Artículos
publicados en la Revista Cátedra y Vida
Bibliografía
pedagógica
Christopher
Dawson, La crisis de la educación occidental,
Buenos Aires, Emecé, 252 páginas.
Publicado en el Nº 49 de marzo y abril de 1964.
Tres
grandes temas constituyen la trama central de esta obra, y
cada uno es un aporte magnífico por su claridad y por
la precisión con que queda caracterizado. El primero
se refiere a la esencia o a lo distintivo de "lo occidental".
Este término, tan impreciso a menudo, tan usado en
todo tipo de consideraciones, tan amplio en su extensión,
casi nunca queda suficientemente definido ni entendido. Suele
dárselo como un "presupuesto", sobre el cual
todos nos entendemos, pero no es así, y por el contrario,
la verdad es que suele constituir frecuentemente causa de
malos entendidos y de confusión en las ideas y en las
doctrinas. Dawson lo analiza cuidadosamente y recuerda que,
en síntesis, Occidente es Europa, y Europa es la suma
de tres grandes fuentes culturales: la tradición heleno-romana;
las culturas de los pueblos bárbaros con sus caracteres
vernáculos y propios del terruño de cada cual;
y el cristianismo. Una breve sucesión de páginas
le basta luego para resumir el desenvolvimiento histórico
de Europa, a través de sus instituciones educativas,
y pinta hermosos trazos –el color y la luz se deslizan
en los párrafos que retratan el florecimiento intelectual
del Medio Evo y los acontecimientos del Humanismo, del Renacimiento,
del Iluminismo– como fue compaginándose una cultura
"occidental" que no es sino la "cultura cristiana".
De aquí, no hay más que un paso a su tesis central:
para comprender nuestro mundo de hoy, aún con su secularización
política y económica, aún con su laicización
de grupos, de instituciones y de individuos, aún con
su comunismo teo, aún con su materialismo y su capitalismo
crudo y descarnado, aún con su tecnología en
apariencia brutal, es necesario comprender el sentido del
cristianismo y estudiar la cultura cristiana ni que formar
hombres religiosos.
El
segundo gran tema lo constituye el estudio y la perspectiva
histórica original de la civilización norteamericana,
con la indicación de cómo se ha desenvuelto
el espíritu del cristianismo –y luego del catolicismo
en particular– en el seno de esa nacionalidad.
Finalmente,
el autor esboza cómo ha de estudiarse la cultura cristiana
en forma concreta dentro de los planes escolásticos,
sugiere programas concretos y desenvuelve experiencias personales
y ajenas en esta materia.
Todo
el conjunto es un inestimable aporte para cualquier investigador
de los problemas educativos y sociales de nuestra hora y por
supuesto no solamente para los católicos, ya que las
consideraciones de Dawson alcanzan interés sumo para
cualquier hombre de nuestra época. A nuestro entender,
lo mejor de la obra es que constituye un llamado de atención
doble: a los no católicos y a los no religiosos en
general, para que adviertan el significado de una religión
dos veces milenaria en la realidad del mundo contemporáneo
y en la estructuración mental de toda una civilización,
que es la nuestra, por otra parte; y a los católicos,
para que comprendan que su religión no es una postura
"contra-el-mundo" sino una "situación-en-el-mundo";
que no se trata de negar la técnica ni la materia sino
de colocar la técnica y la materia en la órbita
del cristianismo, y de recordar –en fin– que también
la tecnología occidental es fruto de la civilización
cristiana.
Añadamos
que la contextura de la obra, por su rigor lógico,
por el esquematismo con que está concebida, por su
armazón, digamos, es admirable. El poder de síntesis
de Dawson es tan grande que en pocas páginas dice lo
que muchos tratados no alcanzan a definir bien en ocasiones
y el método con que va deshilvanando su pensamiento
es tan perfecto, las conclusiones se encadenan con tanta exactitud
y las ideas se deslizan con tanta armonía, que de toda
la lectura se desprende un gozo que de lo racional pasa a
lo estético.
Publicado
en el Nº 50 de mayo y junio de 1964.
Jean
Laloup y Jean Nelis: Hombres y máquinas (Iniciación
al humanismo técnico). Ed. Dinor, San Sebastián,
España.
"Viviendo en medio de jóvenes, los autores se
han dado cuenta de hasta qué punto la técnica
se ha apoderado de la psicología de la juventud. ¿Habría
que ver en esta admiración excesiva una manía
ridícula, una seducción efímera? ¿O
más bien la señal de una vocación histórica?
No se mirará con malos ojos a los autores por haber
tomado las cosas en serio y por haber optado por la segunda
hipótesis: ellos son del parecer que las jóvenes
generaciones, llamadas a vivir y a obrar en una civilización
más técnica todavía que la nuestra, están
desde ahora misteriosamente preparadas para ella. Pero, si
esto es así, ¿no es acaso urgente poner las
cosas claras a la juventud acerca de la real significación
del hecho técnico? ¿Se tiene acaso el derecho
de dejarlas en manos de sus sentimientos inmediatos sin intentar
orientar su juicio sobre valores tan importantes? Por otra
parte, ¿no es acaso necesario que las humanidades tradicionales,
al mismo tiempo que permanecen fieles a su primera inspiración,
se abran a estas nuevas preocupaciones y que dibujen los trazados
de un "humanismo técnico"?
El
párrafo que hemos transcripto, tomado del prefacio
de la obra "Hombres y máquinas", revela claramente
el sentido de la misma y las intenciones fundamentales de
los autores. Muestra, también, la urgencia de la realidad
vital que enfocan y permite atisbar la línea de pensamiento
que se sigue a lo largo de sus páginas.
Tres
partes constituyen el núcleo del volumen: "El
hecho de la técnica"; "Las incidencias de
la técnica" y "Las normas de la técnica".
En
la primera se describen las etapas evolutivas de la ciencia
y de la técnica mediante un análisis cuidadoso
y de gran mérito didáctico. Al referirse a la
historia de las técnicas, los autores recuerdan que
se pueden señalar tres grandes períodos: el
del útil, el de la máquina y el del autómata
(o de la automatización). El útil es un instrumento
que se adapta a la mano del hombre y que funciona como prolongación
del hombre o como perfeccionamiento o complemento: el martillo,
la tenaza, la lanza. El hombre los usa según su voluntad
individual y el útil sigue el ritmo que el hombre le
marca. La máquina, en cambio, exige que el hombre se
adapte a ella y siga su ritmo. La máquina no está
hecha según las necesidades laborales del hombre individual.
El útil sirve al artesano; el obrero sirve a la máquina.
El útil y la máquina no han desaparecido de
la vida actual ni desaparecerán: siempre seguirá
existiendo con sus características esenciales. Pero
hemos entrado en otra era técnica: estamos en la era
de la automatización. ¿Qué es lo que
caracteriza a este nuevo momento en la historia de la técnica?
Por un lado, lo propio de la automatización es que
las máquinas realizan por sí mismas una cantidad
de acciones que antes debían ser cumplidas por el hombre:
se recargan en el momento oportuno; se detienen si hay fallas
(se autoadvierten de las fallas).
En
una palabra: la intervención humana se reduce notablemente.
Con esto el trabajador gana en un aspecto fundamental: se
vuelve a independizar del ritmo de la máquina. Ya no
es más su esclavo. La máquina no necesita ahora
la mano del hombre que ajuste rítmicamente –e
implacablemente– un determinado detalle de su funcionamiento.
La obrera empaquetadora que no podía dejar de hacer
su parte a un ritmo uniforme so pena de provocar un desastre
en la línea, ya no tendrá razón de ser,
porque la línea automatizada, prácticamente
no necesitará obreras. Además, el hombre gana
en dignidad, porque lo que ahora debe hacer es vigilar la
máquina y esta función requiere una calidad
intelectual mucho más alta que la del servidor de la
máquina.
Sin
embargo, ¿qué sucede en la vida concreta del
hombre y en el marco social y político –y aún
en el espiritual y en el religioso– mientras la técnica
presenta todas estas singularidades? ¿Qué está
sucediendo ahora? ¿Qué se prevé que ha
de suceder? Todo esto es lo que considera la segunda parte:
"Las incidencias de la técnica", y de la
cual sus páginas mejores son, a nuestro juicio, las
que se refieren a "Economía y técnica".
Finalmente,
en la tercera parte, señalamos como decididamente notables,
los capítulos que tratan el tema "Humanismo y
técnica" y "Religión y técnica".
La
obra, en su conjunto, no presenta una postura que pueda calificarse
como "contraria a la técnica" ni tampoco
como apriorísticamente favorable a ella y a todas sus
consecuencias económicas, políticas y sociales.
Por el contrario, los autores realizan un análisis
objetivo y serio de muchos fenómenos positivos y de
otros negativos. Creemos, inclusive, que en la descripción
de los aspectos negativos hay cierta exageración o
cierto dejarse llevar de conceptos corrientes que no resisten
análisis serenos. En nuestra opinión –que
reconocemos más optimista con respecto a las consecuencias
humanas y sociales de la era de la tecnología que los
juicios de la mayoría– hay algunas objeciones
totalmente carentes de fundamento. Pero esto tiene, con todo,
una virtud: al exponerlas, los autores demuestran que en modo
alguno desconocen o dejan de considerar todo lo que se argumenta
contra las circunstancias actuales, provocadas por las técnicas
de nuestros días, y por esto mismo adquieren mayor
valor sus conclusiones finales referentes al optimismo con
que debemos mirar la situación y a los beneficios innegables
que debemos acreditar en el haber de la técnica.
Fundamentalmente,
los autores comienzan por reconocer un hecho que está
más allá de todas las opiniones y de todos los
juicios personales, más allá, en fin, de todas
las discusiones y de todas las argumentaciones, en cuanto
es una realidad objetiva e inmodificable: "el hombre
–recuerdan– está irremisiblemente ligado
a la técnica: la supresión del substrato técnico
sería una catástrofe para la humanidad".
Al
terminar el capítulo sobre "Humanismo y técnica",
dicen: "Desechando las concepciones según las
cuales la técnica sería neutra o mala, nosotros
le reconocemos un valor positivo por que transforma la materia
bruta en materia inteligente y activa. Pero, a pesar de eso,
ante ella el hombre debe guardar un equilibrio interior: debe
considerar la actividad técnica como una de sus funciones
y, por consiguiente, no tiene que relegar al olvido las otras
facultades: debe hacer uso de los objetos técnicos
como se hace uso de los medios y no buscarlos como fines en
sí".
Resumir
el último capítulo es difícil, por la
riqueza de contenido que presentan sus apenas cuarenta páginas.
Los autores señalan que toda materia, trabajada por
el hombre, recibe una "dignidad" nueva, una especie
de "santificación", por cuanto el hombre
es un artífice de la materia sólo en tanto Dios
lo ha provisto de su capacidad creadora y transformadora de
la materia. Además, "cada movimiento técnico
está revestido de una significación de eternidad;
cada aparato, cada máquina es una etapa nueva hacia
la consumación de todas las cosas: una consumación
que significa no destrucción, sino plenitud, perfección,
cumplimiento".
En
síntesis, y para decirlo con las mismas palabras de
los autores, con las que abren el capítulo y que reseñan
todo el resto: "Dios es el creador de la técnica.
No solamente Dios permite, sino que quiere el progreso de
las técnicas. Dentro de su trabajo, el hombre es un
humilde pero real colaborador de la acción creadora:
los objetos que él crea de este modo son el efecto,
el testimonio y el símbolo de la colaboración
humano-divina. De esta forma, todo el trabajo y los frutos
del trabajo se convierten en sagrados; la operación
técnica es sagrada; al poner su mano sobre lo creado
para transformarlo, el hombre coloca su mano sobre la mano
de Dios que opera y obra con inteligencia y amor".
Publicado en el Nº 55 de mayo
y junio de 1965.
"Capacidades
profesionales y su aprovechamiento en la Argentina".
(Investigación realizada por el Departamento de Sociología
de la Universidad Católica Argentina, bajo la dirección
del Dr. José Enrique Miguens, con el patrocinio de
la Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires).
Nos encontramos frente a un estudio de alta importancia, tanto
por el asunto que encara como por la seriedad y la forma en
que fue realizado. Desde que comenzó a pensarse en
la necesidad de adecuar los sistemas educativos de cada comunidad
política a las circunstancias de su situación
económica y cultural en general, y asimismo al futuro
previsible de dichas situaciones, se procuró –y
se procura– obtener recopilaciones de datos objetivos
sobre los cuales fundar las modificaciones que deben introducirse
en la estructura educativa. No hay muchos trabajos hechos
en tal sentido, sin embargo. Los países europeos y
Estados Unidos encuentran una extraordinaria ventaja en la
precisión con que llevan habitualmente sus estadísticas
en todos los terrenos de la actividad nacional. De esta manera,
pueden efectuar aquella tarea preliminar a que nos referimos,
en muy breve lapso y aún puede decirse que algunos
de esos países –el caso de Estados Unidos, por
ejemplo– ni siquiera necesita realizarla, pues la tiene
siempre a mano. A lo sumo, tienen que ocuparse de recopilar,
ordenar o disponer los datos según lo que cada ocasión
les demande. Es innecesario destacar que estos elementos han
de estar actualizados permanentemente y que a mediados de
1965, por ejemplo, ha de contarse con los datos globales básicos
de 1964.
En
los países de América Latina la situación
es muy distinta y si algo se ha avanzado en materia de actualización
y relevamiento censales y estadísticos, se debe en
buena medida a los esfuerzos de organizaciones internacionales
del tipo de la UNESCO o de la FAO, que, o bien efectúan
por sí mismas la recopilación de datos o instan
a los gobiernos a hacerlo. Claro, que, en este último
caso, no siempre podemos confiar en la exactitud de esas estadísticas,
sobre todo por el apuro con que se compilan o por el afán
de utilizarlas como propaganda, aunque no resulten del todo
ciertas.
En
el caso argentino luchamos desde hace años con dos
problemas esenciales: la falta de recursos financieros para
efectuar labores serias y constantes de relevamientos censales
y estadísticos, y la casi imposibilidad de obtener
datos completos, porque la carencia de leyes adecuadas o la
incomprensión y falta de hábito hace que las
diversas jurisdicciones –provinciales, municipales,
nacionales, autárquicas..., etc.–, informan con
retardos notables, o responden sólo a parte de los
que se les solicita, o directamente no informan. Estas circunstancias
determinan a su vez que las estadísticas argentinas
casi siempre padezcan graves faltas de actualidad, y en momentos
de rápidas variaciones sociales y económicas
esto es un aspecto que invalida muchísimos estudios.
(En los últimos años, la obra del Centro Nacional
de Información Educacional y de la Dirección
de Estadísticas del Ministerio de Educación
han logrado notables progresos).
Todo
lo dicho sirve para señalar la virtud esencial de la
obra que comentamos: representa una colaboración inestimable
dentro de aquella escasez de estudios orgánicos de
que el país dispone en materia de planificación
educativa.
Su
primer tomo está destinado a considerar "los problemas
del aprovechamiento del estudiante secundario y la articulación
del sistema secundario con el sistema universitario y el ocupacional";
y el segundo trata del "abandono y frustración
en las carreras universitarias".
No
podemos hacer aquí el análisis exhaustivo de
estos volúmenes, por lo cual nos limitaremos a señalar
algunos de sus aspectos principales y a recomendar a todos
los profesores de enseñanza media su consulta, pues
destacan y señalan cuestiones que explican con claridad
algunos de los problemas fundamentales de ese nivel de la
organización escolar argentina.
Las
conclusiones generales del trabajo señalan, al principio,
que el "sistema de reclutamiento, selección, entrenamiento
y asignación de roles" del elemento dirigente
de toda sociedad, se realiza básicamente a través
de sus sistemas de enseñanza y en primer término
–cualitativa y cuantitativamente– en los niveles
de tipo superior y universitario. Si este sistema funciona
mal o inadecuadamente, "la inversión del proceso
de selección trae consigo una acomodación estructural,
una estratificación social fundada en la incapacidad,
la audacia, el cinismo, la conspiración y la complicidad
en el desacierto, y como resultado societario, la total o
parcial incapacidad para progresar por parte de la sociedad
afectada, cuya desorganización le permite solamente
sobrevivir".
La
gravedad de esta afirmación, referida concretamente
a la Argentina, es obvia, pero a los profesores de enseñanza
media lo que más debe preocupar es que a lo largo del
estudio se desprende de manera indubitable que la principal
responsabilidad en este fenómeno le cabe a la escuela
media. Pero entiéndase bien: no es que los alumnos
lleguen a la Universidad o a los estudios superiores "mal
preparados", como si se tratara de que saben poco de
matemáticas o de física o de historia. No se
trata de una explicación tan simplista: lo que ocurre
es que nuestra escuela media "incapacita" para los
estudios superiores por defectos estructurales –de planes
y programas y metodológicos– y porque no sólo
no orienta sino que "desorienta".
Partamos
de una base inicial: considerando que los países más
adelantados del mundo, absorben hoy en sus aulas superiores
a no más del 30% de los alumnos que concluyen estudios
secundarios, es absurdo que en nuestro país el 88%
de los estudiantes del último año del ciclo
medio se hallen dispuestos a proseguir estudios superiores,
y esto considerando que tres ramas principales del ciclo medio
son de carácter netamente profesional. Aquí
está el error esencial: nuestra escuela media funciona,
por lo tanto, exclusivamente como antesala de estudios ulteriores.
Se concurre a ella como se sube a un escalón, sólo
para acceder al siguiente. Por supuesto, todos los que no
llegan a ese segundo tramo, pasan, desde ya, a integrar el
gran ejército de resentidos o de frustrados. Por otra
parte, como es naturalmente ilógico suponer que ese
88% ha de concluir estudios superiores, comenzamos desde el
principio a cosechar más resentimientos, más
frustraciones, más pérdidas de tiempo y más
incapacitados para otro tipo de tareas efectivamente útiles.
Esto sucede porque la escuela media carece de fuerza y de
organización adecuada para orientar y capacitar ocupacionalmente
a los alumnos.
Hay
algo más que revela la obra comentada: no solamente
se parte de una falla global de orientación del ciclo
medio, sino que la entrada al estadio siguiente se hace, además,
en forma indiscriminada, sin que el alumno que concluye cinco
o seis años de estudios secundarios tenga idea siquiera
aproximada de cuáles son las perspectivas que se le
abren ni cuáles son las exigencias que le aguardan.
O sea que nuestro ciclo medio no lleva a los jóvenes
a actividades laborales concretas ni los capacita para ellas,
pero tampoco los orienta acertadamente para los estudios superiores.
Las investigaciones del equipo que realizó esta obra,
demuestran dos cosas: el notable desconocimiento que los alumnos
del último año de estudios secundarios tienen
con respecto a las carreras universitarias (la gran mayoría
ni siquiera conoce los nombres de todas o de buena parte de
esas carreras, y esto exigiendo sólo que conozcan las
del ámbito geográfico en el que viven) y la
falta de coincidencia, en un número altísimo
de casos, entre los intereses predominantes de esos alumnos
y las carreras que han elegido. Es decir que –siempre
que los tests empleados sean acertados, cosa sobre la que
no abrimos juicio porque no somos especialistas en materia
tan delicada, aunque en principio no nos resultan muy satisfactorios
y nos interesaría un análisis de esto por parte
de otros grupos– los jóvenes argentinos concluyen
sus estudios medios y no han aprendido a distinguir cuáles
son sus intereses.
En
el segundo tomo, al analizarse de preferencia los fenómenos
de deserción o de cronicidad de estudios universitarios,
vuelven a señalarse indirectamente numerosos factores
causales que reflejan sus orígenes en el ciclo anterior.
Finalmente, en las conclusiones generales del trabajo, aparecen
bien descriptos problemas y situaciones defectuosas del nivel
medio.
Ahora
bien: deseamos dejar bien aclarado que con todo lo dicho hasta
ahora no queremos expresar una coincidencia total con esas
conclusiones y ni siquiera con toda la metodología
de la investigación realizada, que creemos puede ser
objetada desde distintos ángulos (para hacerlo nosotros
aquí, además de espacio necesitaríamos
algunas aclaraciones y explicaciones de las que todavía
no disponemos). Con respecto a las conclusiones, en particular,
hubiéramos formulado, personalmente, otras bastante
diversas, e insistimos en lo que ya se ha dicho en algún
comentario periodístico: se advierte que ha faltado
en el equipo un buen especialista en Política Educativa
o un buen tratadista de problemas de la enseñanza media
argentina. Lo que queremos destacar es que estos dos volúmenes
aportan un conjunto de datos y describen una amplia gama de
situaciones que resultan esclarecedoras en cuanto a los problemas
estructurales de fondo de la escuela media argentina, y en
este sentido y aún con el afán de que colaboren
para el perfeccionamiento de las mencionadas conclusiones,
es que no titubeamos en recomendarlos a los docentes secundarios.
Es más: nos atrevemos a sostener que es inexcusable
que la mayoría de estos los desconozcan. Lo contrario
sería persistir en una actitud que Cátedra y
Vida viene denunciando desde hace mucho como altamente perjudicial:
el encerramiento de los profesores dentro del campo específico
de su respectiva materia. Aquí no se trata de Literatura
o de Matemática o de Ciencias Biológicas: se
trata de algo mucho más grave. Se trata del subsuelo
sobre el cual ha de apoyarse cada uno de los contenidos de
la enseñanza media para integrarse en un todo armónico
con fines claros y acertados.
Ismael
Quiles, S. J., Vida y educación en los países
comunistas. Editorial Columba.
Publicado en el Nº 55 de mayo y junio de 1965.
Como fruto de un viaje realizado recientemente por los países
que se hallan "detrás de la cortina de hierro",
el autor brinda en esta obra una aguda visión de aspectos
culturales y escolásticos muy poco conocidos. Adviértase
fácilmente que estas páginas no son sino la
transcripción, casi literal, de los apuntes de viaje
del R. P. Quiles, pero esto no queda dicho a manera de objeción,
ya que por el contrario es este tono el que otorga a la obra
no sólo frescura y amenidad sino una profunda riqueza
de contenido, puesto que su lectura produce una extraña
sensación de estar acompañando al viajero por
su itinerario geográfico y por su no menos excitante
camino de descubrimientos y novedades. En tal sentido, nos
permitimos creer que las entrevistas que quedan aquí
relatadas y que comprenden las conversaciones del autor con
altos funcionarios educativos de los diversos países
visitados, constituyen una de las partes más interesantes
y sugeridoras del volumen. Checoeslovaquia, Polonia y Rusia
quedan así descriptas en lo referente a la organización
de sus sistemas escolares, con lo cual el público de
habla española dispone de un elemento informativo poco
menos que inhallable, ya que todo lo que se le ofrece suele
no ser sino panegírico partidista o ditirambo propagandístico.
La primera parte, destinada a ofrecer una visión conceptual
de tipo genérico sobre lo visto y observado, es un
excelente resumen que facilita muchísimo la tarea del
lector poco preparado dentro de este campo y puede constituir
un aporte inestimable para los estudiosos de la legislación
escolar y la política educativa comparadas. Creemos,
sin embargo, que ulteriores reflexiones (que, quizá,
requerirían datos complementarios) darían ocasión
al autor para elaborar precisiones de mayor valor. Nos permitimos
señalar –sin pretensiones críticas, sino
como propuesta respetuosa, justamente por lo que reconocemos
como sugeridor a la obra que comentamos– que ha faltado
en cierta medida un análisis más detenido de
los aspectos técnicos de la cuestión enfocada
(estructuras escolares, organización metodológica,
detalles mayores en planes, programas, recursos auxiliares,
etc.), y en los comentarios hallamos una cierta confusión,
innecesaria, a nuestro juicio, entre lo que es legislación
y organización escolar propiamente dichas y los enfoques
políticos y filosóficos del régimen.
Es decir: que en los países sometidos al comunismo
los maestros deban ser fieles adoctrinadores políticos,
y que los alumnos no tengan opción para elegir otra
postura mental, no puede ser anotado como elemento negativo
del sistema educativo, sino de la concepción política
y social de ese régimen.
Carlos Alberto Leguizamón, La disciplina
en la escuela secundaria (EUDEBA).
Publicado en el Nº 56 de julio y agosto de 1965.
La importancia fundamental del tema encarado en este volumen
no merecía, ciertamente, un desarrollo de este nivel.
Ninguna sistematización seria; ningún enfoque
de fundamentación filosófica riguroso; ningún
ordenamiento expositivo. Toda la obra se reduce a la mezcla
de reflexiones sueltas sobre lo que el autor cree que es disciplina.
Muchas de esas reflexiones se repiten en diversos capítulos,
sin que el lector pueda explicarse por qué lo que se
dice en una parte se comenta en otra o se reitera más
adelante. Por un lado, la disciplina se refiere a la obra
total de la educación, lo cual es sin duda cierto;
pero entonces no se aclara por qué se considera el
tema en un tratado especial. Luego se hace referencia a la
democracia y a los grandes próceres que organizaron
la escuela popular gratuita y laica. No deja de mencionarse
la gran culpabilidad que tienen los dogmatismos en que las
escuelas cumplan mal su papel –que por otra parte no
se define aquí– y después de confundir
penosamente lo que se llama la "Disciplina tradicional"
con el amaestramiento de los animales y de unir todo esto
con los regímenes totalitarios del mundo contemporáneo
o con la condena de Cristo, el autor nos pasa sin transición
a los problemas de la adolescencia –no para explicar
algo referido a la disciplina sino para sintetizar, sin que
se entienda el motivo, fenómenos psicológicos,
como si de pronto se tratara de otra obra– y en forma
inmediata transcribe la sistematización que la Dra.
Telma Reca propone para estudiar los problemas del joven de
nuestro tiempo. Todo esto se condimenta con citas de Sarmiento,
José María Torres, Ortega, Unamuno..., etc.,
hasta otras tomadas de secciones de difusión popular
de diarios metropolitanos.
Como
sabemos que muchos profesores de enseñanza secundaria
mantienen un cierto prejuicio contra la Pedagogía,
a la que suelen acusar de excesiva verborragia, de falta de
practicidad y hasta de carencia de rigor intelectual, nos
vemos obligados a advertir que no deben sacar conclusiones
de ese tipo si leen este volumen: se trata de una obra que
nada tiene que ver con los estudios pedagógicos. No
tenemos duda de que el autor está animado de honestas
intenciones y aún creemos descubrir, a través
de la lectura, que seguramente ha de ser un excelente profesor
en cuya acción cotidiana deben brillar grandes dotes
pedagógicas. Casi aseguraríamos que debe ser
un buen ejemplo para "ver" en la práctica
cómo ha de realizarse la mejor disciplina escolar.
Pero la Pedagogía no puede reducirse a buenas intenciones
o a conversaciones más o menos interesantes. En tal
sentido creemos oportuno llamar asimismo la atención
de la Editorial Universitaria de Buenos Aires y recordarle
que la Argentina tiene una tradición de estudios pedagógicos
de muy alto nivel, que arranca en la generación normalista
y culmina en las aulas universitarias de La Plata ya en 1914.
Una institución como EUDEBA no puede jugar con esa
tradición.
Publicado
en el Nº 73 de noviembre y diciembre de 1968.
Biblioteca de la Nueva Educación, Editorial
Troquel. Buenos Aires, 1968.
Dentro
de las muchas dificultades que encuentra el ámbito
escolar de nuestro país para su actualización
y para su perfeccionamiento, es posible, sin embargo, señalar
un signo positivo que permite mantener un cierto optimismo
con respecto al futuro: se trata de la abundante producción
bibliográfica en torno de cuestiones pedagógicas
y educativas en general que en los últimos años
ha alcanzado contornos a veces excepcionales. Las librerías
argentinas presentan un amplio surtido de obras de esa naturaleza;
junto a títulos y autores conocidos de antaño
se alinean otros nuevos o por lo menos poco difundidos entre
nosotros, y a las editoriales tradicionales se suman muchas
que añaden a sus publicaciones habituales las del rubro
pedagógico o directamente nacen sellos dedicados exclusivamente
a este campo.
Dentro
de ese movimiento, cabe señalar como uno de los aportes
valiosos el que acaba de lanzar al mercado la Editorial Troquel,
cuya Biblioteca de la Nueva Educación ha entregado
veintiocho títulos que abarcan un amplio panorama en
el que se incluyen desde los temas de la teoría pedagógica
hasta los aspectos concretos de la vida escolar. Se trata
de la traducción de una colección de la casa
norteamericana Prentice Hall y debe señalarse como
un mérito de su versión española el hecho
de que Troquel haya seleccionado traductores de mérito
que garantizan la fidelidad de los textos presentados. Los
maestros y profesores argentinos disponen así de una
biblioteca accesible que les brinda los elementos fundamentales
de múltiples fenómenos de la vida escolar y
que les permitirá una interesante puesta al día
de real utilidad para su acción profesional. El enfoque
general es, por supuesto, el que corresponde a la situación
educativa contemporánea de los Estados Unidos, pero
ello no constituye un inconveniente grave para el lector que
tome conciencia de esa situación y utilice debidamente
el material que se le ofrece, el que en muchos casos como
los estudios sobre psicología evolutiva, instrucción
programada, enseñanza de las ciencias, enseñanza
de la matemática en los diversos niveles escolares
o el papel de las estadísticas en la educación,
tiene un alcance universal.
En
algunos temas, sin embargo, debe señalarse que la versión
castellana del título puede provocar una cierta confusión,
pues no responde con precisión al contenido de las
obras. Esto lo vemos en particular en el tomo Filosofía
y educación, cuyo título original es "Philosophy
and American Education", que correspondería a
algo así como "La filosofía en (o "y")
la educación de los Estados Unidos".
La
enseñanza superior estatal se refiere exclusivamente
al caso de ese país, por lo cual su título original
es de hecho intraducible, pues considera una institución
escolar que no tiene parangón en ninguna otra nación:
"State colleges and universities" se denomina. Las
Tendencias actuales en la educación secundaria se refieren,
según advierte el prólogo, a las "conmociones
y rumores que afectan a la escuela secundaria de Estados Unidos".
Y, por último, el volumen denominado Pautas de la educación
superior se llama en inglés "American Higher Education",
es decir, "La educación superior en los Estados
Unidos", que es, por otra parte, lo que el mismo prólogo
advierte de inmediato cuando expresa que "en este libro...
se examinan algunos de los problemas más urgentes que
enfrenta la enseñanza superior norteamericana".
Entendemos
que si se hubiera clarificado con mayor precisión el
alcance de estos volúmenes, la colección no
habría perdido en absoluto su alto valor –que
en modo alguno puede disminuirse por las observaciones hechas–
y ganado al evitar que algún lector desprevenido se
desoriente o decepcione.
Muchos
de los volúmenes presentados por Troquel en esta Biblioteca
merecen, por su gran utilidad actual y por la profundidad
de su contenido, el análisis particular que en este
comentario general es imposible realizar. Como ellos serán
presentados en los próximos números de Cátedra
y Vida, entretanto debe quedar señalada la satisfacción
de los educadores argentinos por poder disponer de un material
bibliográfico de consulta y de perfeccionamiento cada
vez más vasto y completo.
|
¿Qué
se entiende por reforma educacional?
Publicado
en el Nº 29, mayo de 1960.
El
tema de la "reforma educacional" es, en la Argentina,
tan viejo como la estructura misma de toda su organización
escolar. Pero hace dos o tres años ha recrudecido con
persistencia notable y en todos los ambientes culturales y
políticos del país se siente hablar de "la
necesidad de una reforma educacional".
Sobre
la base de este acuerdo que parece asentado sobre protocolos
firmados por todos los sectores, se realizan debates, asambleas,
"mesas redondas", se dan conferencias, se publican
manifiestos y se escriben artículos. Todo este movimiento
parte del principio, aceptado sin discusión previa,
de que "hay que reformar la educación". Y
como hay que reformar la educación, todo es lícito:
se pueden plantear las cuestiones más inverosímiles
que nadie se alterará demasiado. Ya que hay que hacer
una reforma, nada puede asustarnos.
El
tono de los párrafos precedentes revela claramente
que, a nuestro juicio, se habla con exceso y sin suficiente
cuidado del tema. Por ello mismo es que, personalmente, hace
ya mucho que evitamos en lo posible referirnos a la "reforma
de la educación". Lo curioso es que no tenemos
ningún interés en posturas "estáticas"
en el campo educacional, y probablemente pocos, como nosotros,
se hallen tan ansiosos de "reformas". En la época
adolescente en que nació nuestra vocación pedagógica,
no hablábamos de otra cosa, sino de la urgencia y necesidad
de una "reforma" total y absoluta: "No basta
–decíamos entonces– reformar el edificio
de nuestra educación: es necesario tirarlo abajo y
construir otro totalmente nuevo". Actualmente, nuestras
inquietudes no han disminuido, y si no decimos las mismas
cosas no es porque la adultez haya limitado –como suele–
energías y aspiraciones, sino simplemente porque creemos
que nos ha dado algo de madurez para enfocar ideales idénticos
con un tanto de sentido común y criterio más
lógico. Desalienta comprobar cómo muchos tratan
este delicado problema con enunciados aceptables en adolescentes
empujados por vocaciones meritorias, pero no en adultos que
deben considerarlo con un mínimo de seriedad intelectual.
Lo
que falta es, precisamente, seriedad intelectual, rigor científico
en el enfoque de la cuestión. Existe una confusión
tremenda en torno a palabras y expresiones que nadie se preocupa
de aclarar, y son innumerables las personas –entre ellas,
lamentablemente, muchísimos educadores y algunos con
cargos directivos– que tratan el tema en una conferencia
o en un congreso con la misma soltura y ligereza con que lo
harían en una sobremesa familiar.
Comencemos
por el principio: ¿qué quiere decir reforma
educacional? ¿Reforma de la educación? Esto
es algo que está más allá de la voluntad
de los pedagogos y de los educadores. La educación
es lo que es, independientemente de lo que puedan decidir
congresos, debates, seminarios y pedagogos. La educación
"es" un fenómeno con ciertas características
y ciertas finalidades que no le son dados por la voluntad
de conferencistas o de ministros de educación. La educación,
por otra parte, no se puede reformar a gusto y gana de los
interesados, sean ellos educadores o educandos. La educación,
nos atreveríamos a decir, no se reforma: no se puede
reformar; es un fenómeno social que ha existido siempre
en la vida de las comunidades de todos los tiempos y que siempre
es igual a sí mismo. Lo que cambia en la educación
son sus finalidades, porque esas finalidades dependen de las
características propias de cada comunidad en cada momento
histórico.
En
consecuencia: la educación no se puede reformar. Lo
que se puede reformar son los fines de la educación.
Pero,
¿cuándo y quiénes pueden reformar esos
fines? ¿Y cómo? La reforma de los fines de la
educación es algo que no necesita ser planteado ni
discutido: es un episodio que sucede apenas han cambiado las
características de la sociedad. El pueblo "X",
en tal época, tiene la característica de ser
guerrero y fundar su existencia en el culto del valor y la
fiereza personal. La educación tenderá a lograr
estas características en las jóvenes generaciones.
Si alguna reforma profunda en ese pueblo -un cataclismo, un
profeta, una nueva religión, etc.– cambia de
raíz tales circunstancias, y el pueblo "X"
comienza a fundar sus valores mayores en la caridad o en el
trabajo pacífico, la educación cambiará
inmediatamente sus fines. No hay necesidad de "seminarios"
ni de congresos ni de publicar todos de pedagogía.
En
consecuencia ¿qué es –al fin– lo
que se puede reformar en las cuestiones educativas? Quizás
los métodos para lograr los fines de la educación:
los sistemas, los procedimientos, las maneras de actuar para
lograrlos.
La
denominada "educación nueva" que conmovió
a la Pedagogía del siglo XX transformó los "métodos"
de trabajo, no los fines de la educación tradicional.
Y a quienes alcen sus voces airadas contra esta afirmación
debemos recomendar –pidiendo perdón por lo descortés
del trato, pero preferimos mantener ex profeso el tono polémico
de este artículo– que lean con más cuidado
y sobre todo "completo" a Dewey, por ejemplo, o
a Lombardo Radice, o a Ferriére.
¿Acaso
la educación "nueva" no quería también
lograr hombres respetuosos de las normas morales de la sociedad,
amantes de su patria, dispuestos al trabajo creador? La diferencia
fundamental entre la educación "tradicional"
y la "nueva" se halla en que la segunda considera
que obtendrá mejor los mismos fines mediante otros
procedimientos. La educación "nueva" confía
más en la libertad y en ciertos procesos basados en
modernas concepciones psicológicas que en el uso de
la palmeta, eso es todo. Ambas quieren que el niño
aprenda a leer. El educador "nuevo" sabe que para
ello conviene dejarlo tranquilo, quizás sin castigarlo,
el día que no estudió su lectura. El educador
tradicional creía que lo útil eran unos cuantos
palmetazos sobre la punta de los dedos. ¿Cambió
la educación? No. ¿Cambiaron los fines de la
educación? No. Cambiaron los métodos.
¿Significa
esto que estamos desmereciendo la obra renovadora de la nueva
educación? No. Lo que hemos dicho nada tiene que ver
con posturas valorativas. Estamos, simplemente, llamando a
las cosas por su nombre, con el mínimo de rigor científico
o intelectual que el tema exige.
Habíamos
dicho que lo que se puede reformar en el plano educativo son
los métodos, los sistemas. Digamos también que
si una sociedad ha creado estructuras educativas rígidas,
moldeadas en leyes y reglamentos difíciles de alterar,
y en las cuales han quedado insertados sistemas y finalidades
determinados, puede suceder que a pesar de los cambios de
esa sociedad, su estructura escolar mantenga fines que no
responden ya a las nuevas características. En este
caso especial –propio de los tiempos actuales–
se podrá hablar también de "reforma de
los fines", pero ello qué querrá decir
sino "adoptar para la educación los fines que
la sociedad le impone en un momento determinado y que la perduración
burocrática o administrativa de viejas estructuras
le impiden adoptar". Vale decir que no se trata exactamente
de "reforma de fines", que es un capítulo
que corresponde –según se desprende de lo dicho–
a la política, a la filosofía, a la sociedad
misma en su conjunto, y no a los congresos o a los artículos
sobre Pedagogía.
El
campo del gran tema se ha restringido bastante: la "reforma
de la educación" queda ahora reducida a "reforma
de métodos y sistemas" o a una lucha para que
el sistema educacional de tipo escolar adopte finalidades
propias de una evolución social determinada.
Todavía
es necesario aclarar muchas cosas más. Dentro de esta
terminología tan amplia que hemos empleado: "métodos,
sistemas", caben multitud de cuestiones diferentes.
¿Queremos
reformar exactamente la metodología escolar? Por ejemplo:
¿imponer el método global en cambio del fonético?
¿o queremos reformar en general una metodología
basada sobre ciertos principios de tipo psicológico
que consideramos errados y reemplazarlos por otra basada sobre
principios psicológicos modernos? ¿Nos referimos
a reformas de planes de estudios y de programas? ¿Queremos
decir que hace falta agregar más horas de castellano
o de matemáticas o reducir las de educación
física? ¿Hacer programas sintéticos en
cambio de analíticos? ¿Ofrecer planes con materias
optativas? ¿Dar margen a contenidos de tipo regional?
¿O quizá la "reforma educacional"
se refiera más bien a un cambio en las grandes líneas
de nuestra Política Educacional y de nuestra legislación
escolar? ¿Será necesario suprimir el avance
del gobierno nacional en materia de educación primaria?
¿Implantar un auténtico federalismo en todo
el plano educacional, aún en el secundario y superior?
¿O quizás será mejor un sistema sólidamente
centralizado, al tipo francés?
¿O
la reforma educacional consiste básicamente en resolver
la situación de la enseñanza libre, ya sea para
suprimirla totalmente o para darle un mayor margen de acción?
¿O tendrá esto que ver con la extensión
de la obligatoriedad escolar? ¿O con los postulados
de los que hablan ahora de los problemas de la tecnología
moderna en relación con los sistemas educacionales?
Cuando
se habla de reforma educacional ¿se habla de todo esto?
¿O sólo de algo de ello?
Entiéndasenos:
no estamos imaginando cosas. Es un fenómeno real y
visible –diríamos a simple vista– encontrarse
con un profesor de castellano que habla apasionadamente de
la "reforma de la educación", pero para él
esto consiste nada más que en implantar ocho o diez
o doce o quince horas semanales de su materia de primero a
quinto año. Para otro, la "reforma de la educación"
consiste en crear "Consejos" autónomos –muy
autónomos– que rijan todas las esferas de la
instrucción pública. Obtenidos los Consejos,
todo lo demás se dará por añadidura.
Como
consecuencia final, la confusión más grande
preside las deliberaciones, los congresos, los seminarios,
las conferencias.
Es
necesario distinguir si se pretende una reforma pedagógica
o didáctica o político-educativa, o si basta
sustentar la acción educativa sobre nuevas bases filosóficas.
Todos
hablan de la "reforma educacional". Ninguno se preocupa
de pensar previamente si esto es posible o qué quieren
decir exactamente con ello. Continuar en esta posición,
proseguir en este juego, no serviría más que
para aumentar la confusión reinante, agregar piezas
al caos.
A
riesgo de ser mal entendidos, preferimos decir sencillamente
esto: basta, por favor, de hablar de "reforma de la educación",
así, en general, que es lo mismo que hablar sin decir
nada. Basta de términos grandilocuentes. Basta de grandes
gestos. Basta, también, de lugares comunes, de frases
remanidas.
La
Pedagogía es una disciplina que también merece
respeto.
|
La
Educación, Nº 15 (julio-septiembre 1959) Unión
Panamericana
Publicado
en el Nº 31, julio de 1960.
El
tema del problema pedagógico que ocasionan los jóvenes
denominados superdotados no es nuevo, pues reconoce ya muchas
décadas desde que comenzó a ser considerado,
pero ha recrudecido en los últimos años. Anteriormente
se lo enfocaba –antes que nada– por sus consecuencias
psicológicas, ya desde el punto de vista del desarrollo
de las personalidades, ya desde el aspecto didáctico
para la organización de la enseñanza.
Esta
temática mantiénese en primer plano en los estudios
destinados a los superdotados, pero se nos ocurre que el fuerte
resurgir del punto se debe principalmente a una circunstancia
nueva, aunque ella se mencione poco. Nos referimos a la necesidad
de aprovechar al máximo las disponibilidades intelectuales
de cada sociedad, debido a la creciente complejidad cultural
de nuestra época (consecuencia del gran adelanto tecnológico
y científico).
En
Estados Unidos utilizan una gráfica expresión:
"hay que aprovechar los talentos", y con ello significan
que es necesario que las mentes privilegiadas sean convenientemente
utilizadas y rindan beneficios adecuados. Detrás de
una primera impresión de crudo utilitarismo, que surge
frente a este enfoque, existe una realidad indudable, ante
la cual no es posible retroceder: el adelanto técnico-científico
de nuestro tiempo exige también un adelanto parejo
de la capacidad intelectual de las sociedades (y esto representa,
al fin, un beneficio incalculable para la humanidad en sus
dimensiones más nobles). Cuando el despotismo ilustrado
comenzó a preocuparse de que los súbditos de
sus reinos supieran leer y escribir, lo hizo por consideraciones
de utilidad económica o política, pero inauguró
el rumbo del acceso de las masas a la escuela popular de las
democracias. Cuando decimos hoy que las personas, con el simple
dominio del alfabeto o con la sola instrucción elemental,
"no sirven", "no son útiles" en
el mundo moderno, utilizamos también un criterio de
"utilidad" o "rendimiento"; pero al exigir
para todos un mayor nivel de instrucción obtenemos,
al fin, también para todos, una elevación considerable
de su nivel de formación general.
El
tema de los superdotados está ligado estrechamente
a todas estas consideraciones. Si para la gran masa, de niveles
intelectuales comunes, es exigible hoy una mayor instrucción
y escolaridad que hace tres o cuatro décadas, correlativamente
surge la necesidad de que los mejor dotados sean aprovechados
suficientemente por las sociedades. Esto es –el punto
debe quedar aclarado con precisión– una exigencia
capital de la humanidad: los adelantos técnico-científicos
requieren un número importante de "talentos"
que sepan conservarlos, reproducirlos y renovarlos. De lo
contrario, la humanidad correrá riesgos gravísimos,
ya que la aparición de nuevas conquistas técnico-científicas
determina nuevas circunstancias culturales de vida que luego
no pueden ser suprimidas, bajo pena de la propia existencia
material o biológica (piénsese en un solo ejemplo:
las circunstancias sanitarias presentes han hecho posible
los aumentos y concentraciones de población de los
últimos tiempos; si ellas retrocedieran –desaparición
de antibióticos o de vacunas–, las consecuencias
para las sociedades que las han incorporado definitivamente
a su existencia serían funestas en plazos perentorios).
Unas
pocas palabras más pueden demostrar rápidamente
que a estas razones "utilitarias" se añaden
las que miran los intereses de los propios "superdotados"
y se ocupan de otras implicaciones algo más desinteresadas,
que podrán satisfacer reclamos vocaciones habituales
en la mayoría de los educadores. En efecto, no hay
por qué desdeñar la importancia que tiene, al
fin y al cabo, la felicidad particular de las personas de
nivel intelectual descollante, ni se deben dejar sin la debida
atención los múltiples problemas de adaptación
social y escolar que ellas, en la mayor parte de los casos,
presentan.
Los
estudios psicológicos y pedagógicos han mostrado
que un alto porcentaje de jóvenes extraordinariamente
dotados intelectualmente concluyen en personalidades neuróticas
o inadaptadas, o simplemente fracasadas, con lamentables consecuencias
–además– para el seno de las sociedades
familiares que los albergan.
Una
breve síntesis nos permitiría resumir como sigue
los casos principales en que se engloba este tipo de consecuencias:
1)
Superdotados realizados en el plano de su capacidad intelectual
(como científicos, artistas, estudiosos de cualquier
naturaleza, políticos, etc.), y que pueden calificarse
como "útiles" a la sociedad, pero que en
el plano de lo personal han sido incapaces de construirse
una vida normal. Son fracasados en el plano afectivo (familia,
hogar, mujer, hijos), en el de las amistades o la vida social
en general. En una palabra: son el "genio insoportable".
A veces logran una mujer que los ame y los soporte, pero esto
no puede considerarse normal, ni, por otra parte, cambia gran
cosa la situación. En esta última instancia,
si bien a veces logran satisfacer medianamente sus apetencias
socioafectivas, lo hacen siempre a costa de la infelicidad
de algún prójimo.
2)
Superdotados que se construyen una vida normal para sí
mismos y su ámbito familiar. Son felices ellos mismos
y hacen felices a quienes lo rodean (mujer, hijos), pero no
rinden a la sociedad en la medida de sus fuerzas: son seres
que realizan un trabajo de cualquier tipo, pero cuyas exigencias
pueden ser cumplidas por cualquier persona medianamente dotada.
Es decir: son "desaprovechados" por la sociedad,
y este es un lujo muy peligroso en la hora actual. A lo sumo,
logran a veces buenos rendimientos económicos para
sí mismos, pero sus dotes creadoras, investigadoras
o de cualquier otro tipo no son puesta en juego con real provecho
para la comunidad.
3)
El último caso es el más lamentable: son los
superdotados irrealizados, que nada brindan a la sociedad,
y que, además, por múltiples razones que sería
imposible analizar ahora, concluyen en neuróticos o
traumatizados, incapaces de construirse una vida medianamente
satisfactoria, y que a menudo arrastran en ese fracaso a sus
propias familias: padres, esposas, a veces hijos.
Como
se comprenderá, el ideal es el caso que falta: el superdotado
que es útil efectivamente a la sociedad y rinde en
la medida de sus posibilidades, y que además es una
personalidad equilibrada, normal, capaz de ser feliz ella
misma y hacer feliz al ámbito familiar o social que
lo rodea.
Creemos,
por otra parte –y esto basado, como se comprenderá,
en simples observaciones empíricas, carentes de toda
validez estadística o científica–, que
la Argentina es uno de los países que presenta con
mayor intensidad este problema de los "superdotados"
fracasados o desaprovechados.
Todo
este largo preámbulo –que no pretende, ciertamente,
constituir un ensayo sobre un tema tan complicado en el cual
no somos especialistas– ha sido concebido para explicar
la excelente idea que ha tenido la dirección de la
revista "La Educación", que edita regularmente
la División Educación de la Unión Panamericana,
al consagrar su última entrega al problema de la educación
de los "bienes dotados" (así se los denomina)
en América Latina.
Presenta
informes referentes a este tema que explican sintéticamente
la situación en Estados Unidos, Canadá, Panamá,
Puerto Rico, Colombia y Uruguay. Siguen breves explicaciones
–de diferentes autores– sobre los siguientes tópicos:
"Quiénes son los niños bien dotados";
"Programas especiales para los alumnos talentosos”;
"El niño brillante en la escuela primaria";
"Identificación y desarrollo de nuestras reservas
de talento"; "Los estudios sociales para los alumnos
bien dotados"; "La enseñanza de idiomas a
los estudiantes bien dotados"; "La enseñaza
de la ciencia al alumno bien dotado"; "La enseñanza
de las ciencias a los niños excepcionales en la escuela
primaria"; "Identificación de los socialmente
excepcionales"; "La enseñanza acelerada y
el niño bien dotado"; y "Los bien dotados
y los retardados desde el punto de vista histórico".
Sigue
una bibliografía seleccionada sobre este tema, debida
a S. W. Steinson, que abarca 73 títulos de obras en
inglés.
El
número se completa con las habituales secciones informativas
y de notas y comentarios sobre la educación en Latinoamérica.
El
valor de este material no es homogéneo, pues al lado
de artículos de sumo interés y alto valor se
hallan otros que son simples enunciados o recopilaciones de
informes. Sin embargo, el conjunto representa un resumen de
la situación actual de lo que sobre el tema se sabe
–y se hace– en América, y ello ya constituye
un aporte positivo merecedor de elogio. Además, la
lectura global del número proporciona al no especialista
una visión panorámica utilísima para
introducirse posteriormente en estudios más profundos.
En
síntesis: por la actualidad del tema enfocado y la
amplitud de su desarrollo, no vacilamos en considerar el número
15 de esta revista como uno de los mejores y más útiles
de los que hasta ahora lleva editados esta prestigiosa publicación.
|
La
enseñanza técnica
Publicado
en el Nº 31, julio de 1960.
Decir
que el mundo de nuestros días se halla asombrado por
el adelanto prodigioso de la técnica es repetir, simplemente,
algo que ya nadie discute. Este asombro generalizado, y, sobre
todo, la "expectativa" que de él se deriva
en el sentido de la interrogación que consciente o
subconscientemente todos nos planteamos sobre "lo que
todavía falta por ver en el campo de la técnica",
conduce a estados de ánimo diferentes.
En
ciertos espíritus prodúcese algo así
como un resurgir del optimismo característico de ciertas
épocas de la historia en cuanto al adelanto indefinido
de la sociedad; son los hombres que confían en la técnica
para la solución de los mayores problemas que afligen
a la humanidad: la miseria, el hambre, la superpoblación,
la enfermedad. Cuando, no hace mucho, se descubrió
la vacuna antipoliomielítica, justamente al cabo de
una terrible epidemia que afectó nuestro país,
una persona comentó, muy suelta de cuerpo: "Buenos,
ahora falta el otro: cáncer, y listo". Era la
expresión de una fe ilimitada, absoluta, en la capacidad
científica del hombre para resolver todos los problemas;
poco faltó para que esa persona afirmara que en poco
tiempo más la muerte misma sería vencida. No
faltan tampoco –ya en un plano más serio–
quienes afirman que la ciencia y la técnica, unidas,
lograrán resolver, mediante novísimos procedimientos,
la escasez de alimentos, que amenaza con provocar graves problemas
frente al aumento incesante de la población. Se sabe
de regiones donde se logran tres o más cosechas anuales;
de otras donde se triplican los rendimientos agrícolas
por hectárea; de zonas hasta hace muy poco áridas
o heladas que comienzan a rendir frutos. Los prodigios modernos
del transporte aseguran posibilidades casi increíbles.
¿Por qué, pues, no creer que se abren al mundo
insospechados horizontes de bienestar?
Frente
a esta postura mental surge otra: la del pesimismo más
acentuado o los temores más tremendos. El hombre, se
dice, es aniquilado por la máquina, se convierte en
un esclavo de la técnica, nueva diosa de los tiempos
modernos, implacable deidad que todo lo exige y que torna
a la humanidad en simples apéndices de gigantescos
sistemas de producción y de trabajo. La máquina
mata al espíritu, añádase, y se piensa
con espanto en el día en que los "cerebros mecánicos"
reemplacen al hombre, hasta que, en fantasmagórica
visión, se imagina un mundo dominado por "robots".
Un poco menos fantasiosa, otra concepción cree, al
menos, que el hombre de nuestro tiempo goza de un exceso de
comodidades o de posibilidades técnicas, que impiden
el desarrollo de sus mejores cualidades espirituales. Se teme
que la técnica mate o afecte las creaciones más
nobles del espíritu: el arte, la religiosidad...
Tan
absurda es una concepción como la otra. Tan ridículo
imaginar para dentro de muy poco un verdadero paraíso
terrenal, donde los hombres todos se hallarán protegidos
del hambre y la miseria y la enfermedad, y aún de las
guerras o las calamidades, por obra y gracia de una ciencia
y técnica toda poderosa, como suponer que la técnica
–hija del hombre– pueda llegar a dominarlo alguna
vez. Si algún mal hay en la técnica, es el que
el hombre le pone, puesto que ella es mero instrumento, creación
suya, sirviente fiel.
Frente
a esa situación en la cual nos hallamos, los educadores
no podemos ignorar una realidad que nos circunda inexorablemente.
Claro está que la reacción de los educadores
es similar a la de la sociedad en su conjunto, y entonces
se procede también por antinomias a favor y en contra.
Por un lado los educadores del campo de las escuelas técnicas,
que desprecian o atacan a los docentes de la escuela de tipo
tradicional, por el otro, estos, que desprecian o atacan a
los educadores del mundo de la técnica. En el mejor
de los casos, se ignoran unos a otros*.
Creemos
no errar si decimos que la mayor parte de los lectores de
Cátedra y Vida, por ejemplo, se hallan habitualmente
al margen de esta problemática y que su tratamiento
en forma intensiva los ha de sorprender y quizá, aún,
en gran parte, opinarán que ello no les resulta de
interés. Es común, en efecto, que los profesores
de historia o de castellano o de filosofía supongan
que nada tiene que ver con estos asuntos "de la técnica",
como es también habitual que un profesor de electrónica
considere al castellano o a la historia como contenidos que
para lo único que sirven es para distraer horas de
clase a sus alumnos e impedirles aprender "bien"
electrónica.
Es
realmente penoso que al profesor de castellano no se le ocurra
algo tan simple como es el hecho de que sus alumnos de la
escuela industrial realizarán mucho mejor un análisis
lógico o sintáctico sobre fórmulas matemáticas
o sobre principios de electrónica, y que el profesor
de electrónica no comprenda algo tan elemental como
es la circunstancia de que el castellano –el idioma,
en fin– es el instrumento indispensable para que sus
alumnos aprendan su materia y cualquier otra.
Pero
hay algo más que esta antinomia o incomprensión.
Es un segundo enfrentamiento entre la enseñanza técnica
y la educación tradicional, en el que participan no
solamente los educadores profesionales, sino también
la mayor parte de los hombres de estudio y de cierto nivel
cultural de nuestra época. Me estoy refiriendo a la
difundida antinomia entre los contenidos de la enseñanza
técnica y los denominados "humanistas", que
determina una especie de "lucha a muerte" entre
los partidarios de unos y otros.
Permítasenos,
en lo que sigue, un intento de sintetizar y de "vulgarizar",
si cabe, un tema que por sus numerosas dificultades y sus
numerosísimas implicaciones demandaría –para
tratarlo con precisión– un largo ensayo.
Por
"humanismo" o por "formación humanista"
suele entenderse un tipo de educación que trata de
despertar en el hombre sus más altas posibilidades
espirituales, que busca formar al "hombre" integral
en el sentido más amplio de la palabra. Pretende evitar
la parcialización del hombre en especializaciones rígidas,
que den al fin "fragmentos de hombre", seres que
dominan un campo del saber y del hacer, pero que ignoran todo
el resto. Una concepción tradicional entiende que estos
altos fines se logran mediante ciertos contenidos: filosofía,
historia, lenguas y –aunque esto un tanto atenuado en
nuestro país– mediante las llamadas lenguas clásicas:
latín y griego. Hay aquí resonancias de la concepción
original del "humanismo", aquella que nace en el
Renacimiento y alcanza su floración en el siglo XIX,
y que concibe el retorno a la formación de la antigüedad
clásica –Grecia y Roma– como el "desideratum"
de la formación del hombre.
Para
esta concepción del humanismo, la enseñanza
técnica resulta incómoda, molesta, y a menudo
decididamente intolerable.
Pero
la realidad del mundo moderno –realidad "de hecho"
que no es posible alterar de ninguna manera– impone
la necesidad de esta enseñanza técnica. La universalización
cada vez más amplia de la segunda enseñanza,
y las exigencias –ineludibles, recuérdese bien–
del mundo moderno, imponen atender a esta rama de la educación.
En consecuencia, las soluciones propuestas según aquella
concepción de la educación tradicional son dos
fundamentales: a) organizar dos sistemas paralelos de educación:
uno con el otro; b) introducir en la enseñanza técnica
contenidos de tipo humanista que "compensen" suficientemente
las deficiencias que en tal sentido presenta ese tipo de educación.
Al
primero lo reputamos inaceptable, porque considerando la tradicional
concepción, significaría que hemos de formar
a un grupo de hombres para sus "más altos destinos
espirituales", y a otro grupo para que simplemente desempeñe
funciones productoras o de trabajo de menor jerarquía
"humana". Por un lado "hombres íntegros",
por otra parte simples técnicos, carentes de una formación
integral. O como dice Teodoro Litt en su magnífica
obra: Formación humana y enseñanza técnica,
tendríamos que resignarnos a que el mundo moderno estuviera
formado por una minoría de "hombres", concebidos
integralmente, y una mayoría de seres con sus vidas
"escindidas, quebradas", entre el mundo del trabajo
y el mundo del espíritu en sus más altas dimensiones.
Seres que saldrían a diario de sus ocupaciones –en
cualquiera de sus planos: desde el del obrero hasta el del
ingeniero o director de empresa– para ser "un poco
hombres", en fin.
Al
segundo sistema lo juzgamos equivocado porque con él
sólo se logra que la filosofía o el castellano
o la historia sirvan apenas para "robar" horas a
la técnica y a la ciencia, y no alcanzan a formar ningún
sentido humanista de la vida.
En
efecto, poner en el plan de estudios de la escuela industrial
–por ejemplo– tres horas de filosofía en
cuarto y quinto años, no resuelve la cuestión,
si se considera ese contenido como una "compensación"
de la pretendida falta de "sentido humanista" de
las restantes materias técnicas.
Si
el profesor de filosofía –o el de letras, o el
de historia– dicta su materia en esa escuela de la misma
manera en que lo hacen en una escuela secundaria de tipo tradicional,
sin considerar las circunstancias técnico-científicas
en que están sumergidos sus alumnos –y sin apoyarse
en ellas–, sólo logrará uno de estos dos
resultados, ambos igualmente lamentables: a) que el alumno
–futuro electrotécnico, o futuro ingeniero de
fábrica, o futuro maestro mayor de obras– halle
la materia como cosa "muerta", totalmente al margen
de su realidad vivencial cotidiana, alejada de sus inquietudes
y preocupaciones, y concluya por despreciarla y rechazarla,
considerándola una inútil pérdida de
tiempo. Con lo cual, además, lo incapacitará
para que en el futuro, ya hombre en el ejercicio de su profesión,
sea capaz de gustar o comprender las expresiones filosóficas
o literarias; y b) que el alumno halle, por el contrario,
en la filosofía o en las letras una verdadera "compensación"
a lo que los profesores de materias científicas o técnicas
no supieron darle: un sentido de la vida, un saber integrativo,
una dimensión espiritual de hondas resonancias, una
satisfacción a preguntas e inquietudes eternas en el
alma de todo hombre. Entonces bien podrá ocurrir que
ese alumno rechace o desprecie el resto de su formación
científica o técnica y se sienta algo así
como un "condenado" por el azar o una equivocada
elección, al ejercicio de tareas carentes de resonancia
espiritual, de elevación cultural, y será una
personalidad resentida, lastimada, o un profesional fracasado,
o, en el mejor de los casos, un hombre que ha quedado anhelando
horizontes superiores que supone que le están vedados.
O, finalmente, será el hombre de vida "escindida,
quebrada", de que habla Litt, y que ya hemos citado.
No
se trata, pues, de introducir materias "compensatorias"
–ya sea en la escuela o en la vida– para que la
técnica o el quehacer científico se "humanicen".
Se trata de que la técnica misma y la ciencia conduzcan
al "humanismo" y las materias clásicas del
"humanismo" sean, a su vez, faros alumbradores que
completen y perfeccionen, no que compensen, lo que la técnica
y la ciencia también explican y sugieren*1.
Lo
que sucede es que la concepción antinómica de
la técnica y el humanismo no permite arribar a soluciones
viables. El error inicial obstaculiza cualquier posibilidad
ulterior. Estos errores conducen a una consecuencia más
grave todavía la situación "de hecho"
del mundo moderno ( e insisto en recordar que no podemos variar
esta situación según nuestros deseos, al menos
por un lapso muy prolongado que siempre excederá las
circunstancias temporales de la nuestra y de muchas generaciones
sucesivas) determina que los cuadros dirigentes de las sociedades
y de los pueblos se recluten en gran medida entre los "técnicos",
entre los hombres formados dentro de las disciplinas científicas
y técnicas, y no dentro de las tradicionales formaciones
de estudios humanistas. Es decir, que, manteniéndonos
en el plano antinómico "técnica y humanismo",
condenaríamos al mundo a ser dirigido por quienes carecen
de una auténtica formación humana.
Andrés
Massat ( L'istruzione tecnica, en I problemi della Pedagogía,
Instituto di Pedagogía dell'Universitá di Roma,
diciembre 1959), dice: "La instrucción técnica
francesa ha elevado el trabajo manual al rango de disciplina
cultural, luchando con todas sus fuerzas contra el prejuicio
secular heredado de griegos y romanos, que considera el trabajo
de las manos inconveniente para el hombre en su dimensión
espiritual*2. El trabajo,
por el contrario, está estrechamente ligado a la inteligencia,
a la razón, a la imaginación, en una palabra,
al espíritu y a sus facultades, como a la materia y
a la acción. Es fácil mostrar que los trabajos
manuales reclaman un ejercicio constante del pensamiento:
en un laboratorio se realiza el análisis como en una
lección de francés, y se hace también
la síntesis, porque la búsqueda de los mejores
procesos de trabajo exige los conocimientos dados por la tecnología,
la mecánica, el cálculo y el dibujo, la ejecución
de un trozo requiere un diálogo incesante entre teoría
y práctica, lo abstracto y lo concreto, la concepción
mental y la realización concreta. La fabricación
de un cilindro nos proporciona una demostración evidente
de lo anterior: el cilindro del matemático es, por
definición, perfecto; el que realiza en el torno un
técnico es imperfecto, y revela defectos de superficie,
rugosidad, etc. La técnica moderna exige que el cilindro
del tornero se asemeje lo más posible al cilindro del
matemático, porque de la medida en que esa semejanza
sea lograda depende su acercarse a la perfección, y
de aquí la necesidad de familiarizarse con los procedimientos
de control y rectificación, los que a su vez se refieren
a las leyes científicas de la interferencia luminosa
y del efecto de los fluidos. Por un lado, pues, tenemos la
abstracción pura, y por otro la realidad, y entre las
dos el vaivén incesante del espíritu que advierte
el espacio que media entre idea y realidad. Esta gimnasia
del espíritu contribuye a formar "cabezas bien
hechas". Y es bueno añadir aquí que los
trabajos manuales, como los concibe la instrucción
técnica, no pretenden ahora una estrecha especialización.
Existe ya una cultura profesional que se basa en una formación
polivalente de largo alcance, que permite al alumno adaptarse
a funciones diferentes o nuevas y a resolver sus dificultades.
"La instrucción técnica francesa considera
que un nuevo humanismo es necesario en un mundo que se desenvuelve
cada vez más bajo el signo de la ciencia y de la técnica.
Como verdadero hijo de Prometeo, el hombre ha partido a la
conquista de la naturaleza y creado un ambiente artificial,
una segunda naturaleza. Este ambiente artificial es la inmensa
estructura del mundo de las invenciones humanas (desde el
tronco de árbol ahuecado del hombre primitivo hasta
el ultramoderno avión a reacción), son todas
las invenciones, todas las técnicas, creadas por el
cerebro del hombre y que han obtenido el resultado de alejar
la humanidad del ambiente cósmico originario. Constituye,
dice Bergson, un cuerpo gigantesco, desmesuradamente creído,
en el cual el alma queda, sin embargo, tal cual: pequeña
para colmarlo, demasiado débil para dirigirlo. Y agrega:
"este cuerpo exige un suplemento espiritual, la mecánica
exige la mística". Aún Jaspers, en su obra,
Situación espiritual de nuestra época, considera
que hemos llegado a un momento de la historia en el cual se
nos pide responder si la expansión de la técnica
llevará al progreso o al desastre de la humanidad.
Esta expansión de la técnica, que considera
al espíritu como el medio que elevará al más
alto grado el poder del hombre sobre el universo, deja al
hombre preso de una angustia sin precedentes frente a una
existencia que parece privada de todo fin espiritual. Y Jaspers,
como Bergson, piensa que, siendo imposible volver atrás,
el deber de la hora exige introducir el espíritu en
la civilización técnica*3.
"He
insistido en estas consideraciones para que el lector pueda
comprender la gran responsabilidad de la instrucción
técnica: no puede ni debe formar solamente productores
y técnicos, porque de ese modo contribuiría
a aumentar el desequilibrio de nuestro tiempo. Debe formar
la conciencia e integrar la ciencia y la técnica en
la sabiduría tradicional. La educación debe
permanecer en sus institutos como un adaptarse del hombre
a su profesión, sí, pero también y sobre
todo un elevarse a las más altas aspiraciones del espíritu
y de la voluntad".
"Esta
voluntad de obtener a la vez una misión económica
y "humana" pone a la instrucción técnica
francesa en una posición difícil. Bajo cierto
aspecto, a los ojos de muchos técnicos aparece amenazada
por el peligro de la abstracción, del alejamiento de
la realidad de las empresas y las fábricas, y se le
reprocha por conceder exagerada importancia a la cultura general,
que, sin embargo, en el mundo moderno es cada vez más
necesaria a los trabajadores. Por otra parte, a los ojos de
muchos intelectuales, formados en ciertos prejuicios de clase,
la instrucción técnica se identifica con la
lima y el martillo, con el adiestramiento, con el trabajo
manual considerado como inferior, como vil, extraño
a cualquier cultura verdadera. Presa entre estas dos corrientes
contradictorias, la instrucción técnica francesa
no debe ceder ni a una concepción parcial, mezquina,
estrechamente utilitaria, ni a una tendencia excesivamente
escolar (en el sentido tradicional de la palabra) o universitaria,
que la haría inclinar hacia un verbalismo que la separaría
de la realidad económica y técnica. Puesta en
el cruce de la universidad y la industria, debe mantenerse
en equilibrio sobre una cuerda rígida, que sepa balancear
por un lado el trabajo, la acción, la profesión,
y por otro el espíritu, el pensamiento, la cultura".
Y
aquí está la raíz del asunto: la antinomia
no puede subsistir. No es verdad que el trabajo se oponga
al hombre; que la técnica contraríe al espíritu.
Es inexacto que se deba "contrabalancear, compensar"
la enseñanza técnica con "un poco"
de contenidos humanistas, porque el humanismo se halla también
en la técnica, y la técnica comprende el humanismo.
Frente
al tema de la "célula" se da también
la noción del infinito y del misterio; en la abstracción
del cilindro perfecto se logra la dimensión intelectual
más alta. El secreto está en enseñar
a usar la lengua a través de la técnica y la
ciencia, y de allí también, por qué no,
si el instrumento "lengua" es "omni-comprensivo",
a comprender la belleza del texto clásico. Por la técnica
a la ciencia, y de aquí a la filosofía, de la
filosofía a Dios. Y también: de Dios a la filosofía,
de esta a la ciencia, de aquí a la técnica.
No importa el camino: las rutas son diversas: el hombre será
el mismo y la meta no es distinta.
*Recordemos
aquí que la creación del Consejo Nacional de
Educación Técnica, que este año ha comenzado
a funcionar en nuestro país, puede dar muy buenos resultados,
en efecto, pero presenta también el peligro de ahondar
aún más esta situación y tornar infranqueable
el abismo que ya separa la enseñanza técnica
de la educación general.
*1¿Por
qué no se le ocurre a los profesores de castellano
de las escuelas comerciales utilizar –para enseñar
análisis lógico, por ejemplo– los asientos
del libro de contabilidad? ¿O es que acaso sujeto y
predicado y sustantivos y adjetivos sólo existen en
Cervantes? El alumno sentiría la enseñanza como
una cosa viva y real, y la materia "Castellano"
le permitiría comprender mejor Contabilidad y gustaría
más de ambas. Por otra parte: ¿se quiere cosa
más absurda que los profesores de cualquier tipo de
materias científicas o técnicas que se quejan
por las horas de enseñanza consagradas al idioma? ¿Acaso
el idioma no es el instrumento con que ellos mismos enseñan
su arte o su ciencia? Cuando el maestro de taller enseña
a manejar la lima y el martillo, ¿qué instrumento
básico utiliza, sino la lengua, ya sea en forma oral
o escrita?
*2Es
muy interesante recordar aquí que existen concepciones
distintas sobre este planteamiento dela concepción
helénica del trabajo. Rodolfo Mondolfo, en "Problemas
de cultura y educación", (Ed. Hachette, Buenos
Aires, 1957) sostiene en su ensayo "Trabajo y conocimiento
en las concepciones de la antigüedad clásica"
que no es exacto que los filósofos griegos hayan contrapuesto
"trabajo y conocimiento", "saber y hacer".
A lo largo de un magnífico análisis que recomendamos
como esencial para la concepción que defendemos de
la enseñanza técnica, llega a esta conclusión:
"De este modo, el Renacimiento proclama con Bruno que
el trabajo es medio y camino de la observación espiritual
del hombre, precisamente en tanto es instrumento y factor
de conocimiento, creador de la cultura y del mismo poder intelectual
de la humanidad. Pero este concepto, al que otorga nueva fuerza
y profundidad, el Renacimiento lo deriva del pensamiento de
la antigüedad, donde tuvo sus raíces y encontró
sus afirmaciones desde los socráticos hasta Aristóteles,
Cicerón, Vitruvio y Séneca".
En
plena coincidencia con esta postura, puede verse también
el magnífico libro de Giovanni Gozzer (de quien publicamos
un artículo especial para Cátedra y Vida en
este mismo número) "La enseñanza técnica
en Italia" (Ed. Unione Católica Italiana Insegnanti
Medi) quien recuerda en uno de sus capítulos: "Pensar
que existan dos tipos de formación, uno destinado a
la pura ejecutividad y el otro destinado a la formación
intelectual, es tan absurdo como suponer que la mano pueda
trabajar por sí misma, por simple artificio mecánico".
*3Y
yo considero, por mi parte, con todo el respeto debido a un
filósofo como Jaspers, que es un tanto absurdo decir
esto, puesto que la "civilización técnica"
es hija del espíritu, y no hace falta –en consecuencia–
querer introducirlo en ella. Salvo que se quiera decir otra
cosa con esto, en cuyo caso será bueno precisar los
términos, para entendernos exactamente...
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Reflexiones
en torno del ciclo básico
Publicado
en el Nº 39, abril de 1962.
La
enseñanza secundaria actual se estructura sobre un
ciclo básico que comprende los tres primeros años
"Ciclo básico común al bachillerato y al
magisterio" se denomina oficialmente a este período
de estudios, que, sin embargo, comprende también a
los tres primeros años de las escuelas de Comercio,
a pesar de algunas diferencias en los planes correspondientes.
Muy
pocos profesores, a pesar de ello, alcanzan a darse cuenta
cabal del sentido de este ciclo básico, y ello es índice,
también, de que en la práctica no funciona como
la teoría y su denominación indican. "Básico"
tiene el doble sentido de servir de "base" a algo
ulterior, de ser el basamento sobre el cual se asentarán
estudios superiores, y también de constituir un ciclo
inicial indispensable para la vida, aún sin pensar
en otros estudios. "Ciclo básico", por esto
mismo, cobra por extensión el significado de "esencial,
fundamental, indispensable", es decir, un ciclo de estudios
que no puede dejar de cumplirse. No es por azar, en efecto,
que cuando se habla de la prolongación de la obligatoriedad
escolar se piense casi siempre en convertir en obligatorio
al actual "ciclo básico".
Tales
características exigen para ese ciclo una adecuada
organización y planes y programas ajustados a su misión.
Debe ser, en primer término, un ciclo de carácter
orientador, o, dicho con un término más habitual,
aunque a nuestro juicio impropio, vocacional. Debe servir,
de tal manera, para descubrir aptitudes, para orientar a los
estudios hacia los posibles rumbos futuros. Por ello, conviene
que sus planes no sean absolutamente rígidos, sino
que den oportunidades de libre elección, a fin de permitir
al alumno ensayos y tanteos sobre sus verdaderas inclinaciones,
sin que deba hacerlos de forma que un fracaso le cueste pérdidas
de tiempo irrecuperables. Estas opciones, sin embargo, no
deben descuidar la obligatoriedad de contenidos esenciales,
porque lo contrario sería olvidar el significado de
"base" que hemos dicho antes, o restar al alumno
oportunidades de descubrir campos ignorados.
Además
–y esto sería lo más radicalmente nuevo
en nuestro país–, un tal ciclo básico
no cumplirá jamás sus funciones si no permite
la opción ulterior entre los rumbos más dispares:
para decirlo en una palabra, mientras persista en nuestro
país la separación tajante y absoluta que existe
ahora, a partir de sexto grado, entre la enseñanza
técnica y las de otras características. Un ciclo
básico debe dar al alumno la oportunidad de introducirse
en el mundo de la técnica y del trabajo profesional
de todo tipo, por dos motivos igualmente importantes: a) porque
ello permite una verdadera opción vocacional y una
real función orientadora; b) porque permite cumplir
al ciclo básico su papel de "base" no sólo
con respecto a futuros estudios, sino a la actividad vital
del joven que no prosiga estudios, al menos estudios de tiempo
completo o de caracteres tradicionales.
Frente
a este panorama, ¿cuál es la realidad de nuestro
ciclo básico? Un nombre eso es todo. Se llama ciclo
básico a algo que nada tiene que ver con todo lo que
hemos dejado dicho, y que no pretendemos que sea la verdad
absoluta simplemente porque nosotros lo decimos, sino porque
es la tendencia actual tal como se explicita en las más
serias publicaciones pedagógicas, en todos los congresos
y conferencias internacionales y, finalmente, en las reformas
concretas que varios países han iniciado ya, entre
otros, Francia.
Nuestra
escuela secundaria comienza su bifurcación –de
hecho, aunque las disposiciones teóricas digan otra
cosa– en primer año. Dejemos de lado la enseñanza
técnica, con la cual el abismo que la distancia de
los restantes estudios parece ahondarse cada vez más.
Los estudios comerciales y los del famoso "ciclo básico
común al bachillerato y al magisterio" se separan
rotundamente en la práctica, y si tuviéramos
estadísticas a mano –la imposibilidad de obtenerlas
no es culpa nuestra– podríamos demostrar que
el número de alumnos que pasan de un tipo de estudio
a otro es insignificante.
Con
respecto a los tres años comunes al bachillerato y
al magisterio, es cierto que los planes son idénticos
en los tres primeros años, y que no existen dificultades
de ningún tipo para seguir uno u otro plan al cabo
del tercer año. Pero, por tradición o por lo
que fuere, el hecho es que prácticamente la casi totalidad
de padres y de alumnos deciden uno u otro camino al iniciar
primer año. Los cambios de ruta son también
escasos. Creemos que influye decididamente en esto la denominación
oficial de los establecimientos: nadie piensa que ingresará
en el "ciclo básico", sino que lo hace en
una "Escuela normal" o en un "Colegio nacional".
Es
innecesario decir, finalmente, que nada de lo que hemos dicho
con respecto a estudios optativos u orientadores existe en
nuestros planes actuales.
Como
se ve, tenemos un "ciclo básico" que sólo
es un nombre, pero no una realidad. En nuestra opinión,
esta es otra causa de que a menudo los profesores encuentren
escollos difíciles de superar, y que numerosos esfuerzos
de tipo didáctico o metodológico fracasen frente
a una estructura inadecuada.
En
homenaje a la verdad, y mientras no seamos capaces de organizar
un ciclo básico auténtico, lo mejor sería
suprimir esta denominación falsa. Al menos, tendríamos
la ventaja de no confundir a profesores, padres y alumnos.
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"La
sociedad y la educación en América Latina"
La
Argentina, esa desconocida
El
Prof. Zanotti había tomado a su cargo la reseña
del libro de Robert J. Havighurst y colaboradores, La
sociedad y la educación en América latina.
La importancia de la reseña nos ha decidido a destacarla
como un artículo aparte.
Publicado
en el Nº 47-48, setiembre-diciembre de 1963.
Teníamos
un título para este comentario, pero no nos atrevimos
a utilizarlo, porque el símil que sugiere se ha usado
y abusado ya tanto que ha llegado a perder fuerza y a tornarse
monótono. Sin embargo, seguimos creyendo que es irremplazable.
Pensábamos que la definición cabal de la obra
que analizaremos a continuación es esta: "La Argentina,
esa desconocida".
Hace
ya mucho tiempo que en los fenómenos políticos,
sociales y económicos de nuestro país se viene
empleando un sistema de trabajo que parece a primera vista
acertado: el encuadramiento de la Argentina dentro del marco
latinoamericano. Lo mismo ocurre con respecto al campo de
la problemática educativa. Sin embargo, existe un error
conceptual en esta metodología de trabajo: la Argentina
es, dentro de América latina, una entidad muy diferenciada
y con caracteres que impiden la asimilación simplista
de su sintomatología cultural, política o económica
a la que corresponde al resto de América. No pretendemos,
con lo que vamos a decir a continuación, adentrarnos
en difíciles cuestiones de sociología ni de
política, pero creemos que toda persona de nivel cultural
superior puede admitir fácilmente que, de primera intención,
a simple vista, diríamos, es posible dividir a América
latina en cuatro grandes regiones con características
diferenciadoras: el Río de la Plata (Argentina y Uruguay)
y, probablemente, Chile, integrándose culturalmente
en esta zona; Brasil; los países del Pacífico
(Perú, Ecuador, Venezuela, Colombia), y Centro-América
y México. Quizá esta última región
deba ser dividida en dos: Centro-América y México.
Cualquiera
que haya participado de alguna manera en reuniones o congresos
con representantes de todos los países latinoamericanos,
tiene, sin duda, el recuerdo de que los hombres de las regiones
que hemos señalado revelan, de hecho, situaciones diferenciadas.
Mucho más podría decirse con respecto a las
diferencias que tornan disímiles las circunstancias
de los países latinoamericanos: desde los aspectos
etnográficos (países de población casi
totalmente mestizada; países con minorías blancas,
mestizos y grandes núcleos de indígenas no asimilados
todavía en modo alguno a la civilización occidental;
países en los que prácticamente no existe la
población indígena y la totalidad es de origen
europeo), hasta los culturales y los económicos.
Con
todo esto no pretendemos negar los factores unitivos (lengua,
religión, identidad de origen histórico, lazos
tradicionales, corrientes afectivas, similitud de numerosos
problemas económicos, etc.), pero lo que sucede es
que los únicos que se señalan son estos: los
unitivos, y en el plano de los estudios objetivos, con pretensiones
científicas o de rigor intelectual, no pueden ignorarse
los otros.
Ocurre,
además, que la corriente política del panamericanismo
ha desatado una postulación política de unidad
latinoamericana que respetamos y aceptamos como local y como
programa de solidaridad continental, pero que ha ocasionado
el fenómeno de que todo intento de explicación
–en los planos de la investigación y del estudio–
de los factores diferenciadores, sea considerado poco menos
que como delito de "leso panamericanismo", y se
replique entonces, a los argumentos objetivos con declamaciones
sentimentales.
A
todo esto se añade un factor mucho más grave:
en las últimas décadas, se han multiplicado
los congresos, jornadas, conferencias, seminarios y reuniones
latinoamericanas o americanas para el estudio y la consideración
de los problemas del continente en todos sus planos: militar,
económico, político, cultural. La mayor parte
de estas tareas se realizan bajo los auspicios o son directamente
organizadas por entidades internacionales o estrictamente
americanas: UNESCO, OEA, Unión Panamericana, CEPAL,
etc. Creemos que con la sola excepción de la CEPAL,
las restantes padecen del error de enfoque que hemos señalado
y el resultado es que esas organizaciones ven los problemas
latinoamericanos como una unidad y no distinguen los elementos
diferenciadores. Pero esta presunta unidad, ¿a qué
imagen responde? Aquí está lo peligroso para
los argentinos: en general, es una imagen que responde más
a cualquiera de las otras zonas que a la del Río de
la Plata. Para estos organismos internacionales y para estas
reuniones americanas, América latina es lo que son
los países de Centro América en primer término,
luego los del Pacífico, y en última instancia
del Brasil. La Argentina les es prácticamente desconocida.
Hasta
aquí, nuestros lectores podrán argüir:
"Bien, aún aceptando que todo lo dicho sea exacto,
ello no pasa de ser un problema de esos organismos o de esas
reuniones". No: existe un peligro muy grave. No se trata
de un mero error conceptual que afecta a quien lo padece.
La consecuencia delicadísima es esta: de esas reuniones
americanas, y de esos organismos, surgen las recomendaciones,
las apreciaciones, las soluciones que se intentarán,
y, finalmente, los enfoques mentales sobre una situación
general. Y los argentinos, sin darnos cuenta, comenzamos a
participar en esos enfoques y, a menudo, procuramos poner
en práctica esas recomendaciones o esas soluciones.
Todo
lo dicho se aplica muy especialmente, y creemos que de manera
más exacta que en ningún otro caso, al terreno
de lo pedagógico. Hace ya mucho tiempo que los argentinos
estamos invadidos, prácticamente, en la esfera de los
estudios pedagógicos, por la UNESCO, la OEA y las publicaciones
de esos organismos o resultantes de las conferencias interamericanas
sobre problemas de educación. Ello en sí mismo
no tiene nada de malo y no estamos en contra de dichas entidades
ni de la realización de las reuniones, pero advertimos
que los enfoques resultantes tienen muy poco o nada que ver
con la realidad de nuestro país.
Posteriormente,
ocurre algo que agrava más el problema: numerosos docentes
o pedagogos se dejan llevar con excesiva facilidad por esas
corrientes desacertadas, y esto por dos o tres motivos principales:
falta de una sólida preparación pedagógica,
cosa muy común en nuestro país, donde los estudios
pedagógicos superiores padecen numerosas fallas; una
especie de "mitología" que se ha creado en
torno a algunas entidades internacionales que hace que todo
lo presentado por ellas parezca poco menos que infalible y
se transforme muy pronto en algo que se parece mucho a un
dogma; y, finalmente, un cierto entusiasmo por lo que estas
organizaciones pueden significar en cuanto a becas, viajes,
publicaciones,... y, quizás, cargos. (Conviene aclarar
públicamente que el autor es ex becario de la UNESCO
y considera que la obra de esta entidad, en cuanto a intercambio
de personas, es su principal contribución. Cree, asimismo,
que sus frutos, en cuanto a fundamentos pedagógicos
de alto nivel, son muy pobres).
Ahora
bien: todo este largo exordio, que supera quizás los
límites de lo discreto, sirve para decir que el libro
"La sociedad y la educación en América
latina", que acaba de publicar EUDEBA, es un ejemplo
cabal de todo lo que hemos señalado. Realmente, no
entendemos este afán de la mayor parte de las editoriales
argentinas de publicar, en materia pedagógica y sociológica,
tantos volúmenes referidos a América latina,
cuyos autores demuestran una ignorancia tan grande sobre la
situación argentina.
La
introducción advierte que "este manual ha sido
escrito para educadores latinoamericanos (y parece que los
editores han concluido, sin más, que era también
apto para los educadores argentinos) y para ser usado en las
escuelas normales y universidades de América latina
y pretende satisfacer las siguientes necesidades: 1) la de
contar con un conjunto de datos relativos a las sociedades
de América latina, sobre cuya base sea posible comprender
sus problemas educativos y sus necesidades; 2) la de disponer
de una presentación coherente de los datos sociológicos
referentes a la América latina".
Nos
permitimos señalar que estos fines pueden haberse cumplido
con respecto a otros países latinoamericanos: para
la Argentina no se cumplen en modo alguno.
En
el capítulo l (Sociedad y socialización), después
de una descripción teórica del tema, se toma
como ejemplo el proceso de socialización de un niño
de la aldea de Saucio, población de 70 familias en
los Andes colombianos. Más adelante hay un ejemplo
brasileño. En el capítulo ll se describe el
proceso de socialización (sobre el método seguido
habría también algo que decir, aunque este es
otro aspecto: a nosotros, personalmente, no nos parece acertado
utilizar exclusivamente el sistema empirista y descriptivo,
sobre ejemplos individuales, para los estudios sociológicos)
de una familia obrera inmigrante en Río de Janeiro
y de un niño de una "favela" de esa ciudad.
Luego
se transcribe un estudio de un antropólogo de la Universidad
de Chicago sobre "la cultura y la educación en
el altiplano mesooccidental de Guatemala".
El
capítulo lll trata de los "Grupos étnicos
y culturas indígenas en América latina".
Es un estudio útil para países con grupos indígenas
o poblaciones negras (útil, repito, siempre que se
acepten las conclusiones sobre la base de las descripciones
fundamentadas empíricamente); pero que no sirve en
absoluto para la realidad argentina.
Muy
importante resulta en la obra el capítulo siguiente:
"Caracteres nacionales y subculturas en América
latina". Comienza por un interesante estudio de William
Lytle Schultz sobre el carácter del hombre latinoamericano,
en que se analiza y describe el individualismo español
como aspecto básico de la tipología latinoamericana
y más adelante se utilizan transcripciones del mexicano
Samuel Ramos y del brasileño Fernando de Azevedo. Finalmente
se ensaya una ubicación precisa de "subculturas
americanas". Aquí es inútil que procuremos
encontrarnos los argentinos, porque no figuramos por ningún
lado. Son autores de ese intento los profesores Charles Wagley
y Marvin Harris, del Departamento de Antropología de
la Universidad de Columbia, de Nueva York, y dan esta clasificación:
"1) grupo indígena-tribal; 2) indígena-moderno;
3) campesino, 4) ingenio-plantación; 5) fábrica-plantación;
6) urbano; 7) clase superior metropolitana; 8) clase media
metropolitana; 9) proletario urbano". Ya se advierte,
por la terminología, que la realidad argentina se desconoce.
Pero quizás se pudiera hallar algunos elementos de
la realidad social argentina en esa terminología, por
ejemplo, dentro de los "campesinos". Pero tampoco:
se habla de México, de Brasil, de algunas áreas
del valle del Amazonas, de las Indias Occidentales o de las
Guayanas; se analizan las persistencias de rasgos africanos;
se comentan los fenómenos lingüísticos
como el "tarascana" de los mestizos de Michoacán
o el "creole" de Haití; y se añaden
algunos datos tales como "a los campesinos se les ha
reconocido el derecho a votar" o que "los jóvenes
pueden jugar al fútbol, si ese es el deporte nacional,
como lo es en el Brasil".
La
descripción de la "estancia" argentina y
de las formas de vida de ayer y de hoy de nuestra campaña
podían hallarse, quizá, en lo que se engloba
bajo las denominaciones "ingenio-plantación"
y "fábrica-plantación". Sin embargo,
y aunque la palabra "estancia" aparece citada (solamente
citada) el análisis se realiza sobre la base del ejemplo
de las plantaciones centroamericanas dedicadas a la caña
de azúcar y que comenzaron sustentándose en
la esclavitud.
Naturalmente,
el interés de un argentino se centra luego sobre los
tipos "urbanos" y sobre las denominaciones que se
refieren a la "clase media" principalmente la que
se caracteriza en la obra como "metropolitana".
Aquí se refiere a lo que genéricamente se denomina
"clase media" y "tipos urbanos". El comienzo,
empero, desalienta de entrada: "Los pueblos en que se
celebran ferias periódicas y que actúan como
centros administrativos y religiosos de los distritos rurales
son muy viejos en América latina...". Es decir
que se parte de un tipo de comunidad urbana que puede caracterizar
a otras regiones de América, nunca a la Argentina,
donde los centros urbanos nacieron, generalmente, a la inversa:
la acción de los fundadores españoles daba origen
al centro urbano, y desde este se difundía la acción
hacia la campaña. En la época independiente
el fenómeno se repitió con los "fortines"
(fenómeno que, por supuesto, en toda la obra se ignora
en absoluto). La descripción de las clases medias metropolitanas
tiene datos que coinciden parcialmente con la situación
argentina, aunque se comienza por afirmar que "los componentes
de la clase superior metropolitana tratan de conservar, hasta
donde es posible, los patrones e ideales tradicionales de
la aristocracia terrateniente...". Cualquier argentino
que tenga noción somera, ya sea por experiencia vital
propia o por estudios elementales, de lo que significó
en nuestra evolución social y política la lucha
entre conservadores y radicales, puede darse cuenta de inmediato
de lo equivocado de esa afirmación por cuanto hace
a nuestro país. Luego sigue una frase que nos resulta
enigmática, pero que conviene transcribir para que
se advierta la "seriedad científica" de estos
sociólogos: con referencia a los grupos de la clase
media superior metropolitana, descendientes o no de la aristocracia
terrateniente o de inmigrantes, se expresa: "Es este
grupo el que en América latina, permite que sus hijas
tengan citas e ingresen en las profesiones, rompiendo así
las viejas tradiciones de noviazgos supervigilados...".
Sinceramente, suponemos que hay un error de traducción
o que nosotros no sabemos interpretar al párrafo. A
menos que el párrafo diga, precisamente, lo que dice...
Naturalmente,
son útiles para cualquier país y tienen datos
de gran interés, los capítulos V y VI, destinados,
respectivamente, al estudio de "Los cambios demográficos
y sus consecuencias educativas" y "Desarrollo económico
y educación".
El
capítulo destinado a "Las grandes asociaciones
y sus funciones educativas" es aceptable, aunque en un
nivel muy elemental y los que se refieren a "Escuela
y comunidad" (el problema del maestro rural) y "La
escuela como factor de integración social y cultural"
son también correctos y aceptables, aunque debemos
señalar que en la Argentina todos esos temas están
tratados, con más extensión y a veces con mayor
profundidad, por un gran número de compatriotas y desde
hace muchas décadas. En el fichero temático
del Instituto de Ciencias de la Educación de la Facultad
de Filosofía y Letras o de la Biblioteca de Maestros
(por no citar sino dos ejemplos) se pueden hallar una bibliografía
enorme y de muy antigua data sobre todos los problemas que
contemplan esos dos capítulos. A veces duele que a
los argentinos tengan que venir profesores extranjeros o entidades
internacionales a descubrirnos problemas sobre los cuales
estamos capacitados como para ir nosotros a enseñar
al exterior.
En
síntesis: no queremos decir con todo lo que antecede
que la obra que comentamos sea mala ni inútil. Simplemente,
que no sirve en absoluto para la República Argentina.
Y que existe un peligro muy grande: que los educadores argentinos
saquen consecuencias y propongan soluciones basados en datos
que nada tienen que ver con nuestra realidad. Aprovechamos
para decir que respetamos y valoramos en su justa medida la
labor de EUDEBA, pero advertimos que en materia educativa
y sociológica, se inclina a aceptar con demasiada facilidad
las ideas de autores o entidades muy proclives a considerar
el indigenismo, el mestizaje y la "subculturación"
(sigo su lenguaje) como los rasgos típicos de América
latina. Podrán serlo para otros países: no para
el nuestro.
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