las empresas– ello tiene
relación directa con el logro de los objetivos educativos
del sistema y con la mayor o menor economicidad y eficiencia
con que se llega a tales logros. Este análisis, por
lo tanto, resulta de indudable importancia –a nuestro
juicio– para la obtención de los fines educativos
que corresponden a los sistemas escolares, puesto que el derroche
de recursos (materiales o humanos) provoca invariablemente
escasez y consecuentemente deficiencias en el cumplimiento
de la función escolar. Un mal funcionamiento operativo
del sistema (por ejemplo: una red de comunicaciones ineficaz
entre sus miembros componentes, que no permite interpretar
adecuadamente órdenes o instrucciones) será
otro factor negativo en el proceso de obtención de
ciertas finalidades.
Partimos
de la siguiente hipótesis: el sistema escolar de la
República Argentina corresponde con notable exactitud
al modelo de fisiología de las estructuras que Gélinier
llama "burocracia a la francesa". En algunos casos,
aunque muy pocos, se acerca al tipo de la "empresa privada
tradicional". De esta manera, en las circunstancias contemporáneas,
el sistema escolar argentino queda definido, desde el punto
de vista funcional y operativo, por caracteres básicamente
negativos. Esto explica su gran deficiencia en la obtención
de los fines educativos que debiera cumplir y fundamenta lo
que en alguna medida puede considerarse la segunda parte de
nuestra hipótesis: en estos momentos, en la Argentina
–y suponemos que en el resto de América latina
y quizá en muchos países europeos– el
problema capital del sistema escolar no es de naturaleza pedagógica
o didáctica sino que consiste en una acertada fijación
de objetivos y en una adecuación del funcionamiento
de sus estructuras, para llevarlas a modalidades propias del
tipo que Gélinier llama el "management moderno".
II
Aplicación de la teoría de Gélinier al
sistema escolar
Argentino
Analizaremos a continuación las variables que considera
Gélinier. Resultará necesario tener a la vista
el cuadro del anexo 1.
1. Reglas de funcionamiento interno. Estructura
La "naturaleza de las reglas" está claramente
definida: pertenece al ámbito del "derecho escrito".
Supletoriamente se recurre al "derecho consuetudinario",
pero esto ocurre sólo excepcionalmente y puede afirmarse
que se ha llegado a tal extremo que cuando no se encuentra
la "norma escrita" que indique el procedimiento
adecuado se produce una paralización operativa hasta
que una instancia superior competente –a menudo de muy
alta jerarquía– suple esa falta mediante una
instrucción escrita que, a partir de ese momento, se
agrega al cuerpo reglamentario. Y así sucesivamente
cada vez que se presenta una situación nueva. La preocupación
porque el "derecho escrito" cubra todas las posibilidades
operativas del sistema está llevando a la compilación
–tarea que se realiza en forma oficial o privada–
de verdaderos códigos o boletines de aparición
periódica y al surgimiento de especialistas en el conocimiento
detallado de ese laberinto a veces inextricable. Conduce,
además, por la superposición permanente de reglas
y normas y por la preocupación ya dicha de cubrir todas
las posibilidades, a la aparición de reglas contradictorias
o que al resolver un caso confunden otro. Y todo ello provoca
a su vez la necesidad de aclaraciones o interpretaciones,
que de inmediato se convierten en nuevas reglas escritas y
se entra así en una espiral inacabable.
La "formalización"
está efectivamente llevada "hasta los menores
detalles". Esto forma parte de lo dicho antes pero se
agrava considerablemente debido a otros factores derivados
de la magnitud del sistema y de su identificación con
la administración pública en general. En los
hechos, dentro del sistema escolar argentino ya no es posible
redactar una nota de cualquier naturaleza, de un subordinado
hacia su superior jerárquico o viceversa, si se carece
de "formulario" previsto para dicha nota. Ya sea
para pedir licencia, solicitar un permiso, efectuar una observación,
un reproche, un elogio o un concepto es indispensable proceder
según formalidades cuidadosamente detalladas que incluyen
el tamaño del papel en que se redacta, los datos que
deben figurar, el encabezamiento correcto y el lugar de la
firma. Esto se traslada hacia los aspectos pedagógicos
y didácticos propiamente dichos. Esta formalización
invade las reuniones del personal docente y termina caracterizando
la tarea del profesor frente a sus alumnos, de tal manera
que se ve obligado a utilizar formalidades estrictas para
la calificación de los estudiantes y para el desempeño
de su labor.
El "valor
más apreciado" es la "eliminación
de lo arbitrario", para lo cual se recurre a los procedimientos
antes señalados: el derecho escrito que atienda todas
las posibilidades. Por eso se termina por preferir no hacer
nada al margen de ese derecho escrito a fin de impedir sospechas
de arbitrariedad. En este caso, sin embargo, la preocupación
por la "estabilidad" es también muy grande
y se confunde un tanto con la anterior: no es fácil
definir, entre una y otra cosa, la preferencia generalizada
en el sistema escolar argentino. Podría decirse que
se buscan ambas, porque al fin ambas se confunden: la eliminación
de lo arbitrario es también una garantía de
estabilidad.
La "estructura"
es indudablemente de tipo jerárquico, centralizada
y uniformizada. El valor "jerarquía" no está
muy acentuado, pero sí el criterio "centralizador".
Es clara, por otra parte, en el sistema escolar argentino,
la "estratificación por cartas": cada nivel
escolar, cada modalidad y cada especialidad docentes cierran
sus cuadros y no admiten mezclas ni entradas de elementos
que no provengan de su seno. Esto se advierte con más
fuerza en los ámbitos universitarios, pero se ha extendido
a muchos otros. La argumentación inicial para los niveles
de la escuela primaria o secundaria o para algunas especialidades
fue siempre la necesidad de impedir el ingreso –sobre
todo en ciertos altos cargos– de personas no capacitadas
profesionalmente o que desplazan méritos de quienes
habían servido largamente en el nivel o especialidad
correspondiente. El argumento sigue siendo válido,
pero en momentos en que los ámbitos docentes han dejado
prácticamente de ser atractivos desde el punto de vista
salarial o de prestigio social y cuando la movilidad ocupacional
es una regla universal, el empeño por mantener esa
"estratificación" de los cuadros responde
fundamentalmente al deseo de impedir competencias planteadas
en términos de talento puro o capacidad práctica
y de defender las posiciones mediante reglamentaciones que
están comenzando a significar lo mismo que las de las
corporaciones medievales.
2.
Relaciones con el medio
Es verdaderamente curioso cómo el ítem denominado
"comercial y público" presenta, dentro del
sistema escolar argentino, una coincidencia absoluta con la
caracterización que le corresponde en el modelo que
consideramos, es decir, que "tiende al monopolio"
y demuestra "indiferencia hacia el público".
La primera
característica, o sea la tendencia monopolística,
no debe entenderse aquí dentro de los tradicionales
planteos de libertad de enseñanza o de monopolio del
Estado. El sistema escolar argentino –integrado por
las escuelas del Estado y las privadas reconocidas por aquel–
tiende al monopolio en cuanto tiene la pretensión de
que fuera de él nada de lo que se haga en el orden
educativo o de capacitación profesional tenga valor.
Esto se asienta en la doctrina de la "validez" o
"reconocimiento" de títulos o diplomas. Es
inútil que un joven obtenga una excelente preparación
académica para ingresar a la universidad, por ejemplo,
y disponga de un óptimo grado de talento para aprovechar
los estudios superiores si no puede exhibir un diploma de
estudios secundarios correspondiente al sistema escolar. Que
pueda lograr un diploma mediante exámenes libres o
de equivalencias poco importa: el monopolio del sistema queda
asegurado lo mismo. La tesis inconmovible es: nada fuera del
sistema tiene validez jurídica o legal, ni merece reconocimiento
formal por la sociedad.
Esto
permite el férreo mantenimiento de la otra característica,
o sea la "indiferencia hacia el público".
En efecto: al sistema escolar no le interesa la opinión
ni de los estudiantes ni de los padres, porque sea cual fuere
esa opinión la sociedad está obligada a usar
sus servicios y no puede prescindir de él. Las instituciones
privadas no representan una variante significativa en este
cuadro, porque al estar obligadas a respetar los lineamientos
básicos y aún los no básicos si no de
detalles propios del sistema, y al tener asegurada en buena
medida la clientela –para lo cual el Estado, como en
la época medieval los gremios, obstaculiza un exceso
de competencia– las opciones entre diferentes establecimientos
no representan gran cosa. Una familia no puede dejar de enviar
a sus hijos a una escuela media del sistema –oficial
o privada, pero siempre del sistema– aunque no le interese
o no esté satisfecha con los servicios educativos que
brinda, porque de lo contrario nunca dispondrán del
"diploma" con validez para proseguir otros estudios.
Puede intentar que lo obtenga sin concurrir a la escuela,
pero deben satisfacer todos los requerimientos del sistema.
Para desempeñarse en ciertas profesiones o especialidades
de nivel superior o medio es requisito legal la obtención
de títulos que sólo otorga el sistema. Cada
nivel de este es a su vez escalón previo ineludible
para el próximo. De esa manera tiene asegurada la concurrencia
obligada a sus establecimientos de toda la población
que quiere estudiar, hasta el grado que cada uno decida. Todo
lo que se haga fuera del sistema vale solamente como preparación
general o profesional para la persona en sí misma,
pero no alcanza reconocimiento jurídico o legal de
ninguna especie y es, por lo tanto, inútil desde el
punto de vista de la vida en la sociedad organizada. Algunas
capacitaciones generales o profesionales pueden, a veces,
hacerse valer por sí mismas en el mercado de trabajo,
al margen de reconocimientos oficiales; pero esto no siempre
es fácil y a menudo las instituciones privadas están
impedidas de aprovechar esas capacidades si quienes las ofrecen
no disponen, además, de los títulos y diplomas
que solamente brinda el sistema escolar. La tendencia señala
el estrechamiento progresivo de los cambios ocupacionales
en los cuales todavía no impera la obligación
de títulos o diplomas.
Es comprensible
entonces que el sistema sea indiferente hacia el usuario de
sus servicios, es decir, el público: ya sea el estudiante
o sus padres. De todas maneras, el usuario no tiene alternativas
fuera del sistema. Esto permite la perduración de deficiencias
notorias, el escaso rendimiento de las tareas docentes o la
inamovilidad de elementos humanos incapaces o agresivos hacia
ese público usuario, como en el caso de cualquier otro
servicio público de carácter monopólico.
Esto explica también la fuerza con que siempre reacciona
el sistema cuando se insinúa la más pequeña
fisura en esa tendencia monopolista y la violencia y energía
con que ese la defiende. Uno de los argumentos básicos
se apoya en la supuesta formación nacional o cívica
que brinda el sistema, y que justificaría la necesidad
de que nadie quede al margen de él. Pero –aparte
de que habría mucho por discutir acerca de la realidad
de esa formación– quedan por considerar dos contraargumentos:
primero, que la formación nacional y cívica
se puede dar también por otras vías que no sean
las escolares y quizás con más éxito;
segundo, que para exigir ese tipo de formación que
brinda el sistema no es necesario exigir también todo
el resto de sus contenidos y formalidades.
Con respecto
al sub-ítem del "personal", la coincidencia
es también absoluta. Los "concursos por casta"
se han impuesto definitivamente en el sistema escolar argentino
con excepción del ámbito privado, aunque existe
una marcada tendencia a extender el procedimiento también
a éste. En general se cita como un avance positivo,
como garantía contra cualquier tipo de arbitrariedad,
toda incorporación de personal docente o todo ascenso
mediante el sistema de concurso cerrado, sin meditar suficientemente
en los aspectos negativos y positivos que ello encierra.
El ítem
denominado "representación del personal"
tiene una variante que puede confundir. Por un lado, las normas
legales en vigencia la admiten y la protegen. Sin embargo,
en los hechos, está muy lejos de haber alcanzado la
característica de "muy poderosa" que es la
que correspondería al modelo considerado. No puede
afirmarse, sin embargo, que se la "considere como un
mal", según corresponde al primer modelo de Gélinier,
aunque no son pocos quienes así opinan dentro del sistema.
En el caso argentino –y por una serie de razones que
sería muy largo analizar aquí– la mayor
parte de las organizaciones gremiales toman su origen en posturas
ideológicas que poco tienen que ver con los clásicos
modos de "representación del personal" que
existen en otras profesiones.
3.
Relaciones jefe-subordinado
En este ítem las identificaciones con el modelo analizado
son igualmente claras.
El "carácter
de la relación" es impersonal para todo lo que
se refiere a la tarea docente propiamente dicha, aunque en
las unidades escolares de nivel no universitario cobra apariencias
de personal por las modalidades que imponen el pequeño
grupo, la identidad de capacitación cultural y profesional
de superiores y subordinados, la identidad de "status"
social y, finalmente, la preponderancia del elemento femenino.
Las "comunicaciones"
son "nulas para lo que no está formalizado".
Este es un carácter no tan acentuado en los ámbitos
universitarios, pero que encuentra su máxima expresión
dentro del sistema escolar argentino en la escuela media.
Tiende a hacerse cada vez más patente en la escuela
primaria. En el actual proceso de reforma de la estructura
escolar argentina, como en cualquier proceso de reforma didáctica
o curricular, este carácter es un gravísimo
punto en contra. En efecto: la fluidez y facilidad de comunicaciones
entre jefes y subordinados, así como la certeza de
una buena recepción de los mensajes en una u otra dirección,
son vitales en todo proceso de cambio. Pero las comunicaciones
"formalizadas" o que se realizan por medio de canales
estereotipados, y por lo tanto previstos para situaciones
fijas y conocidas, son prácticamente inútiles
para los momentos de cambio. Sólo sirven, por el contrario,
para la perduración de métodos y procedimientos
tradicionales, es decir, para garantizar el desenvolvimiento
normal del trabajo. En consecuencia y mientras no se consiga
alterar este carácter, cualquier proceso de reforma
enfrentará dos riesgos gravísimos: uno, el enorme
lapso que requerirá para cumplirse, lo cual implica
desgastes humanos y derroches materiales, amén del
deterioro de las reformas introducidas; el otro, la deficiente
o errónea aplicación de la reforma, que puede
llevar a resultados totalmente imprevisibles.
Los "poderes
del jefe" están efectivamente "limitados
a la aplicación del reglamento". Dentro de los
establecimientos privados de enseñanza se insinúan
con carácter algo diferente, es decir, se acercan a
la categoría de "amplios". Aunque esto no
es general y existe la tendencia a limitarlos cada vez más.
En el ámbito oficial del sistema escolar argentino,
la costumbre y las dificultades y complicaciones que son acompañantes
ineludibles de todo conflicto o reclamación entre jefe
y subordinado han limitado en los hechos todavía más
esos poderes.
El "estatuto
del subordinado" está perfectamente "codificado
para eliminar toda arbitrariedad". Ya hemos comentado
más arriba hasta qué extremos se llega en ese
aspecto. La pretensión de eliminar de manera total
y absoluta toda arbitrariedad ha conducido, en el sistema
escolar argentino del ámbito oficial, a suprimir toda
subjetividad en los juicios y conceptos sobre el personal
y en los trámites de concursos de cualquier naturaleza,
es decir a no considerar en absoluto cualquier aspecto (por
más importante que pueda ser) si no es objetivable
y no está previamente codificado y traducido en puntajes
matemáticos. Con lo cual se pierden elementos valiosísimos
que necesariamente deben tener un peso relativo, se elimina
la responsabilidad moral de los superiores y se quita a éstos
la responsabilidad referente al papel que cumplirán
los elementos humanos seleccionados. Por todo lo anterior,
se comprende fácilmente que la "acción
del jefe sobre el subordinado" no puede ser sino "estrictamente
administrativa y judicial". Los directores e inspectores
–y en general las autoridades de los establecimientos
privados también– pueden controlar, con respecto
al personal docente, el cumplimiento horario, la asistencia,
la satisfacción de las normas reglamentarias sobre
cantidad de calificaciones o de pruebas tomadas, la confección
de los planes formales de labor solicitados..., etc., y algunos
otros detalles que como los enunciados son "objetivamente"
comprobables. En caso de faltas a esos deberes (faltas que
previamente deben comprobarse también objetivamente
y de las que debe quedar constancia "formal", si
es posible dentro de "formularios" debidamente previstos)
será posible iniciar la demanda de acción "judicial"
correspondiente ante las instancias superiores o aplicar las
"penas" que el reglamento autorice a la dirección
o la inspección. Pero nada se puede controlar fuera
de esos marcos "objetivos" ni es factible ejercer
influencia de otro tipo.
No es
necesario aclara que, consecuentemente, los "métodos
de dirección" respondan exactamente al carácter
de "teleguiado por reglamentación de los menores
detalles" (Colbertismo) y la "participación
pecuniaria" es nula. Esto vale también para los
establecimientos privados, que en este terreno han preferido
casi sin excepciones permanecer sólidamente identificados
con los criterios remunerativos propios del ámbito
oficial.
4.
Actitudes de los subordinados
En este ítem las coincidencias presentan leves variaciones
entre el modelo considerado y el de la "empresa privada
tradicional", según se trata de los ámbitos
oficiales o privados. De cualquier manera, predominan en forma
definida los caracteres propios del modelo tenido en cuenta
para todo el sistema escolar argentino. Con respecto a los
sub-ítems "iniciativa", "participación"
y adaptación a los cambios", se dan indiscutiblemente
las modalidades "sin iniciativa", "sin participación"
y "adaptación pasiva". Con respecto a esto
último, es necesario agregar que constituye un carácter
muy peligroso para todo proceso de cambio. El rechazo abierto
y franco a este parece más grave pero no es así,
porque exige lucha y por lo tanto obliga al enemigo a meterse
en el cambio para discutirlo y enfrentarlo. No es raro que
termine aceptándolo, a veces mejorándolo, porque
le agrega algo bueno de lo tradicional, otras deteriorándolo,
parcialmente. Pero la aplicación final es siempre auténtica.
Cuando no se presenta lucha, cuando hay aceptación
pasiva, parece que el cambio se ha introducido y lo que en
verdad ocurre es que se está aplicando sólo
formalmente un nuevo procedimiento o método, pero en
el fondo superviven los antiguos criterios. Queda entonces
como realidad una peligrosísima inautenticidad, que
no permite obtener los éxitos esperados y posibles
de la novedad y esteriliza los resultados que se lograban
mediante los viejos sistemas. En la vida escolar argentina
–como en la de otros países– hay ya una
larga historia de este tipo de situaciones y quizá
estemos ahora mismo arriesgando un capítulo más
de la misma.
El sub-ítem
"responsabilidad" está caracterizado según
el modelo considerado en todo el ámbito oficial: "estricto
respeto del reglamento". En el ámbito: "obediencia",
aunque está aumentando la tendencia a la sujeción
reglamentaria más que a la obediencia al superior.
Lo mismo puede decirse con respecto a la "disciplina":
se desenvuelve fundamentalmente "al abrigo del reglamento".
En cuanto al sub-ítem "motor" también
está claramente identificado: "presión
del trabajo y del reglamento; lealtad hacia el sistema".
Esto último explica la angustiada y casi mística
adhesión al Estatuto del Docente que se ha generado
en los últimos lustros en la Argentina. Es que de esa
manera se obtiene seguridad y defensa contra quienes embaten
desde afuera del sistema que hemos descripto la perspectiva
de cambios que sean percibidos como situaciones peligrosas
y se tiene la certeza de poder avanzar por carriles conocidos.
Podría pensarse que la "perspectiva de carrera"
(carácter que define al sub-ítem "motor"
en el "management moderno") está también
presente. Es verdad en parte. La ambición del ascenso
moviliza muchas inquietudes, pero debido a las restantes características
de la fisiología de la estructura del sistema que hemos
descripto, la perspectiva de carrera no tiene más alternativa
que ubicarse en el contexto formalista, reglamentarista y
de estratificación por castas que hemos analizado.
Por lo tanto, esa perspectiva de carrera termina por empujar
en el mismo sentido que la "presión del reglamento"
y la "lealtad hacia el sistema".
Con respecto
a la "seguridad", el sistema escolar argentino ha
logrado de manera casi absoluta el ideal de "seguridad
total, independencia y tranquilidad". Las excepciones
a este carácter son escasas; sólo se dan en
sectores reducidos del ámbito privado y no alcanzan
significación relevante.
5.
Movilidad de los dirigentes y mandos
En el ámbito oficial del sistema escolar argentino
la identificación de los caracteres de los tres sub-ítems
con los del modelo considerado es absoluta. A tal punto es
así, que podría pensarse que Gélinier,
para describirla, tuvo en cuenta lo que sucede en nuestro
país en ese ámbito. La "movilidad horizontal"
se caracteriza por las "mutaciones" frecuentes en
el seno de una misma casta", en los cuales el valor básico
es la "antigüedad". En algunos pocos casos
del ámbito privado se da para los criterios de promoción"
el carácter de la "eficacia y lealtad", pero
esto todavía no alcanza relevancia en el conjunto del
sistema escolar argentino.
6.
Cambios de estructura y organización
Este punto podría ejemplificarse a la perfección
con lo que está sucediendo precisamente en la Argentina
en estos dos o tres últimos años. La descripción
es perfecta y en la mayor parte de los países europeos
y sudamericanos que han afrontado o afrontan procesos de reforma
se comprueba lo mismo.
La "iniciativa"
y la "decisión" están "hipercentralizadas",
es decir, que el cambio viene desde arriba y nunca desde abajo.
El personal docente y los padres se han acostumbrado, después
de largas décadas, a no actuar en el sentido del cambio,
a no proponer novedades, por lo menos en cuestiones de fondo.
Los organismos centrales, a su vez, estimulan invariablemente
que toda iniciativa que no provenga de ellos está viciada
por una especie de pecado original, que le otorga un tono
casi subversivo y que por principio se sospecha inconveniente.
En la práctica, toda iniciativa "desde abajo"
molesta y es mal vista en los organismos de supervisión
y gobierno del sistema escolar. Quien esto escribe tuvo oportunidad
de intentar introducir una variante en esta modalidad. Cuando
ocupó en 1966 y 1967 el cargo de Director General de
Enseñanza Secundaria, Normal, Especial y Superior del
Ministerio de cultura y Educación, puso en práctica
un plan que denominó "Programas Experimentales
Voluntarios", que consistía en invitar a los profesores
de determinadas asignaturas a proponer programas de estudio
preparados por ellos mismos. Creemos que ha sido una de las
poquísimas ocasiones en que un organismo central solicitó
a los docentes y a los establecimientos escolares que tomaran
la iniciativa de los cambios y novedades. No hubo tiempo –por
haber dejado el cargo– de evaluar los resultados. Puede
afirmarse sin embargo que la respuesta fue interesante y con
seguridad pudo haber dado buenos frutos de haber continuado.
Jamás se la retomó y todo el proceso actual
de reforma –como ocurre en la mayoría de los
países europeos y sudamericanos– sigue siendo
conducido sin posibilidades de iniciativas "desde abajo".
Esto
acarrea necesariamente que el siguiente sub-ítem, o
sea la "frecuencia" de los cambios, se caracterice
también por ser escasa. Es decir, que las novedades
que se introducen en el sistema están bien caracterizadas
por la expresión que usa Gélinier: "muy
raras; bajo alta presión, con trastornos". Por
último, es comprensible que no exista "facilidad
de evolución adaptativa", es decir, que el carácter
descripto para el modelo considerado sea el que corresponde
en el sistema escolar argentino: "poca evolución
de adaptación: sin competitividad".
III
Conclusiones
De esta manera, hemos visto que la funcionalidad del sistema
escolar argentino –y creemos que de gran parte de los
sistemas escolares del mundo contemporáneo– se
identifica con un modelo muy poco conveniente. Como consecuencia
el servicio educativo es deficiente y muy costoso. Exige enormes
inversiones, gastos que no rinden en la medida conveniente
y los logros que consigue son de muy escasa calidad. Para
superar esta situación es indispensable recordar la
segunda parte de nuestra hipótesis: los problemas de
fondo de los ámbitos educativos no son actualmente
pedagógicos o didácticos, sino de estructura
y de fisiología (es decir, de funcionamiento interno)
del sistema.
La solución
exige un paso previo: fijar a cada nivel y modalidad escolar
objetivos claros, concretos y evaluables, en cambio de los
habituales, vagos, genéricos y no mensurables.
Luego,
es indispensable transformar el funcionamiento del sistema
hasta que las variables que hemos analizado –y muchas
otras que será necesario preparar– se tornen
en características positivas, que favorezcan la eficiencia
y la economicidad del sistema.
A nuestro
juicio, el dato referente al "tamaño" del
sistema y de sus subsistemas es de importancia decisiva. Habrá
que conjugar, mediante un análisis detenido, cada variable
con el dato sobre "tamaño óptimo"
para que dicha variable asuma un carácter positivo.
Como
principio orientador para la reestructuración general
del sistema y de sus características, proponemos la
hipótesis de integrarlo mediante "unidades operativas
técnico-docentes que, básicamente, deberían
coincidir con cada establecimiento escolar; salvo en los de
tamaño muy reducido, que se agruparían en número
variable para formar esa "unidad operativa". Luego,
sería necesario delegar a cada una la mayor responsabilidad
y libertad operativa posibles, partiendo siempre de la base
de que los organismos superiores de gobierno del sistema educativo
le harán llegar mediante ajustes regulares y periódicos
los objetivos que debe alcanzar.
Estas
unidades se enlazarán a su vez entre sí para
fines administrativos, de supervisión y de uso común
de ciertos servicios, en super-unidades de enlace. Estas super-unidades
se podrán luego relacionar a su vez mediante normas
sencillas de coordinación e intercambio de datos y
experiencias, para terminar desembocando en los grandes organismos
de conducción y gobierno de cada nivel y modalidad.
Estos
organismos, a su vez, no deberán pasar nunca del ámbito
provincial o municipal. Los cuerpos de carácter nacional
deben quedar exclusivamente para las tareas de fijación
de grandes líneas de política educativa, planeamiento,
investigación y asistencia técnica y financiera.
Lógicamente
lo anterior supone –como hemos dicho– que a cada
una de las instancias mencionadas le corresponderá
una variable de las analizadas en la fisiología de
las estructuras, o una porción de esas variables. Se
tratará de definir estas atribuciones, siempre con
la preocupación de que el máximo poder de decisión
y responsabilidad para todo lo que sea "funcionamiento"
del sistema quede dentro de la "unidad operativa técnico-docente"
básica o "unidad-madre" o "célula"
del sistema que será cada establecimiento escolar.
Entendemos
que sólo a partir de esta transformación tienen
alguna posibilidad de comenzar a jugar con perspectivas de
éxito los aspectos pedagógicos y didácticos
propiamente dichos, que actualmente se pretende considerar
para mejorar la eficiencia y el rendimiento del sistema escolar.
Educación;
la reforma y sus opositores
Revista
Criterio, 11 de marzo de 1971.
Probablemente,
el mayor de los pecados que hayan podido cometer las autoridades
educativas del país, desde 1966 hasta hoy, sea precisamente
haber hecho lo contrario de aquello por lo cual reciben las
más fuertes acusaciones. Es decir, no haber logrado
una reforma profunda, honda, total, de un sistema escolar
vetusto y absolutamente ineficaz, para responder a las demandas
actuales y futuras de la sociedad argentina. En efecto: quien
se deje llevar por la polémica pública que se
desató en el país a fines de 1970 y atienda
la los comunicados de algunas entidades que en forma regular
publican declaraciones que con tonos diversos y con motivos
aparentemente distintos reiteran conceptos esencialmente idénticos,
terminará por creer que el Ministerio de Cultura y
Educación ha puesto en marcha una profunda reforma
de las estructuras escolares, y que a partir de 1971 los docentes,
los alumnos, los padres y en general todos quienes tienen
algo que ver con el sistema educativo institucionalizado deberán
afrontar situaciones radicalmente diferentes. Lamentablemente,
no es así. Porque la realidad indica que lo que va
a cambiar de verdad a partir de 1971 es, cuantitativa y cualitativamente,
muy poco, casi nada podríamos decir mirando las cosas
con sentido absoluto y haciendo abstracción de lo que
puedan significar como primer paso para ulteriores procesos
de transformación. La famosa reforma educativa que
se pondrá en práctica este año, no consiste
más que en aplicar en forma experimental –es
decir, como experiencia sujeta a evaluación antes de
su adopción definitiva– una nueva concepción
de la actividad escolar, mediante nuevos programas y nuevas
formas de labor en el aula ( para lo que se ha acuñado
o trasplantado innecesariamente un vocablo de origen norteamericano,
el "curriculum") en los grados primero, segundo,
tercero, sexto y séptimo de un reducidísimo
número de escuelas, que en el total del país
no pasan del cinco por ciento de los establecimientos primarios
nacionales. En esas escuelas se utilizarán, de primero
a tercer grados, las "Bases para el curriculum de las
escuelas de nivel elemental" y las similares del nivel
intermedio para sexto y séptimo. Esas "Bases"
presentan novedades en cuanto a los contenidos de los programas
anteriores, sobre todo por lo que hace a Matemática,
donde la transformación es grande, y principalmente
con respecto a las modalidades de acción didáctica
que más que implantar sugiere al personal docente.
En el
ámbito de la enseñanza media solamente se ensayará
en unos pocos colegios secundarios nacionales –creemos
que no alcanzan a media docena– el funcionamiento de
los grados sexto y séptimo de la enseñanza primaria
–futuros primero y segundo del nivel intermedio–
de acuerdo con esas "Bases", con el objeto de observar
los resultados de tal novedad en un establecimiento con características
organizativas y didácticas completamente distintas
del nivel primario.
Por lo
que hace a la enseñanza técnica no se introducen
novedades importantes, como tampoco ocurrirá en los
ámbitos universitarios y por lo que a este tema toca
diremos que, en modo alguno se ha encarado, siquiera de palabra,
el asunto esencial que debiera afrontar el Ministerio: el
enlace entre la Universidad y la enseñanza media. Parece
que se sigue prefiriendo transitar la senda de los viejos
y casi siempre deficientes exámenes de ingreso, magnífico
caldo de cultivo, además, para todas las agitaciones
estudiantiles que a menudo encuentran harta razón en
sus quejas, con gran regocijo de los agitadores que medran
detrás.
Una provincia,
por su parte, sigue adelante con un plan de reformas bastante
más decidido. En 1971 Buenos Aires contará con
cerca de quinientos establecimientos primarios dependientes
de esa jurisdicción en los cuales se abrirá
la inscripción para el octavo grado primario y en otros
cincuenta también para noveno grado. Ambos tienen concedida
desde ya la equivalencia con el primero y segundo años
de la escuela media. Todo lo cual no altera para nada la situación
ni el funcionamiento de los establecimientos de enseñanza
secundaria o técnica, nacionales, provinciales o privados
reconocidos que existen en esa provincia.
Todo
este asunto de los octavos y novenos grados, las nuevas bases
del curriculum para los sextos y séptimos grados de
ese cinco por ciento de las escuelas primarias nacionales
en experiencia y la creación de sextos y séptimos
grados en esos cuatro o cinco establecimientos secundarios
nacionales tiende a realizar la experimentación inicial
de la reforma anunciada sobre la implantación del nivel
intermedio. Dicho nivel sería, entonces, la segunda
parte de un ciclo de escolaridad común, básica
y obligatoria de nueve años de duración, al
que seguiría un ciclo de tres años, que incluiría
bachilleratos orientados por especialidades pero polivalentes
con respecto al título o certificado que concedieran.
Mas esto entra ya en el terreno de los anuncios, nada más,
o de las decisiones dadas a conocer con vistas a una futura
aplicación para la que en absoluto se han fijado fechas.
La realidad
indica que en 1971 la inmensa mayoría del alumnado
y de los docentes no verá alterada su situación
en lo más mínimo. Porque aparte de lo que hemos
expresado, sólo quedaría por citar el ensayo
del régimen de trabajo de los profesores "con
tiempo completo" en la enseñanza media, que es
una excelente iniciativa pero que durante 1970 sólo
se aplicó en 22 escuelas oficiales y en 1971 afectará
exactamente al mismo número, por lo cual si el ritmo
de transformación del régimen laboral docente
en esas casas no se apura un poco, tardaremos más o
menos unos cuarenta años hasta que toda la enseñanza
media argentina haya salido del nefasto sistema de nombramiento
de los docentes por hora de cátedra, en cambio de ser
designados por "cargo" en un solo establecimiento.
Por último, debe recordarse que este año comenzará
a funcionar el sistema de formación del magisterio
para la enseñanza elemental en los institutos de formación
docente, en reemplazo de las antiguas escuelas normales de
nivel secundario. En los nuevos institutos se exigirá
para el ingreso haber concluido la escuela media y se otorgará
el título de "profesor de nivel elemental".
Es
algo, pero muy poco
El balance nos permite arribar a conclusiones negativistas.
Sin duda se han hecho adelantos y los principios que se manejan
desde el punto de vista de las reformas estructurales proyectadas
son sanos. Pero considerando las gravísimas fallas
que el sistema educativo argentino afronta desde hace tanto
tiempo y la urgencia con que debieran ser encaradas, sobre
todo porque en este terreno lo que se hace ahora sólo
comienza a dar sus frutos mucho después, bien podríamos
decir que al gobierno surgido en junio de 1966 se le podría
reprochar, en el plano educativo, haber llegado a principios
de 1971 sin haber sido capaz de realizar transformaciones
de fondo que de verdad alteraran la situación encontrada
en aquel instante.
Personalmente,
lamentamos profundamente que el año se inicie con tan
escasas novedades, las que por otra parte apenas si afectan
a un porcentaje minúsculo de establecimientos y de
alumnos y lamentamos que centenares de viejísimos vicios
organizativos y pedagógicos de nuestro sistema escolar
continúen en pie sin que podamos decir que existen
perspectivas de que en un lapso razonable serán atenuados
o suprimidos. Nos apena ver que a lo largo de cinco años
no ha sido posible encontrar los medios adecuados para terminar
con una organización que sigue impidiendo a los rectores
de los establecimientos de enseñanza media tomar medidas
urgentes de prevención en los casos en que elementos
docentes o administrativos o de maestranza, en forma flagrante,
constituyen peligros para la formación de la juventud
o para la marcha del establecimiento. Que se haya dado un
paso atrás gravemente perjudicial en el régimen
de jubilaciones para el personal docente consagrado por la
ley 14.473, que no beneficiaba a los maestros y profesores
sino a la obra de la educación, al permitir el retiro
en una edad en que abundan quienes ya carecen de aptitudes
y de voluntad espiritual para continuar en una faena que exige
condiciones físicas y psíquicas particulares.
Que nuestros jóvenes continúen egresando de
la escuela secundaria sin saber historia argentina; sin dominar
un idioma vivo; con ninguna preparación ocupacional;
que prosigan buscando a tientas su rumbo ulterior porque en
absoluto se atiende a la finalidad de la orientación;
que de la escuela primaria continúen egresando grandes
cantidades de niños con deficiencias fundamentales
en el manejo de la lengua escrita; y, en síntesis,
que la Argentina no haya encontrado todavía la decisión
política indispensable para encarar y poner en marcha
una transformación profunda de su sistema escolar.
Paradójicamente,
nadie acusa al gobierno ni a las autoridades educativas por
esto. Sino que, por el contrario, se escuchan coros de lamentos
como si a partir de 1971 fueran a ocurrir cosas dramáticas,
cuando según lo que hemos dicho, lo que está
por ocurrir de nuevo –y al margen de su valor positivo
o negativo– alcanza proporciones modestísimas.
Obras
y palabras
Suele afirmarse que el Ministerio no ha informado a la opinión
pública y que procede desde el sigilo de los despachos.
Creemos, en cambio, que el Ministerio de Cultura y Educación
ha hablado con exceso de "la reforma". Ojalá
hubiera hablado menos y transformado más. Prácticamente
desde los primeros instantes después de agosto de 1966
se ha agitado, un poco sin ton ni son y más bien con
afanes de demostrar imagen revolucionaria ante instancias
gubernativas superiores, una bandera, la reforma educativa,
que al fin terminó por convertirse en una especie de
fantasma que se cierne amenazados sobre alumnos, padres, docentes
y la sociedad entera. El pecado de las autoridades educativas
ha sido hablar demasiado de proyectos no suficientemente meditados
y de los cuales lo que en última instancia pueden poner
en práctica es muy poca cosa. Como ejemplo típico
cabe citar lo que ocurre con el proceso de "redimensionamiento"
de la Universidad de Buenos Aires y de creación de
nuevas universidades nacionales. Hace tres años que
las autoridades del Ministerio aceptan que debe hacerse un
estudio integral de ese problema, porque las necesidades del
"redimensionamiento" y de las "creaciones"
son indudables, pero, según parece, tales tareas no
pueden concretarse sin concluir previamente aquel famoso estudio
integral. Lo cierto es que en ese sentido no se ha hecho absolutamente
nada y que no se advierte verdadera intención de hacerlo,
con o sin estudio previo.
Más
claro todavía es lo que sucede con el proceso de transferencia
de las escuelas primarias nacionales en provincias, las viejas
escuelas Láinez, a la jurisdicción de sus respectivos
gobiernos locales. Hace cuatro años que se habla de
esto como si al día siguiente fuera a concluirse con
el traspaso. Pero lo transferido hasta hoy es insignificante.
Un enorme porcentaje de esas escuelas sigue funcionando bajo
la dependencia directa del Consejo Nacional de Educación,
a pesar de leyes terminantes y de órdenes que en su
momento dio el presidente Onganía y que hacían
sospechar que la transferencia habría de concretarse
de inmediato bajo pena de destierro, o poco menos, de los
funcionarios o gobernadores remisos. Sin embargo, a pesar
de que lo hecho es casi nada, se ha logrado una gran agitación
y una fuerte oposición. Como siempre, el gobierno y
el Ministerio han hablado mucho y actuado poco. Y en lo poco
que han actuado no han podido resolver problemas menudos,
casi insignificantes, de orden burocrático, que justifican
los temores y las oposiciones a esa línea política
de transferencias.
Otro de los fantasmas que se han agitado con exceso es el
de la escuela intermedia. Se ha halado tanto del tema que
se ha conseguido generar una inmensa confusión. Porque,
además, cada uno de los funcionarios que ha tocado
el tema lo ha hecho según su propia interpretación.
A tal punto que el organismo que debiera llevar la mayor parte
de las responsabilidades en la puesta en marcha de esa novedad,
o sea el Consejo Nacional de Educación Técnica,
prácticamente –y dejando de lado, por supuesto,
las participaciones formalistas con las cuales se pretende
a menudo desmentir las realidades esenciales– está
totalmente al margen del proceso y en la medida de lo posible,
sus autoridades se preocupan de no mezclarse con él
más que lo indispensable como para poder alegar su
adhesión a una causa que no comparten.
El Ministerio
de Cultura y Educación ha demostrado además
a lo largo de los últimos años, que mantiene
intactas –casi debe reconocerse esta fortaleza como
virtud– sus modalidades funcionales de hace varias décadas,
determinantes de una absoluta incapacidad operativa aún
para asuntos pequeñísimos. Este problema, por
supuesto, no es de hombres. El mejor ministro, los mejores
subsecretarios y los mejores directores generales o presidentes
de consejo no podrán superarlo. Porque el problema
es algo así como si todos ellos fueran óptimos
marinos a quienes se les pone en las manos una flota técnicamente
inútil para las tareas bélicas: podrán
quizá morir heroicamente con sus naves, pero jamás
ganar la guerra. Podrán, también, cumplir actos
magníficos de destreza y en un instante dado ganar
una batalla. Pero cuando se queden sin combustible y tengan
que esperar tres días su reposición mientras
el enemigo se viene encima en tres horas, la destreza y el
heroísmo concluirán su misión. A esa
incapacidad operativa del Ministerio de Cultura y Educación,
y de la cual no son culpables quienes transitoriamente ocupan
cargos en él, se sumó otro factor negativo,
éste sí directamente reprochable al equipo actual.
Consiste en una notable falta de claridad y de habilidad para
manejar la información y para llegar a la opinión
pública. Las cosas más sencillas se han difundido
confusamente y mal. De esta ventaja han aprovechado con inteligencia
quienes no están de acuerdo con los principios o las
tendencias del Ministerio y nada les fue más fácil
que ahondar la confusión, la desorientación
y los temores hasta límites extremos.
En síntesis:
frente a un equipo gubernamental que en el área educativa
–como en casi todas las restantes, salvo excepciones
transitorias– muestra incapacidad operativa, confusión
en los fines que quiere alcanzar e incoherencia en los equipos
humanos, se alza, enfrente, una oposición que no está
dispuesta a separar los principios sanos de los errores de
una puesta en marcha y que está decidida a derribar
a los grupos que no respondan a sus convicciones políticas
e ideológicas. Como espectadores, se hallan una sociedad
indiferente ante los mayores problemas políticos y,
consecuentemente, más que nada indiferente ante los
de carácter educativo que ni siquiera tiene la repercusión
inmediata de un aumento de sueldos o de impuestos, y un conjunto
de personal docente muy poco alentado desde el punto de vista
salarial y de las leyes de jubilaciones y partícipe
de la confusión y desorientación de toda la
ciudadanía.
Entre
el optimismo y el pesimismo
El panorama que hemos descripto no es, lo sabemos, optimista.
Pero un diagnóstico objetivo vale si es cierto y no
por otra cosa. El optimismo o el pesimismo son, después
elementos subjetivos que dependen de la personalidad de quien
analice el caso o de las probabilidades que puedan asignarse
para mejorar el cuadro descripto.
Desde
nuestro punto de vista, entendemos que existen algunas perspectivas
favorables, siempre que se dé una condición
previa acerca de la cual no entraremos ahora a discurrir,
porque nos llevaría a un terreno muy diferente, y que
sólo enunciaremos: se trata de que el país halle
un mínimo de claridad y de posibilidades en su drama
político actual. Si se da ese fenómeno, en el
campo educativo se pueden abrir posibilidades positivas porque,
a pesar de todo, ha quedado del proceso recorrido desde 1966
a hoy una agitación que, en medio de abundantes confusiones
y elementos negativos, no puede dejar de ser útil al
haber terminado por despertar una conciencia indiscutida de
la necesidad de transformaciones en el sistema escolar tradicional.
Pero
se requiere después, que el Ministerio de Cultura y
Educación conquiste en instancias gubernativas más
altas, una capacidad de acción administrativa y técnica
de que hoy carece y que integre sus cuadros humanos con mayor
coherencia, a fin de que todos los sectores que lo componen
–sin olvidar el universitario– procedan armónicamente.
Luego, será necesario restablecer un diálogo
con organismos gremiales y grupos docentes que nucleen personas
capacitadas y honestas, con las cuales es urgente romper un
enfrentamiento que será siempre estéril.
Todavía
quedan en pie –mientras no se los deforme al aplicarlos
experimentalmente– algunos principios básicos
de política educativa sanos y honestos. Será
necesario enmendar mucho errado y, sobre todo, poner orden
y claridad dentro de un panorama caracterizado por la confusión.
Si no se dan en el orden político las condiciones que
hemos indicado, y si el Ministerio no puede lograr las que
para él creemos que son indispensables, mucho tememos
que el año 1971 represente una etapa en la cual los
pasos negativos superarán ampliamente a los positivos.
El sector educativo no podrá dejar de formar parte,
en tal supuesto, de una situación generalizada de desorientación
y conflictos, que a corto plazo puede conducir al país
al caos institucional.
Actualización
de un viejo problema
de Política Educativa
Separata
de la Revista Universidades, Nº 7-8
Dentro
del campo de la Política Educativa existen actualmente
ciertos temas un tanto oscurecidos por las grandes polémicas,
de tipo ideológico que en ese terreno suelen desarrollarse.
Sin embargo, algunos de esos temas tienen una importancia
decisiva y a menudo pueden servir para aclarar puntos capitales
de la legislación y organización escolar. Sucede
también que otros asuntos desaparecen durante un tiempo
de la primera plana de las preocupaciones de los estudiosos
de esta materia y renacen más tarde, aunque con nombres
nuevos que los tornan irreconocibles, lo cual acarrea la desventaja
de hacer perder de vista todo lo que sobre ellos se haya dicho
o escrito con anterioridad. Un caso típico de lo que
acabamos de explicar es el que sucede con el tema del "financiamiento
de la educación", tal como se denomina ahora un
viejo asunto que desde mediados del siglo pasado mereció
la atención de los interesados en los problemas educativos.
Este
punto presenta las dos características que hemos señalado:
por un lado es el resurgimiento de un tema antiguo, pero con
terminología nueva que pretende hacer creer que se
está en presencia de grandes novedades, cuando a menudo
resultaría útil el "retorno a las fuentes"
de la Política Educativa para hallar soluciones óptimas.
Pero además, el tema no resulta de los preferidos para
su consideración y análisis. Un poco por el
general desdén que existe en nuestro medio –y
dentro del ámbito pedagógico, netamente orientado
hacia el psicologismo y metodismo– con respecto a los
estudios superiores de Política Educacional y otro
poco porque suele creerse que la preocupación por los
aspectos económicos de la educación es poco
"académica". Lamentablemente, las mejores
concepciones educativas, los planes mejor logrados, los métodos
mejor fundados y los estudios psicológicos más
perfectos, resultan siempre inoperantes si no van acompañados
de realizaciones educativas concretas. Y estas no se logran
si se ha olvidado la base económica sobre la que se
asientan aquellos ideales. Se alegará que obtener esas
bases ya no es responsabilidad del educador, sino de los políticos
o de la sociedad en general. Cierto: pero es asimismo verdadero
que el estudioso de os sistemas económicos educativos
puede aconsejar, ilustrar y en última instancia dilucidar
numerosos puntos que resultan decisivos en la organización
escolar.
En nuestro país, los estudios pedagógicos de
los últimos veinte o treinta años marchan en
forma muy despareja con la realidad educativa, entre otras
razones porque esta realidad permanece al margen de aquellos
estudios. Alguna vez hemos dicho que sería absurdo
que, después de haberse descubierto los antibióticos
modernos, la gente continuara muriendo sin que fueran empleados
estos procedimientos. Algo así pasa, sin embargo, en
el campo educativo: disponemos de numerosos elementos pero
no los usamos. Es que los educadores, en nuestro afán
de perfeccionamiento, hemos descuidado asentar los pilares
sobre los que construiríamos el nuevo mundo escolar.
En el
siglo XIX el tema de las rentas escolares o del financiamiento
de la educación se refería casi exclusivamente
a la enseñanza primaria. Hoy, todas las consideraciones
y proposiciones de entonces pueden extenderse, sin mayores
dificultades, al campo de la enseñanza de segundo grado
y –aunque con algunos inconvenientes– al terreno
de los estudios técnico-profesionales. El problema
mayor surge con respecto a los estudios universitarios, que
en nuestros tiempos deben enfocarse con visión muy
distinta que hace cien años. Sin embargo, exigen algunos
aspectos comunes a la problemática del financiamiento
educativo elemental, medio y superior.
En primer
término, débense señalar las siguientes:
necesidad de la permanencia de las rentas educativas (o sea
que no dependan de los arbitrios presupuestarios de cada año);
autonomía para el manejo de las mismas por parte de
las autoridades educativas respectivas; conveniencia de que
parte, al menos, de las rentas educativas, se obtenga por
impuestos directos, es decir, afectados directamente al fondo
escolar, evitándose su paso por las contadurías
generales.
Pero luego viene un aspecto en el que el problema de las rentas
comprende diferencias esenciales según sea el tipo
de enseñanza: elemental y media o superior. Para la
enseñanza elemental y media conviene el tipo de renta
local o municipal; para la enseñanza superior es indispensable
contar con rentas de tipo central.
Veamos
el asunto de las rentas locales o municipales para la enseñanza
de primero y segundo grado. En la República Argentina
hemos perdido, en general, el sentido municipalista. Las autoridades
comunales han visto siempre disminuida su eficacia por la
ingerencia del poder central y así como nuestro federalismo
cedió ante un unitarismo centralizador, el régimen
municipal fue casi siempre un formalismo carente de vida auténtica.
Entre otras razones, la decadencia del municipalismo se debió
a su incapacidad de desenvolvimiento económico autónomo.
Una ciudad que carece de la posibilidad de pavimentar sus
calles, o iluminarlas, sin implorar la ayuda o la contribución
del poder central, jamás desarrollará un auténtico
sentido de vida municipal independiente. Este fenómeno
se acentúa en lo referente a lo educativo. Si en algún
asunto el pueblo debe tener conciencia clara de sus derechos
y de sus deberes, es en el de la enseñanza. Y esa conciencia
se logra y se sostiene –la realidad es esta, aunque
nos parezca dolorosa– mediante una responsabilidad directa
y visible en los aspectos de la conducción y del sostenimiento
de la vida escolar. Los impuestos de tipo general, entregados
a un poder central que los distribuye luego mediante complicados
y gigantescos mecanismos, son siempre resistidos por el pueblo,
que sospecha –a menudo con razón– de la
justicia de esas distribuciones y aún de la ecuanimidad
de los mismos impuestos. Las rentas de aplicación directa
y local tienen la ventaja de que su aplicación "se
ve" y el pago se hace hasta con entusiasmo. Además,
es mucho más fácil vigilar la aplicación
de los impuestos dentro de presupuestos y organismos pequeños,
dado que los sistemas contables apenas pasan las cifran modestas
de una administración municipal, se convierten en enigmas
sólo accesibles a los especialistas.
En nuestro
país, dos prohombres de la época de la Organización
Nacional, que defendieron ideas muy opuestas en el aspecto
filosófico y religioso, coincidieron, sin embargo,
en numerosos puntos de organización y legislación
escolar. Sarmiento y Estrada, en efecto, lucharon codo con
codo –puede decirse metafóricamente– por
implantar principios de Política Educativa que reputaban
excelentes, y entre estos principios se cuenta, precisamente,
el de la renta directa y local.
José Manuel Estrada insiste reiteradamente en todos
sus escritos en el concepto de que el pueblo, al pagar impuestos
directos y locales para la educación, tendrá
interés en "vigilar su dinero" y se preocupará
de que la enseñanza esté bien dotada y asegurada.
Fue también partidario de establecer tasas especiales
sobre las propiedades y en un proyecto propio pedía
una contribución del uno por mil sobre sus valores,
mientras que posteriormente fue ardiente defensor de un proyecto
de los convencionales de Buenos Aires que establecía
la tasa del dos por mil. Se inspiró además en
ejemplos norteamericanos y citaba el caso de una población
de los Estados Unidos en el cual los ciudadanos dejaron de
ocuparse de los asuntos educativos cuando la Legislatura del
Estado suprimió los impuestos directos para tal fin.
Sarmiento,
por su parte, defendió principios idénticos.
En su famoso capítulo "De la renta", del
volumen Educación popular de sus obras completas, hace
un análisis completo de los sistemas vigentes en aquella
época en Francia, Prusia, Holanda y los Estados Unidos,
y sostiene que la contribución directa y local puede
llevar a "milagros" tales como que el pueblo solicite
el aumento de la contribución destinada a la enseñanza.
El pensamiento fundamental de Sarmiento puede verse en el
siguiente párrafo: "Uno de los inconvenientes
de los malos gobiernos, y al nuestro le viene este título
por herencia, es excitar odios contra la contribución,
por la ignorancia en que cada uno está de la manera
que su dinero va a las arcas públicas, y el cómo
vuelve a influir en su bienestar personal. Las contribuciones
indirectas son entonces causa y efecto de este sentimiento
de aversión que anima a todos los contribuyentes por
lo vago, lo indefinido de las cargas y de la inversión.
Así, es preciso arrebatar a los pueblos la renta pública
en las puertas de las ciudades marítimas, so pena de
no dejarlos entrar si no dejan escalfar una porción
de lo que introducen en las aduanas, para que crea que es
al extranjero a quien se le hace pagar el doble valor que
con los derechos han adquirido los vestidos que lleva puestos,
el tabaco que fuma, el papel en que extiende sus escrituras,
etc. El buen gobierno, por el contrario, conociendo por el
censo y el catastro, la persona y la propiedad contribuyente,
recurre directamente a ese fondo común para llenar
una necesidad probada y sentido por los contribuyentes mismos;
entonces la renta es directa, pesa en proporciones conocidas,
nadie o todos se quejan, y si el objeto a que se destina es
inmediato y popular, el pueblo, lejos de negarse o proveer,
la satisface con holgura y aún la aumenta espontáneamente,
como sucede con la de la educación pública en
Massachusetts, para la que no hay el intermediario de autoridades
extrañas, ni va este dinero a confundirse con los otros
del Estado".
En los
párrafos precedentes quedan dichas dos de las ideas
claves del financiamiento escolar: que el objeto de los impuestos
sea inmediato y visible con facilidad por los contribuyentes
y que los fondos recaudados no pasen por las contadurías
centrales, sino que vayan directamente a las autoridades escolares
encargadas de su utilización efectiva.
En la
Argentina tenemos a este respecto un triste ejemplo de cómo
la negación de estos principios esteriliza y anula
buenas iniciativas. Se dirá que ello ocurre también
por falta de ética de los gobiernos o de los gobernantes,
y es verdad, pero la experiencia enseña que ello ocurre
muy a menudo y es necesario impedirlo. No mostraríamos
el caso en una publicación destinada a la América
Latina si no tuviéramos un doble convencimiento que
estos males son comunes a casi todos los pueblos de este continente
y que es necesario conocerlos para poderlos evitar. En 1956
se dictó un decreto-ley que establecía un impuesto
especial para resolver el grave problema de la edificación
escolar en la Argentina. Se trataba de un porcentaje –el
15%– sobre el precio de las localidades de todas las
salas cinematográficas y teatrales del país.
Se puso en práctica de inmediato, pero después
de más de cinco años de ser recaudado implacablemente,
no se conoce un solo establecimiento levantado con esos recursos.
Si se hubiera tomado la preocupación de que las sumas
recaudadas no pasaran por los organismos económicos
centralizados, sino que fueran percibidas directamente por
los interesados –Consejo Nacional de Educación,
Dirección de Arquitectura del Ministerio de Educación
para la parte de la enseñanza media, Consejo Nacional
de Educación Técnica y Universidades nacionales,
en forma proporcional según lo dispusiera la misma
ley– esos fondos ya estarían convertidos en edificios
escolares. Si la contribución, en cambio de ser general,
de índole nacional, hubiera sido de tipo municipal,
los contribuyentes podrían haber exigido con más
facilidad su uso debido y hubieran tenido la oportunidad de
ver por sí mismos el empleo de sus contribuciones.
Es probable, entonces, que ocurriera también entre
nosotros el "milagro" que nos asombra en otras tierras:
el pedido de aumento de los impuestos por parte del mismo
pueblo.
No se diga que esto es ilusorio. Existen localidades donde
los habitantes pagan de sus bolsillos sumas muy altas para
sostener establecimientos educativos de distinta naturaleza
–oficiales y privados– y lo hacen con muy buena
voluntad. Pero hay para ello una razón fundamental:
pueden fiscalizar sus dineros y ven concretamente su utilidad.
Esto
está referido principalmente a la enseñanza
elemental y media, como dijimos en un principio, pero tampoco
está desconectado totalmente del ámbito universitario.
La contribución local en forma exclusiva no puede ser
propia de la enseñanza universitaria porque es de la
naturaleza de la Universidad atender esferas de influencia
mucho mayores que las que abarca un ámbito municipal.
Sin embargo, la tan famosa y buscada conexión de la
Universidad con la comunidad en la cual se halle ubicada puede
comenzar a desarrollarse muy adecuadamente desde el punto
de vista de la contribución económica impositiva
directa. De cualquier manera, se debe reconocer que desde
el punto de vista financiero por lo que respecta a la Universidad,
los puntos esenciales que se deben defender son el impuesto
directo y la autonomía en la percepción de los
fondos. Por supuesto, pienso, personalmente, que esta autonomía
no implica falta de responsabilidad en el manejo ulterior
de los fondos. Por el contrario, a mayor autonomía,
mayor responsabilidad. La Universidad debe rendir cuentas
muy claras a la sociedad, al Estado, a la Nación, en
fin, de tal manera que pueda demostrar acabadamente que aquella
autonomía financiera le ha sido otorgada para el beneficio
común y no para el de grupos o equipos privilegiados.
En síntesis: en este tema tan actual del "financiamiento
escolar" creo que es muy prudente volver la vista hacia
los principios esenciales que sobre él se enunciaron
en el siglo pasado cuando el tema recibía el nombre
de "rentas escolares" y se aplicaba casi exclusivamente
al campo de la enseñanza elemental. Aquellos principios
–ya enunciados: impuestos directos y municipales y autonomía
financiera de los organismos educativos sin intervención
de los poderes centrales– podrían resolver cuestiones
muy arduas de la Política Educativa contemporánea,
que afronta un problema económico de magnitud creciente,
puesto que la universalización o al menos crecimiento
muy grande de la enseñanza de segundo grado, ya sea
en su faz general o profesional, y el crecimiento también
constante de la enseñanza superior, hacen tambalear
las viejas organizaciones escolares e impiden el nacimiento
de otras. Tengo para mí, finalmente, que la aplicación
honesta de los principios enunciados podría, por añadidura,
moderar, si no suprimir, polémicas que a menudo impiden
obras fructíferas al crear enconos innecesarios. Explicar
este último punto sería, sin duda, salir de
los límites de este artículo, pero quede dicho
al menos que más de un debate entre los padres o de
las comunidades religiosas y los del Estado, quedarían
muy morigerados si los principios financieros de localismo
y autonomía se respetaran, ya que ellos llevan de consumo
la aplicación de otros que resguardan los derechos
de unos y otros en forma equilibrada. Pero este es, como digo,
otro tema. Baste enunciarlo como demostración final
de que la problemática de la Política Educativa
se entrelaza indisolublemente y no es posible considerar aisladamente
ninguno de sus puntos.
Este
aislamiento y los prejuicios contra el estudio de esta materia
en el nivel superior son causa desdichada de equívocos
y de estériles discusiones. Comenzar a superar estos
errores por la vía de la atención a los problemas
económicos que afectan el desarrollo de toda la obra
educativa puede ser un buen comienzo.
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