Artículos Publicados en la Revista del Instituto de Investigaciones Educativas

El cuestionamiento de las instituciones escolares*

Publicado en el Nº 1, mayo de 1975.

l) Las banderas vueltas del revés


Hoy están en cuestión, están discutidas, atacadas a veces en términos agresivos, las instituciones escolares. Una labor y una tarea a la cual muchos hombres y mujeres se han dedicado a lo largo del tiempo con vocación, con decisión y convencidos de hacer una obra por el bien del hombre en el más alto sentido de la palabra, está cuestionada. Es oportuno, por lo tanto, formular unas cuantas reflexiones en torno del tema, y hacer algo así como una toma de conciencia. Esta exposición es en buena medida una reflexión personal. Es una reflexión hecha en alguna medida para mí mismo pero espero que sirva a otros, principalmente a los más jóvenes, a quienes se inician en las tareas de educación y tienen razón en sentirse a menudo confundidos y preocupados por este cuestionamiento que, si a algunos de nosotros nos toca en la mitad del camino de la vida, a ellos les toca en el principio.

Las palabras que siguen no pretenden brindar una explicación y definición total sobre un asunto tan complejo, sino solamente invitar a una reflexión para que cada uno pueda continuarla y llegar a una conclusión propia.

El material sobre el cual podemos trabajar es vasto. Reseñaremos sus lineamientos centrales de manera sintética con el objeto de llegar a una visión global.

La igualdad de oportunidades

En estos momentos tres grandes planteos se formulan en contra de las instituciones escolares o de los sistemas educativos en su conjunto. El primero de ellos es conocido como la necesidad de "la democratización de la educación" o la necesidad de hacer efectiva una "igualdad de oportunidades". Según este planteamiento las instituciones educativas en el mundo en general –toda esta exposición se refiere a un planeamiento de carácter universal– niegan la igualdad de oportunidades.

Sobre esto, en una oportunidad, para la labor de mi cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras, elaboré una ficha de trabajo de la cual se transcriben los conceptos iniciales:

"El ideal de la igualdad de oportunidades fue una de las grandes banderas del siglo XIX. La política educativa lo asumió como uno de sus principios fundamentales. Entendió que para hacerlo realidad era indispensable capacitar a todos los habitantes en el manejo de un instrumento que, dentro del esquema mental propio del siglo, resultaría algo así como la llave maestra para las posibilidades ilimitadas de los hombres en una sociedad donde la libertad y los derechos individuales estuvieran garantizados."

Ese instrumento era el alfabeto. Claro: el siglo XIX, heredero filosóficamente de ese gran movimiento que se inicia del Renacimiento en adelante, heredero del iluminismo, de la ilustración, que culmina con los procesos del positivismo en el siglo XIX, llega a considerar que mediante la ilustración el hombre podría terminar su propio proceso de liberación y de maduración personal. Para esa ilustración el alfabeto sería la llave maestra. El hombre que supiera leer y escribir tendría abiertas las puertas de esas posibilidades ilimitadas para su desarrollo. Entonces, proveer al nombre de ese instrumento esencial que era el alfabeto sería el punto de partida de un movimiento de crecimiento universal, de progreso universal, que además empalmaba, digamos así, con todas las posiciones económicas, sociales y políticas de la época.

Por eso la organización de los sistemas de enseñanza primaria obligatoria y gratuita fue el punto de partida. Dando esa base a todos los habitantes, se les brindaría la oportunidad de desplegar luego en la libre competencia social el caudal entero de sus posibilidades.

Quiere decir que el ideal de la igualdad de oportunidades no es una novedad de este instante. Es un ideal que el siglo pasado levantó como bandera de todo el sistema educativo. Ahora, sin embargo, se lo acusa precisamente de ser un sistema que niega esa igualdad de oportunidades. ¿Por qué? Ha surgido la convicción de que ese ideal no puede considerarse satisfecho por dos motivos esenciales. Primero, porque la oportunidad de la enseñanza elemental no ha podido ser brindada efectivamente y por igual a todos los habitantes. En estos momentos en muchos países se señala que esa oportunidad no ha sido brindada efectivamente a todos y que en general ciertos sectores de la población, por ubicación geográfica, por situación económica, por situación social, etcétera, apenas han disfrutado de esa prometida igualdad de oportunidades. En segundo lugar, aún cuando esa oportunidad haya sido brindada a la perfección e igualitariamente, es decir, aún en el caso de que efectivamente la escuela primaria y obligatoria y común haya estado al alcance de todos, se insiste en que no hay una verdadera igualdad de oportunidades. Expliquémoslo.

El primer planteo se resolvería simplemente –quiero decir simplemente en el orden teórico– si se consigue poner escuelas a disposición de todos. Pero hay otro planteo profundo. Aún cuando pongamos la escuela a disposición de todos. Pero hay otro planteo profundo. Aún cuando pongamos la escuela a disposición de todos estaríamos lejos de una auténtica igualdad de oportunidades ¿Por qué? Porque –respondería aquel planteo– "no basta asegurar el acceso a la escolaridad elemental sino garantizar el acceso y la terminación de los niveles educativos más altos posibles para cada persona". Pues, proseguiría, muchos pueden comenzar el sistema educativo pero no todos tienen oportunidad de llegar hasta los más altos escalones que su posibilidad mental o su capacidad o su voluntad le brinden.

Además, inclusive garantizando a todos estos accesos, queda aún una desigualdad: la de las diferentes condiciones de carácter extraescolar que afectan a cada alumno.

En síntesis, lo se dice es esto: La escuela igual para todos, ha terminado por ser no igualitaria. Brinda lo mismo a todos los que llegan a ella, pero como no todos están en las mismas condiciones para aprovecharla, termina por brindar más a los que están en mejores condiciones, con lo cual el gran argumento de la escuela común y del tratamiento igual para todos se vuelve del revés y entonces la maestra que mide con la misma vara igualitaria y justiciera a todos sus alumnos está cometiendo un pecado de esa desigualdad; precisamente porque mide igual a quienes no son iguales.

Es decir: al tratar de manera igualitaria a todos, los que llegan en mejores condiciones extra-escolares aprovechan mejor ese tratamiento, y los que están en peores condiciones son los que reciben menos; con lo cual, para lograr una auténtica igualdad de oportunidades debería organizarse un tratamiento no igualitario desde el punto de vista didáctico y organizativo en general en la escuela.

En síntesis, esta argumentación busca metodologías para resolver los factores de desigualdad extra-escolares y los factores organizativos didácticos que permitan armar una auténtica igualdad de oportunidades en los ámbitos escolares. Las argumentaciones se refuerzan con estadísticas que tienen su peso, efectivamente. Porque las listas de repetidores, por ejemplo, en los primeros grados, o las listas de desertores, indudablemente guardan una correspondencia bastante pronunciada con la situación económico-social de los respectivos alumnados, con lo cual se está haciendo un cuestionamiento indudablemente serio, digno de ser tenido en cuenta y que es necesario meditar.

De la redención a la opresión

Pero se va todavía más allá. Este es un primer planteamiento de carácter organizativo y didáctico, pero que no cuestiona a las instituciones escolares en sí mismas. Hay otro mucho más profundo. Para entenderlo debe retrocederse un poco en el tiempo. La escuela que en el siglo pasado se difundió por el mundo, o mejor dicho, las instituciones escolares o los sistemas escolares que en el siglo pasado se difundieron por el mundo, pueden ser llamados sistemas "redentores", porque surgieron con una mentalidad redentora.

En mi último libro, llamado "Etapas históricas de la política educativa", señalo una primera etapa de la política educativa: es la que abarca el último tercio del siglo pasado aproximadamente. Allí aparece la concepción de la escuela "redentora" de la humanidad, esa escuela nació con ambiciones mesiánicas: "Ilustrad al hombre y será salvo", entendían sus adalides. Tenía un sentido de redención que venía desde las entrañas mismas del iluminismo, cuya pretensión fue siempre liberar al hombre de un pecado capital para la concepción iluminista: la ignorancia. "Ilustradlo y será salvo de ese pecado" podrían haber dicho los ideólogos del iluminismo y de la ilustración, aunque esa salvación no tuviera el mismo sentido de la salvación cristiana.
Los sistemas educativos decimonónicos surgieron en alguna medida con esa mentalidad. La escuela sería capaz de redimir al hombre en lo personal y en lo político. El hombre, en posesión de ese instrumento redentor –el alfabeto– sería capaz de llegar a cualquier altura, de desenvolverse por sí mismo. Para ello había que crear escuelas, enseñar a leer y escribir, y luego poner bibliotecas populares donde el hombre pudiera continuar ilustrándose por sí mismo.

Lo decía Manuel Belgrano en 1876 cuando proponía cómo hacer progresar la agricultura en nuestro pueblo, en nuestra América. Manuel Belgrano era un buen discípulo de los fisiócratas. El esquema era sencillo: los agricultores tienen que aprender cómo manejar los campos y cuál es la mejor semilla. Para ello necesitan conocer las cartillas de agricultura. La instrucción será, entonces, siempre, la llave maestra para todo esto. En lo político la tesis enlaza con la concepción de la famosa educación del soberano. El hombre instruido, el ciudadano instruido, conocería sus derechos, sería capaz de aplicarlos y de defenderlos.

De esta concepción de la escuela redentora y liberadora parece que ahora estamos llegando a una concepción totalmente diferente. A esa escuela se la acusa en estos momentos de ser nada menos que la representante probablemente más perversa de toda una estructura social opresora del hombre y de las clases sociales menesterosas, creada exclusivamente con el fin de mantener esa estructura de injusticia y de opresión al servicio de las clases dirigentes.

Se han pasado pues bruscamente al otro lado. Esta escuela que aparentemente había surgido con aquella intencionalidad, ahora está acusada de ser simplemente la representante de los intereses de la presión del pueblo para mantener las estructuras sociales y económicas injustas que en aquel momento habían existido. Las clases dirigentes –se afirma textualmente en artículos y en panfletos, y repiten entusiastamente muchas personas– se ocuparon de crear un sistema de escolaridad obligatoria simplemente para que las masas fueran más fácilmente gobernables y aceptaran un orden social injusto y opresor.

Hay inclusive estudios de profusa circulación en los cuales se desmenuzan cuidadosamente los libros de lectura utilizados a lo largo de la historia de la escuela, desde el siglo pasado, para señalar en ellos precisamente todos los puntos donde esa ideología de opresión está latente y subyacente a fin de que los alumnos se acostumbraran a tolerarla y servirla.

La obligatoriedad


Finalmente llega otro cuestionamiento más, y obsérvese cómo lo notable de este proceso dialéctico es que se toman las grandes banderas de una institución y se las convierte en grandes acusaciones. Por ejemplo: La obligatoriedad escolar, –que es la última gran novedad en el cuestionamiento– fue siempre vista en líneas generales como una de las grandes conquistas de la política educativa del siglo pasado. Para imponer esa igualdad de oportunidades históricas, para lograr el progreso de los pueblos, para volcarlo hacia las grandes oportunidades históricas, para que todos los hombres pudieran ser ciudadanos conscientes de sus derechos y sus deberes y para que tuvieran la oportunidad de seguir adelante, se consideró necesario imponer la obligatoriedad de la enseñanza. La obligatoriedad fue vista y aceptada como necesaria para el bien común, diríamos así, como se acepta en el orden de la salud pública la obligatoriedad de ciertas vacunas. Indudablemente, toda obligatoriedad es en principio una restricción a la libertad absoluta del hombre, pero muchas se toleran en el orden social y político como aceptables, convenientes, buenas, necesarias, en orden al bien común. La obligatoriedad de la educación se entendió de esa manera.

Hoy esa obligatoriedad escolar es acusada como la más tremenda de las opresiones que un sistema escolar injusto hace recaer sobre los individuos. Esa obligatoriedad recibe otro nombre: monopolio escolar. Pero cuidado: esa acusación de monopolio escolar no tiene nada que ver con la cuestión del monopolio del estado por la educación. Ese es otro asunto, es una cuestión diferente.

Esta acusación dice más o menos lo siguiente: fuera del sistema escolar –y para esto no importa si se trata de enseñanza privada u oficial– ninguna conquista educativa, ningún aprendizaje, ningún desarrollo o perfección personal es convalidado. No merece una certificación válida para el desenvolvimiento en la vida corriente, por lo tanto, es un monopolio. Como el acceso y el desenvolvimiento dentro de ese monopolio está limitado a quienes tienen ciertas condiciones que les permiten aprovecharlo, se demuestra una vez más la existencia de un sistema educativo al servicio de determinados grupos o sectores.

Recapitulemos: la bandera de la igualdad de oportunidades y de la escuela común e igualitaria se convierte en acusación de falta de igualdad de oportunidades.

La bandera de la escuela redentora y liberadora se transforma en acusación de escuela opresora y defensora del privilegio de estructuras sociales injustas, y la bandera de la obligatoriedad escolar en acusación de monopolio de las instituciones educativas, de monopolio de toda acción educadora. El análisis completo y exhaustivo de todo ello demandaría algo más que una exposición como esta. Podría llenar quizás un curso o permitiría una buena labor de investigación. Trataremos por el momento de sintetizar las posturas esenciales que sobre esto se presentan.

El cuestionamiento de las instituciones escolares, cierta crítica a su desenvolvimiento, reconoce una antigüedad histórica bastante amplia. En la literatura universal –no en la literatura pedagógica: simplemente en la literatura universal– en la novelística, por ejemplo, hay muchos autores que a través de los tiempos han hecho críticas acerbas sobre las modalidades y formas de desenvolverse de las instituciones escolares.

Colette

Una famosa autora francesa, que en su tiempo fue un poco sinónimo de escándalo y audacia. Colette, –una gran escritora, una pluma agilísima–, tuvo su fama mayor con una serie conocida como "Las Claudinas" en una de cuyas novelas, precisamente "Claudina en la Escuela", hace una crítica bastante agria sobre modalidades, costumbres, formalismos escolares. Desmitifica una institución que generalmente se tiene la costumbre de tomar en un sentido excesivamente solemne. Es como quien da la vuelta y entra al gran restaurante de primera categoría y dice: "Un momentito, yo quiero entrar por atrás". Y entra por la cocina y empieza a descubrir otro mundo. Bien, Colette toma la escuela por el otro lado, diríamos, y pone de relieve ciertas pequeñas miserias quizás propias de la vida escolar con todas sus características, y también ciertos formalismos vacíos en los cuales suele caer.

Es digna de ser considerada, porque tiene algunas cosas a veces un poco más profundas que una simple crítica de humor.
Por ejemplo, en este libro, en una página, Claudina habla sobre una clase de matemáticas, donde le presentan un problema. ¡Los clásicos problemas! Dice:

"No sé de qué trata el problema ni tampoco me preocupa". Cita entonces el enunciado tradicional: "Un obrero clava estacas para una valla, separándolas de tal modo que el cubo de alquitrán en que baña la extremidad inferior hasta una altura de 30 centímetros se vacía en tres horas. Suponiendo que la cantidad de alquitrán adherida a cada estaca es de 10 centímetros cúbicos, que el cubo es un cilindro de una base circular de 15 centímetros de radio y que tiene 75 centímetros de altura y está lleno hasta las tres cuartas partes, que el operario cada hora sumerge 40 estacas y descansa 8 minutos. ¿Cuál será el número de estacas y cuál la superficie vallada que tiene la forma de un cuadrado perfecto? Calcular también cuál será el número de estacas necesarias si se alejan unas de otras 10 centímetros más y el costo de la operación en uno y otro caso si las estacas cuestan a tres francos cien y el operario gana 50 centésimos por hora". Y añade la autora: " ¿Podríamos deducir también si el operario es afortunado en amores? ¡Oh! ¿Qué imaginación insana, qué cerebro depravado han urdido esos problemas odiosos con los cuales nos martirizan? Los odio.
"¿ Y los obreros que se juntan para complicar la suma de trabajo que hacen, que se dividen en dos cuadrillas, una que gasta un tercio de fuerza más que la otra pero en cambio trabaja otras dos horas más? ¿Y el número de agujas que una costurera tuerce o rompe en 25 años usando agujas de 50 centavos el paquete durante 11 años? ¿Y las locomotoras que varían diabólicamente su velocidad, sus horas de salida y las condiciones de los fogoneros? Odiosas suposiciones, hipótesis inverosímiles que me han hecho intolerable la aritmética para toda la vida".

Bien, hay algo más serio que una humorada de una gran pluma en esto. Quienes hemos sido maestros de escuela primaria, quienes sabemos lo que es la enseñanza formal, con la mano en el corazón podemos reconocer algunos de estos excesos –y otros menores–, en abundancia. Esta aritmética que se le ha hecho intolerable a Colette para toda la vida, es la misma aritmética que se la ha hecho intolerable a muchos chicos para toda la vida, a raíz de algunos procedimientos didácticos de naturaleza semejante.

He querido traer esto para comenzar quizás con un poco de buen humor en un tema que en determinado momento puede ser un poco menos amable, y para señalar que ciertos cuestionamientos a las instituciones escolares vienen de lejos y tiene fundamentos que es necesario analizar con cuidado. Uno de los mayores riesgos que ha corrido la institución escolar ha sido precisamente el de congelarse en sus propias estructuras y perder de vista una actitud de crítica reflexiva permanente sobre sí misma. Lo cual, por otra parte, es uno de los riesgos mayores que acechan a todas las instituciones a través de la historia.
Otro cuestionamiento surge algo más adelante. Es muy reciente, pero tiene otro enfoque.

Gozzer

Un autor italiano, Giovanni Gozzer, hace cosa de quince o dieciséis años, publicó un libro titulado "Los Católicos y la Escuela". Era un cuestionamiento de la escuela católica, pero no un cuestionamiento del funcionamiento de la escuela católica o de su perfección o imperfección en cuanto a católica, sino un cuestionamiento que preguntaba si la escuela católica es la institución necesaria y conveniente todavía en este tiempo para cumplir la misión eterna de la iglesia de la transmisión del mensaje evangélico.

El libro tuvo bastante repercusión en Italia y en Europa, llegó acá pero se difundió poco entre nosotros. La tesis central es la siguiente: en un momento de la humanidad, el medio, el recurso, el instrumento mejor para la difusión del mensaje de la salvación, del mensaje de Cristo, pudo ser la institución escolar; quizás hoy no lo sea, quizás haya hoy otros medios, otros recursos para esa transmisión, para cumplir esa misión eterna. Pero probablemente, acostumbrados al uso de ese recurso que es la institución escolar, se ha olvidado la aparición de los otros, se continúa enfrascado en este y se dejan de lado los demás mientras que estos otros son quizás más importantes, más fuertes, más vigorosos. Hace mención directa de los medios de comunicaciones modernos, lo que suelen llamarse medios de comunicación de masas, es decir, la prensa, el periodismo, las asociaciones juveniles, la radio, la televisión, la ocupación del tiempo libre, etcétera. Y entonces Gozzer se pregunta: ¿No habremos dejado de lado esto porque nos habíamos habituado a usar solamente este recurso anterior, es decir, la escuela? Añade:

"¿No se hará quizás demasiado a menudo una confusión entre la educación cristiana y el problema de las estructuras escolares destinadas a impartir ciertos niveles de instrucción elemental, secundaria y profesional?" "La educación, o sea la conquista y la transmisión de los valores espirituales y la inserción plena en el espíritu cristiano a través del mensaje y de la gracia, es obra que empeña en diverso modo a todos los fieles y que no puede ser reducida o identificada con los aspectos singulares del proceso de inserción y de integración en la sociedad que se confía a instituciones como las escolares. La educación, por lo tanto, es un fenómeno más complejo, más amplio, más comprometedor, que se desenvuelve a través de múltiples canales, entre los cuales, innegablemente, se encuentra el escolar, pero este último ha perdido, por la modificación de estructuras sociales y de las nuevas formas de comunicaciones, aquella exclusividad o aquel primado que en un tiempo le era reconocido".

Este tipo de cuestionamiento no se difundió lo suficiente y yo tengo para mí que es una de las avanzadas del cuestionamiento de las instituciones escolares más serias, mejor planteadas, y sobre la cual quizás no hemos sabido reflexionar suficientemente.

Barbiana

De Italia también procede otro libro del cual se puede decir que ha dado la vuelta al mundo y que en nuestro país se difundió muchísimo, particularmente en todas las instituciones universitarias y en todas las carreras de ciencias de la educación. El libro se llama "Carta a una profesora". No tiene autor confesado, pero fue escrito por el párroco de la localidad de Barbiana. Este es un dato poco conocido que me confió Giovanni Gozzer. Figura escrito por el conjunto de alumnos de esa escuela de Barbiana y es una crítica feroz, un cuestionamiento agresivo, con palabras audaces contra esa escuela que va dejando caer, va dejando frustrar, va dejando fuera de sí misma a los alumnos que fracasan. Se puede preguntar: ¿Cuál es la injusticia? ¿Dónde está el error? ¿Qué ha de hacer la escuela? Aquí aparece una radical transformación mental para enfrentar el problema.

El libro se abre con esta frase. "La escuela obligatoria no puede aplazar". O sea no puede hacer repetir, no puede echar los alumnos, debe procurar que todos ellos salgan adelante.

El protagonista principal es un muchacho humilde, procedente de una aldea lejana –de un "paese"–, y entre otras cosas dice, por ejemplo esto: "Yo tenía que caminar todos los días dos horas para llegar hasta la escuela de mi aldea. Dos horas de camino. Los otros, la mayoría, llegaban de la casa que tenían ahí cerca. Éramos todos iguales pero yo era dos horas menos igual que los demás".

Luego analiza los cuadros estadísticos: quiénes son los que no alcanzan a desenvolverse bien en la escuela. Analiza la presentación que la maestra, los profesores, hacen de los temas, cómo responden a la estructura mental de una clase, de un grupo social, de su formación cultural, en su manera de presentarse, de hablar, tan diferentes de él, del campesino en cuya casa no tenía ningún elemento cultural de apoyo.

Es una crítica indudablemente muy fuerte que aquí se ha usado con toda clase de intenciones y que en nuestro país se ha usado injustamente en el sentido que se ha asimilado directamente la situación.

En Europa indudablemente es bastante diferente esa situación. Entre nosotros tenemos un régimen de escolaridad, tanto en la primaria como en la secundaria, menos rígido y donde estos tipos de fenómenos se dan con mucho menos fuerza. En nuestro caso se lo ha usado y se lo ha simplificado mucho, pero repito que este libro, entre el alumnado de muchas facultades y carreras de ciencias de la educación ha sido un libro de cabecera últimamente.

Otras críticas

Inclusive yo mismo, en los últimos años, en una serie de artículos, he propuesto cuestionamientos bastante serios a nuestras instituciones escolares, a nuestro régimen educativo, y diría que en los últimos tiempos he frenado ciertos impulsos críticos porque debido a esa confusión en la cual vivimos, temí que determinadas críticas o cuestionamientos sirvieran quizás a aguas que van para no sé qué molinos. Pero indudablemente, hay motivos para cuestionar.

El 15 de abril de 1972, publiqué un artículo titulado "El monopolio educativo", en el cual señalaba precisamente, que ninguna capacidad personal merece reconocimiento formal, o sea institucionalizado, si no ha sido lograda dentro del sistema educativo formal.

La falta de tal reconocimiento formal significa en la mayoría de los casos un impedimento, total a veces, grave en otras, para obtener provecho de capacidades auténticas para ser útil a la sociedad. Añadía que el sistema educativo ha terminado en un régimen que no se interesa por los resultados sino sólo por los certificados que otorga. Es decir: llega un momento en que en las escuelas de comercio, por ejemplo, nadie se preocupa si el alumno egresa sabiendo inglés o no después de cinco años de estudios de inglés, o sabiendo escribir a máquina o no. Importa obtener y otorgar un certificado, donde conste la aprobación de inglés y de mecanografía y donde se diga que es perito mercantil.

El sistema educativo formal ha terminado por desinteresarse de la capacidad real obtenida. Pero igualmente sus certificados son válidos para determinados ingresos en determinados establecimientos. En cambio, una persona carente de dichos certificados no obtiene un reconocimiento formal de su capacidad.

Esto dicho con respecto a un idioma o a una habilidad como escribir a máquina, es mucho más grave referido a la formación cultural, al desarrollo mental, a una capacitación intelectual de carácter racional que se puede obtener a menudo por otras vías diferentes de las escolares.

Un artículo publicado también con mi firma el 17 de mayo de 1972, se llamaba "El gran vacío". Hacía allí alusión a lo que significan a veces los años de escuela media en muchos alumnos.

En otro, de julio de ese año, titulado "Para reemplazar la escuela media", proponía cierto tipo de estructuras diferentes para la escuela media que en este momento tenemos, mediante centros educativos, cada uno de los cuales ofreciera distintos servicios educativos, en cambio de tener un sólo centro en el cual se pretende abarcar la totalidad de los ofrecimientos educativos.

Otro se llamó "La triple escolaridad" y se publicó en setiembre de 1971. Allí formulé una acusación al régimen que se está extendiendo cada vez más en ciertos sectores sociales, consistente en delegar funciones educativas propias de las familias en los ámbitos escolares, lo cual es uno de los graves problemas de nuestra época.

Y por último, quisiera citar un artículo también de 1971, llamado "El sistema y sus víctimas", en el cual hablo de "víctimas en este sentido: muchos de los grandes hombres de la humanidad son producto de la obra de los sistemas educativos, pero es probable que junto con ellos exista un número incalculable de otros hombres que no son sino víctimas de esos sistemas. Es decir, todos sabemos que grandes hombres y grandes profesionales han salido de ciertos colegios secundarios famosos –no aludo a ninguno en particular y sí a todos en general– pero nadie sabe, ni analiza, ni medita, en la gran cantidad de buenos talentos, o de buenas capacidades, frustradas por muchos de esos colegios secundarios famosos, fenómeno que se da tanto en nuestro país como en otras partes del mundo.

Con todo esto entramos en los cuestionamientos que están un poco más de moda ahora y que entran ya en la problemática política y social a la cual me refería.

Latapí

Hace poco estuvo entre nosotros un sacerdote jesuita mejicano, Pablo Latapí. En las jornadas Olivetti realizadas en Buenos Aires hace tres o cuatro años sostuvo que en América Latina es imposible continuar con el régimen educativo actual. Sostiene Latapí que este sistema educativo exige inversiones tan costosas que América Latina no estará nunca en condiciones de hacerlas. Además, el régimen actual exige algo así como trasvasar líquido a un tonel cuyo orificio de salida es superior a la capacidad de entrada del líquido. Es decir: por más que se vuelque dinero y recursos en los sistemas educativos, la expansión demográfica de América Latina supera esa posibilidad, fenómeno que está perfectamente comprobado, porque las últimas estadísticas de la UNESCO sobre analfabetismo mundial señalan un fenómeno a escala mundial que ya estaba detectado en América Latina hace más de diez años.

Las cifras porcentuales de analfabetismo disminuyen, o sea, el porcentaje de analfabetos va disminuyendo, pero las cifras brutas de cantidades de analfabetos son más altas debido al fenómeno de la expansión demográfica. No hay que olvidar que América Latina es el continente que tiene el mayor índice de crecimiento demográfico del mundo. La Argentina está en otra situación, totalmente atípica, pero en cambio el resto de los países está en una situación notablemente expansiva. Quiere decir que el proceso de rejuvenecimiento de la población –así llamado– es cada día mayor, y por lo tanto los esfuerzos por montar servicios educativos como los actuales resultan insoportables.

Entonces Latapí sostiene la necesidad de otra estructura que permita superar estas dificultades. Por eso propone algo que puede parecer insólito en estos momentos: acortamiento de la escolaridad. Observen cómo él da vuelta la cuestión. Hasta ahora todos pensamos en la necesidad de más y más escolaridad. Latapí dice que se debe acortar la escolaridad; es decir, menos años de escolaridad formal. Pero, claro, esto no quiere decir menos educación. Latapí propone otras "agencias educativas" y sostiene que hay otras metodologías, otras formas vinculadas con la sociedad, de brindar servicio educativo. Habla de "flexibilidad" y "relativa desinstitucionalización" del sistema escolar mismo.

Illich

Pero Latapí en el fondo es en esto un seguidor de un personaje que en estos momentos es sinónimo de cuestionamiento a las instituciones escolares. Se trata de Iván Illich, ex-Obispo de Cuernavaca, cuya situación canónica yo ignoraba con exactitud, aunque hace muy poco supe que está fuera de la iglesia definitivamente. En el fondo lo que Latapí hace es seguir el pensamiento de Illich en esto y acá mismo, en este mismo trabajo, él lo resume en alguna medida en una serie de proposiciones.

Illich sostiene que "los sistemas escolares, en la medida en que implican una escolaridad determinada en forma obligatoria, son opresores". Ahora se comprende mejor lo que antes decíamos. Se ha tomado la bandera de la obligatoriedad escolar del revés, y entonces esa obligatoriedad resulta sinónimo de escuela opresora. Sería opresora porque las finalidades sociales y políticas que subyacen en ella no sólo impiden la libre autodeterminación de la persona respecto a sus alternativas de superación educativa sino que excluyen automáticamente la posibilidad de otras formas más espontáneas y eficientes de educación.

En América Latina los desertores del sistema son dos tercios de los niños, según cifras aproximadas y siempre difíciles de comprobar. Abandonan la escuela primaria antes de concluir el 5º grado. Luego –se argumenta– los sistemas escolares, por el hecho de arrogarse la certificación oficial de la educación, ejercen un control social ilegítimo sobre los ciudadanos y los futuros ciudadanos. Y se añade, como lápida de razonamiento: el reconocimiento oficial de la educación –acá late la idea clave de todo el cuestionamiento político social más profundo que en estos momentos se está haciendo– encubre un intento de domesticación política del pensamiento, la imaginación y las habilidades humanas.

Entonces, los educadores descubrimos que durante toda nuestra existencia no hemos sido sino servidores de un universal proceso de domesticación política del pensamiento, de la imaginación y las habilidades humanas. Los sistemas escolares uniforman perniciosamente las aspiraciones personales, empobrecen la creatividad potencial del ser humano, etcétera.
Todavía, otra acusación: al ser gratuitos o pretender ser gratuitos, terminan favoreciendo a quienes gozan de mejores condiciones para acceder a ellos.

En síntesis, Illich cuestiona esencialmente las instituciones escolares como representantes de un proceso de opresión.

El fondo de la cuestión

Es indispensable aclarar ahora mismo lo siguiente: Illich (del cual acabo de leer en prólogo de un libro que es de una inteligencia excepcional, y que además parece –dice el prologuista– que tiene una carga de agresividad bastante violenta hacia aquellos que él considera que no son inteligentes) me sorprende. Pues a pesar de ser tan inteligente como dicen, gasta tanto esfuerzo en demostrar lo que en el fondo ya está demostrado. Realiza un arduo esfuerzo dialéctico y elabora una larga argumentación, para demostrar que la escuela es mandataria de la sociedad, que esta da a la escuela sus propias pautas culturales, sus valores, sus normas. Y yo pregunto: ¿A quién se le ocurrió lo contrario alguna vez?

El esquema sería el siguiente: por definición la sociedad es la institución que crea la escuela. La escuela, por lo tanto, actúa sobre los miembros de esta sociedad por encargo y por delegación de esta sociedad. En consecuencia, la escuela en sí misma no puede sin dar, formar, según lo que esa sociedad de la cual es delegada, de la cual es su criatura, le ha dado, le ha encargado, le ha transmitido. Porque además la escuela es también por definición representante típica de esta sociedad, y los educadores somos llamados a representar típicamente los valores, las pautas, los modelos de cada sociedad.

Entonces, toda la argumentación que en este momento se está haciendo en contra de la escuela como representante típica de una sociedad cargada con todas las culpas y vicios posibles, es innecesaria. Es un poco un esfuerzo gigantesco por demostrar el principio de transitoriedad de la igualdad: porque si a es igual a b y b es igual a c, quedaría que a es igual a c.
Creo que no es indispensable todo ese gigantesco esfuerzo para demostrar eso. El problema central del asunto es que este cuestionamiento de las instituciones escolares no es el cuestionamiento de las instituciones escolares sino es el cuestionamiento de la sociedad.

Esto es otra cosa. Aunque no estemos de acuerdo con el cuestionamiento, podemos estar de acuerdo en una posición racional, podemos estar de acuerdo en un punto de partida de la discusión. Pero en este momento, por ejemplo, denunciar a todo el sistema educativo argentino creado en el siglo pasado, como el culpable y el motor de todo el proceso de deterioro de la sociedad argentina es un poco absurdo. Si se quiere cuestionar la sociedad argentina es un poco absurdo. Si se quiere cuestionar la sociedad de ese momento podemos entrar a discutirlo, pero la escuela tenía que ser necesariamente lo que era la sociedad en ese momento.

La contradicción

Lo curioso es que todos estos argumentistas parten de una posición contradictoria consigo misma: sin parar mienten en sus razonamientos previos, inmediatamente definen a la escuela como el agente de cambio fundamental en la vida de la sociedad, en la vida de los pueblos. Según es, la escuela, criatura de la sociedad, tendría que ser el agente de cambio de esta sociedad, lo cual, indudablemente, y dicho con palabras muy poco académicas, es poner directamente el carro delante del caballo. Es la misma contradicción en la cual caen muchos de los que manejan hoy el concepto de la opresión de los sistemas educativos sobre el educando. Con lo cual caemos de lleno en el problema famoso de la liberación, o de la educación liberadora.

La liberación

Una vez recibí una consulta de un estudiante de pedagogía. Me pedía que le respondiera en veinte líneas si la educación argentina es liberadora. Le contesté: Primero, para responder en veinte líneas haría falta una capacidad de síntesis extraordinaria. En segundo lugar, la pregunta encierra una trampa dialéctica. Pues parte de la clásica postura maniquea: la educación o es liberadora o es opresora. Obliga a meterse en un esquema dialéctico falso.

La educación necesariamente tiene que ser liberadora porque de lo contrario no es educación. Lo sabemos por definición de educación los que hemos estudiado pedagogía: es algo así como el abc de la pedagogía. Los viejos manuales de pedagogía que uno puede recorrer, los primeros que se presentaban en la escuela normal ya lo decían. Esos manuales clásicos de la pedagogía ya aclaraban la distinción inicial entre domesticación y amaestramiento y educación y por otra parte, si nos remontamos a Sócrates, veinticinco siglos atrás encontramos la raíz del proceso. Por otra parte, en la base de todo el proceso de la educación cristiana está el concepto de la liberación inicial y de la libertad sin la cual no hay ninguna posibilidad de educación. La educación por sí misma tiene que ser liberadora. Pero la trampa dialéctica está en que nos quieren llevar al proceso de una educación liberadora que tendría que partir de la nada, con lo cual entonces no hay posibilidad de liberación porque sobre la nada cultural no hay posibilidad de liberación.

Este es el mismo error de la paloma que al volar decía: "Qué bien y qué rápido volaría si no fuera por la resistencia que me ofrece el aire". Claro, si no fuera por la resistencia que le ofrece el aire no podría volar, se caería. El problema del encuentro del espíritu joven con la cultura es más o menos el mismo: sin ese encuentro con la cultura él creería poder desplegar la totalidad de sus potencialidades creadoras fuera del marco cultural. Ese es el encierro dialéctico al cual quieren llevarnos, ese es el encierro en el cual caen estas posiciones y en el cual también Illich y quienes siguen esta postura.

Reimer

Pero las posiciones cuestionadoras siguen. Hay un libro de Reimer, de quien dicen que es el maestro de Illich –yo no lo tengo comprobado– titulado "La Escuela ha muerto". Obsérvese la contradicción esencial a la cual llega Reimer: parte de la necesidad de una sociedad no tecnologizada, porque la tecnología y la complejidad de la sociedad industrial serían los grandes culpables de todas las desdichas del hombre actual. Entonces propone la supresión de las instituciones escolares y su reemplazo por agencias que ofrezcan servicios educativos, que entre otras cosas consistirían en tener a la mano en barrios, ciudades, villas y en todas partes, los depósitos de información en computadoras, o bancos de información donde cada uno podría servirse la información o requerir el servicio educativo. Pero el manejo de la computadora y la multiplicación de estas maravillas tecnológicas de tan alto nivel exigen precisamente una sociedad más tecnologizada que nunca y un proceso de instrucción y de capacitación que es imposible obtener fuera de instituciones educativas formales.

Análisis final

Ha llegado el momento de hacer un análisis final de todos los problemas y los cuestionamientos planteados.

Profundizando la crítica iniciada, puede decirse que se ha pasado de la reforma a la utopía o de la crítica a las contradicciones. Primero, porque se toma la parte por el todo y segundo, porque suele haber bastante mala fe en el planteamiento de datos y conceptos. Se toman datos sueltos que fuera del contexto dan resultados totalmente diferentes.

La autoridad

Por ejemplo, la famosa antinomia entre autoridad y libertad. No hay ninguna duda que es una de las antinomias clásicas en los tratados de pedagogía, pero todos también sabemos cómo esa antinomia se resuelve, no dialéctica sino vitalmente, en la conquista de una autoridad que el educando siente como propia. Conviene citar aquí a Lombardo Radice. En 1912, un poco bastante ante de estas posiciones, escribió en sus "Lecciones preliminares de Didáctica" párrafos inolvidables: "¿Cuál sería el verdadero valor de una disciplina que se calificase de férrea, hecha de prohibiciones inexorables, de castigos reglamentarios, si tales prohibiciones y castigos careciesen de resonancia en el alma del joven de suerte que se convirtiesen en propia, interna prohibición, en castigo que se siente merecido, y aunque administrados por otros, con idéntico valor al de un castigo que el culpable mismo se hubiese asignado?" Es decir que ya hace un rato que los educadores conocemos lo que hoy se llama "Teoría de la participación del alumno en el proceso de educación", porque como bien he dicho, y hace mucho que sabemos, la disciplina auténtica es la que surge en el espíritu del educando. "Prohibiciones y castigos –sigue Lombardo Radice– pueden ser también difíciles y penosos, pero no por eso debe apiadarse el maestro; ¿no es siempre difícil y penoso vivir en el momento trabajoso que acompaña a ese sentirse la conciencia inadaptada a sí mismo, y que es precisamente el momento de nuestro crecimiento interior?" En estos párrafos y en otros que siguen se resuelve esa antinomia que por otra parte la educación cristiana tiene también perfectamente resuelta, porque si no la tuviera resuelta no habría posibilidad de creer en una justicia divina, no habría posibilidad de creer en una auténtica salvación del alma. Porque también hay una doctrina de autoridad y una libertad, pero esa autoridad se tiene que apoyar sobre la libertad precisamente, y en esa síntesis es donde se puede resolver la acción.

Llevarnos a que esa antinomia entre la autoridad y la libertad es representante de la opresión y negadora de la libertad del ser humano, es llevarnos a un callejón sin salida, absolutamente insoportable que sólo lleva a un nihilismo, o mejor dicho a un nihilismo como primer paso. Termina en un avasallamiento total de la libertad porque del nihilismo se cae entonces sí en la única salida que es otra clase de autoridad, que es la que auténticamente esclaviza.

La castración

Esto es lo mismo que ocurre con el papel de la familia y la dialéctica de la autoridad familiar. Hoy en día ha llegado hasta a acuñarse una expresión desagradable por su terminología, pero de la cual se usa y abusa en todos los ambientes educativos. Es la del "edu-castrador".

En determinados ambientes la expresión es hoy favorita. Según esto los educadores seríamos castradores del alma, del espíritu, de la libertad, de la voluntad. Es el mismo proceso que el de la madre castradora, tan usado, llevado y traído por películas, revistas y revistuchas. Claro, sí: es sabido que existen en las familias estos tipos de personajes que anulan la personalidad, que impiden el libre madurar de las personalidades. Pero de ahí no se deduce en modo alguno que todo el proceso de juego constante entre la autoridad y la libertad en el seno de la familia derive en una posición "castradora". En ese sentido habría que recordar por ejemplo el libro de un famoso psicoanalista: Flügel. Después de analizar todos los procesos que podrían ser llamados castradores, todos los procesos que en la familia impiden la maduración de la personalidad y de explicar cómo el proceso de maduración personal consiste en que el joven, el adolescente, pueda emerger de su propia familia para tener capacidad de formar otra propia, concluye advirtiendo: "Si a partir de la gran frecuencia con que encontramos una deficiente emancipación de los lazos familiares, concluyéramos que era nuestro deber esforzarnos por impedir su formación, nuestra conclusión sería apresurada y desastrosa. Sería igualmente inútil, al par que cruel e imprudente, intentar abolir las relaciones de amor y dependencia que ligan a padres e hijos, hermanos y hermanas. Tal proceder, si alguna vez alcanzase un éxito relativamente razonable, con seguridad crearía daños mayores que los que intentaba prevenir". Y sigue: "El amor paterno es uno de los rasgos esenciales y más necesario del ambiente del niño para que el desarrollo moral y emocional de éste progrese armónica, espontánea y fácilmente. " Este autor, que ha estudiado íntimamente todos los procesos que se dan en el seno familiar y las deformaciones y los abusos que se producen a menudo, sabe que dentro de ese proceso es donde se da la maduración sana de la personalidad y si lo destruimos no damos una formación sana sino una maduración insana desde otro punto de vista.

El proceso de autoridad paterna –o materna– puede fracasar por exceso o defecto. Todos los niños que en su edad paterna han padecido una autoridad despótica son seres que luego sufren grandes dificultades en la aceptación normal y lógica del juego de autoridad en la vida, todos aquellos que han carecido de una autoridad paterna o familiar normal y adecuada lo padecen también.

Este juego antinómico de autoridad y libertad como términos antitéticos nos lleva a un callejón sin salida, que sólo termina en esclavitudes de peor signo después. No podemos llegar a la negación de toda autoridad y admitir que la autoridad es siempre símbolo de opresión y de despotismo.

Circula por ahí una publicación que se llama "Diario de un Educastrador". Es un folletito insignificante, sin ningún valor, escrito por un joven maestro francés que sufre un proceso siquiátrico por el cual tuvo que ser procesado en Francia, expulsado de la escuela y que visiblemente padece un síndrome claro de alteración patológico-sexual en la relación con los alumnos. Pero todo esto se ha publicado como modelo de la posición absolutamente "liberadora" en la educación. No tendría ninguna importancia –el libro en sí no la tiene– pero lo importante es que circula, que se editó, que se considera en serio, que se analiza en cátedras pedagógicas, que se utiliza, que los jóvenes estudiantes de hoy lo están manejando. Este es el proceso de abuso y de deformación dentro de esta línea del cuestionamiento a las instituciones escolares, que nace con un origen mucho más serio y fundado como acabamos de ver y que puede dar origen a algunas cuestiones dignas de ser consideradas.

Las simplificaciones

Este tipo de análisis tiene dificultades grandes, porque no parten de simplificaciones mentales. Las simplificaciones mentales son mucho más sencillas.

Encontrar chivos emisarios para todos los problemas de la sociedad y del mundo siempre ha sido una metodología útil. Y lo mismo las posturas maniqueas. En este momento las posturas maniqueas son las que intenta decir: todo régimen educativo es malo, no sirve, es culpable, y lo bueno está en la liberación total de ese régimen.

Las precisiones que exigen ciertos esfuerzos mentales, estudios, reflexiones, no son a menudo bien recibidas. Los profesores que llevan a los alumnos a una posición simplista en términos de malo o bueno encuentran una acogida mucho más fácil. El profesor que toma una postura con la cual simplemente quiere sacudir la costra en la cual es ser humano quería recluirse, al principio naturalmente encuentra protesta. La gente patalea, porque no quiere que le sacudan su costra. Ya lo decía Unamuno.

Exigirle al alumno o al estudiante que tome conciencia de esta situación para analizarla, para meditarla, para reflexionar sobre ella es por eso difícil. Lo fácil es excitarlo para que se embandere.

De este tipo de enfoques tampoco se pueden obtener réditos de fácil popularidad, ni se pueden escribir títulos de fácil venta, que es otra de las trampas en la cual caen autores, editoriales, profesores. Si hoy, por ejemplo, levantan la bandera de la educación dialógica, nos encontraremos con algunas dificultades si exigimos ante esa bandera una reflexión serena y racional. Si el profesor llega al alumno y dice: "Comencemos por estudiar la educación dialógica en Sócrates", puede encontrar algunas dificultades porque ya está negando una bandera que en este momento se alza con cierta facilidad. Y se puede terminar inclusive en ciertas burlas un poco siniestras, diría yo.

El diálogo

El gran adalid de esa educación dialógica es hoy la figura del brasileño Paulo Freire. El diálogo como esencia de la labor educativa. ¿Quién puede negarlo?

Supongamos que esta exposición fuera un modelo de educación bancaria, según lo que dice Paulo Freire. Yo habría traído acá una posición para que los lectores la reciban pasivamente. Habría hecho el depósito bancario en los lectores que me habrían leído pasivamente. Supongamos que esto haya ocurrido así. Aquí entonces no hubo ni educación ni nada que se le parezca. Simplemente no hubo nada. Si entre los lectores y el autor de este texto de alguna manera no se ha establecido un esquema de participación mental, aunque no lo hayamos explicitado mediante preguntas y respuestas y diálogos y grupos operativos de trabajo, aquí no ha pasado nada.

Pero si han quedado dudas, reflexiones, si los lectores han seguido el hilo del pensamiento aquí escrito, si quedan reflexionando sobre el tema con ansias de buscar bibliografía, de realizar consultas, entonces aquí ha habido educación dialógica, es decir, ha habido educación, porque hay una sola educación que es la educación y que es dialógica: existe cuando hay diálogo, cuando hay participación: entre unos y otros y el resto no existe. No hay una metodología de "clase magistral" de la cual debemos abjurar y una clase con diálogo y participación: hay clase o no hay clase. Hay clase cuando el profesor, aunque hable una hora entera, entra en participación con los alumnos y estos lo siguen, razonan con él, lo escuchan, meditan en lo que dice. Así como hay también clase cuando se va dialogando en voz alta. Cuando no ocurre nada de esto, entonces no hay educación dialógica, simplemente porque no hay educación.

Pero hoy se toma la bandera del diálogo, se la levanta y luego se la escarnece inclusive, porque se oyen exámenes donde los alumnos, tartamudeantes, anhelantes, nerviosos y asustados repiten la posición de Paulo Freire para tratar de que el profesor le ponga la nota con la cual van a aprobar y obtener el certificado formal de un saber en el más puro esquema de la "educación bancaria" de Paulo Freire.

Pero eso es simplemente la burla a la cual llegamos y la prueba de que muchas de estas cosas se están manejando con intenciones a veces simplemente exhibicionistas y en otras ocasiones con intenciones de destruir algo para llegar a otro tipo de esclavitudes mucho peores.

Qué hacer

Quedaría por pensar qué hacer frente a esto. Ocurre algo así: nos encontramos frente a una nueva etapa histórica. Frente a estos cuestionamientos, ¿Qué debemos hacer? ¿Defender todo lo dado, aún lo malo? ¿Defender aquella escuela de la cual con fundamento puede haberse reído Colette? ¿Defender a ultranza todas las instituciones escolásticas que encontremos siempre, todo el régimen en el cual estamos, o aceptar cualquier cuestionamiento? ¿Haremos una defensa cerrada del papel y la actuación del docente o participaremos en esta crítica acerba según la cual el docente sería el peor espécimen de representante de una sociedad opresora y aniquilante del ser humano y de sus libertades? En una palabra: ¿Cuál es el futuro de la escuela y del docente frente a esta situación?

No concluiremos con una solución. Concluiremos con la necesidad de pensarlo, pero con seriedad, espigando la paja del grano. No ha de dejarse –en aras de una sociedad anticonsumo– que se nos vendan productos innobles para ponérnoslos a cuestas y salir con ellos porque es la moda que en este momento se lleva. Es necesario analizar, meditar, observar qué hay de bueno y de serio y desdeñar después, con valentía, aquello que no sirva o que sea falso o intencionadamente manejado.

Para tratar de resumir mi pensamiento, no con la intención de ofrecerlo como "la solución" sino como un elemento para reflexionar, diría que en adelante la escuela y las instituciones escolares deben ser entendidas como uno de los caminos para la labor educativa y no como el camino. La escuela y las instituciones escolares deben ser entendidas como ofrecimientos de servicios y no como imposiciones de servicio. La escuela y las instituciones escolares, y sus programas, y su currícula, y sus regímenes, deben ser entendidos como algunas de las vías para llegar a determinados puntos formativos, no como las únicas vías formativas. Nadie dice que para tener un certificado de hombre culto haya sido necesario seguir tales o cuales programitas de la escuela secundaria y haber cumplido tales o cuales puntos del programa de literatura de 4º y de 5º año, por ejemplo, sino que se puede llegar a una formación cultural por otras vías muy diferentes, Hay muchas personalidades que pueden llegar a buenas dimensiones profesionales y culturales generales por vías diferentes del sistema escolar.

Debemos tener en cuenta que existen hoy otros medios de comunicación del pensamiento, como decía Gozzer, de lo cual participo plenamente, con un poderío mucho más fuerte que el de las instituciones escolares. Recordar que la palabra oral, el libro y la escuela eran quizás la única manera de trasmitir el pensamiento y formar determinados niveles cívicos, sociales, culturales, generales y profesionales, hasta el siglo pasado, hasta 1920 o 1930, pero no hoy, cuando contamos con medios de formación de las masas, de la sociedad, del pueblo, para su capacitación cívica y social, para la trasmisión del mensaje cristiano inclusive, que hemos dejado de lado.

Creo que la escuela y las instituciones escolares necesitan y requieren una profunda adecuación, una profunda reestructuración para ubicarse en la circunstancia histórica en la cual estamos. Pero esto debe darse como un cambio auténtico en las instituciones escolares y en los docentes en primer término, entendiendo que el cambio en sí mismo no es valioso por ser cambio. El cambio es valioso cuando es un cambio positivo y no por el simple hecho de que sea cambio o de que se destruya lo que teníamos antes. En esto les compete a los docentes y a quienes están en el campo educativo la responsabilidad esencial, porque deben ellos manejarse para poner en buena medida las cosas en una órbita adecuada.

Desde un punto de vista personal yo estoy en contra de las posiciones simplemente subversivas, destructoras, que so capa de liberación conducen al hombre a la peor de las esclavitudes, pero esto no significa que me coloque en la defensa cerrada de instituciones y de personas que durante años y años se han negado a todo cambio, a toda renovación para defender solamente sus propias situaciones, su comodidad o su ineptitud.

La escuela actual, todo el sistema educativo, necesita una profunda, una muy intensa transformación. Tiene una posición encerrada en un castillo custodiado por leyes de obligatoriedad, de monopolio efectivo que provocan y justifica alzamientos tumultuosos y consignas subversivas.

En años anteriores en muchas escuelas secundarias del país se produjeron tumultos y algaradas muy desagradables, muy violentas, la mayoría de ellas desdichadamente digitadas y dirigidas con intenciones determinadas. En ningún momento me hubiera puesto a favor de eso. Pero, con la mano en el corazón, repito una vez más que muchas de esas instituciones escolares, de esas autoridades educativas y de esos docentes, durante años y años se resistieron totalmente a la más mínima transformación, a la más mínima modificación, al más mínimo análisis de conciencia sobre su propio servicio en aras de un inmovilismo y de un quietismo que tampoco podemos defender en modo alguno.

El problema existencial y vocacional que se presenta a quienes están hoy en el área de la educación es el siguiente: se levantan banderas de destrucción que no es posible seguir, porque son banderas que buscan un orden que no puede ni debe admitirse: pero tampoco se puede, simplemente, quedarse en defensores celosos y a ultranzas de aquel otro orden que tiene y tenía mucho de injusto, de equivocado, de inútil y de pernicioso. Por lo tanto, el problema esencial y vocacional de los educadores de hoy, que compromete sobre todo a la gente más joven, es buscar las banderas que es necesario levantar para esa renovación y esa transformación con signo positivo.

Quizás si algunos sectores subversivos y totalitarios vienen ganado la delantera en este proceso del cuestionamiento es porque otros no lo han sabido hacer en su momento y encarar transformaciones oportunamente. Quizás todavía se esté a tiempo.

 

*En el Mes de mayo de 1974, fui invitado por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, de Tucumán, a pronunciar una conferencia en su Cátedra Mayor Pablo VI. Sobre la base de esa exposición, posteriormente reproducida casi textualmente en su versión primitiva para su circulación en aquella provincia, he redactado este trabajo. Agradezco a las autoridades de la mencionada casa de estudios su gentileza para permitirme la publicación de este artículo sin oponer ningún inconveniente.

L.J.Z.

BIBLIOGRAFÍA CITADA:

1 Luis Jorge Zanotti: "Etapas históricas de la política educativa", (EUDEBA, Bs. As., 1972)
2 Lombardo-Radice: "Lecciones preliminares de filosofía de la educación", (Ed. Losada, Bs. As., 1961)
3 Rodolfo Mondolfo: "Sócrates" (EUDEBA, Bs. As., varias ediciones).
4 Luz y Fuerza: "Pautas para una política nacional".
5 Everett Reimer: "La escuela ha muerto" (Seix-Barral, Barcelona).
6 Jules Celma: "Diario de un educastrador", (Ed. de la Flor).
7 Colette: "Claudina en la escuela", (Ed. Sudamericana).
8 Scuola di Barbiana: "Lettera a una professoressa", (Librería Editrice Fiorentina).

OTRAS OBRAS VINCULADAS AL TEMA:

1 Luis Jorge Zanotti: "La escuela y la sociedad en el siglo XX", (Ed. Estrada, Bs. As., 1970).
2 Luis Cross: "La explosión escolar", (Ed. Estrada, Bs. As., 1969).
3 Varios autores: "Teoría y práctica del planeamiento integral de la educación", (Ed. Estrada, Bs. As., 1971).
4 Tomás Amadeo Vasconi: "Contra la escuela. Borradores para una crítica marxista de la educación". Revista de Ciencias de la Educación Nº 9, mayo de 1973.
5 Ricardo Nasif: "Apuntes para una teoría de la desescolarización", Revista de Ciencias de Educación Nº 10, octubre de 1973.
6 Peter Buchman: "Revolución en el patio", (Ed. La Flor).


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Joaquín V. González, Educador
El Hombre y su Obra

Publicado en el Nº 7, julio de 1976


Rendimos hoy homenaje a una institución y a un hombre. La primera ha cumplido setenta años de vida. El segundo, creador de aquella, es una figura incorporada desde hace más de medio siglo a la galería de los grandes argentinos. Es difícil en ocasiones como esta distinguir si es la obra o la institución el motivo determinante de la gloria del fundador, o es el hombre con su espíritu de excepción quien ilustra, por siempre, a su obra. La síntesis es la respuesta. Porque no hay héroes ni profetas, ni sabios ni artistas, ni estadistas ni científicos cuya vida no desemboque en instituciones u obras imperecederas, así como también es cierto que las instituciones, las escuelas, los discípulos o las doctrinas son el testimonio luminoso de su presencia cuando ellos han desaparecido. González pertenecía a la estirpe de los fundadores. El Instituto Nacional del Profesorado Secundario es de la especie de las buenas obras, de las piedras basales, de las instituciones llamadas a perdurar.

Hay otro gran espíritu argentino cuyo nombre debe recordarse en la ocasión, porque su pensamiento y su labor tuvieron parte principalísima en la puesta en marcha y en el desenvolvimiento de la flamante casa de estudios en sus años iniciales. Era Leopoldo Lugones, y vale el recuerdo para traer aquí la exacta alusión a los méritos de Joaquín V. González expresada en 1918 durante un homenaje público ofrecido en La Plata al fundador de su Universidad* "Lo que enseña, ante todo, su obra, es la grandeza de concebir y la eficacia de ejecutar".

En esta frase de Lugones se encierra, a mi juicio, una de las características singulares y distintivas de estos hombres a quienes debemos incluir en la estirpe de los fundadores. Formaron, en efecto, las generaciones consagradas a fundar la nacionalidad sobre la base de sus creaciones políticas, jurídicas y educativas. Nacido en 1863 en la aldea de Nonogasta, hijo y nieto de riojanos, Joaquín V. González, gobernador de su provincia a los veintiséis años, estudiante del Colegio ya dos veces secular de Montserrat y graduado en la Universidad de Córdoba, se enroló por decisión propia y por convicción profunda entre la falange de la generación del 80. En buena medida fue uno de sus arquetipos y en algunos aspectos la representó por excelencia.

Ricardo Rojas, en una conferencia pronunciada en su homenaje un año después de su muerte, en la por entonces Junta de Historia y Numismática Americana, después Academia Nacional de la Historia, lo definió con precisión: "Perpetuaba en la generación del 80, de la que fue su más alta expresión intelectual, el tipo de patricios anteriores; pero a diferencia de ellos, González no fue militar ni polemista, ni orador. No obró directamente sobre las multitudes ni transformó bajo su acción la realidad contemporánea, porque reemplazó aquellos que él llamaba "política espiritual" mediante las letras, la enseñanza y la ley".

En los dos párrafos que me he permitido citar, espigando de entre la copiosa producción escrita en torno de esta noble figura por muchas de las mejores personalidades del país, queda reflejado el carácter esencial de González, es decir, su riqueza interior, su carácter, su vocación personal y su circunstancia histórica. Lugones lo ubica en el momento preciso en que la Nación, apenas en ciernes, requería el concurso de los creadores, de quienes tenían "grandeza para la concepción y eficacia para la ejecución". Era el mandato de su tiempo y de su patria. Lo satisfizo. Ahí quedan sus páginas literarias, entre las mejores de la prosa y la lírica españolas. Ahí quedan sus textos de interpretación jurídica de nuestras leyes y de nuestros modos de vida. Ahí queda la Universidad Nacional de La Plata y aquí está el Instituto Nacional Superior del Profesorado, erguido en sus setenta años de existencia fecunda y mostrando su realidad esperanzada para otras tantas décadas.
Rojas lo define es su estilo y en su vocación: "No fue militar, ni polemista, ni orador". Usaba "la lenta eficacia del pensamiento". Con esa sola arma dio batalla a uno de los más bravos polemistas parlamentarios de su época: Carlos Pellegrini. Julio A. Roca le preguntó si se animaba a enfrentarlo en el temido recinto del Congreso. Joaquín V. González expuso parsimoniosamente su saber, sus convicciones, los fundamentos de la posición del Ejecutivo. Después de escucharlo con atención inconmovible por varias horas, el tremendo Pellegrini declaró: "Nada queda por agregar". González había triunfado.

Fue, en efecto, un hombre de su tiempo. Honramos en él a una generación que dio días de gloria a la patria, no en los campos de batalla por la independencia ni en las luchas fratricidas por la organización, como hubieron de ofrendar, antes, otros hombres a los cuales –en todos los bandos– debemos también el tributo de la admiración y el respeto. Estos fueron la generación de Sarmiento, Mitre, Avellaneda, Pellegrini, José Manuel Estrada, Roca, José María Torres, Roque Sáenz Peña.
Vivimos horas difíciles en nuestra patria. La peor dificultad deriva del temor a sostener las propias convicciones. La oportunidad de hoy debe ser buena, entonces, para recordar que a esta generación liberal del 80 debe la República sus instituciones fundamentales y su arranque hacia destinos de grandeza. Es fácil formular interpretaciones simplistas según las cuales la historia sería un sucederse de seres excelentes y casi perfectos en la lucha constante con perversas y siniestros personajes dispuestos a todos los males.

Abundan ahora las voces que ven en estos hombres del 80 sólo una especie de gran conjura antinacional, a la cual caben todos los epítetos infamantes. Agradezcamos entonces al Poder Ejecutivo Nacional, interpretado en este caso por el Ministerio de Cultura y Educación, que al honrar por el decreto 234 y 1974 la memoria ilustre de Joaquín V. González, imponiendo su nombre al Instituto que creó setenta años atrás, rinde pruebas de su homenaje a quien fue "la más alta expresión intelectual" de esa generación del 80, de esa estirpe de fundadores y de creadores que tenían "grandeza para concebir y eficacia para ejecutar".

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Uno de mis maestros iniciales en los estudios pedagógicos y ex rector de esta casa de estudios –Juan E. Cassani– decía en sus clases de Política Educacional que en nuestro país, desde 1860 hasta 1905, corrió un período que podría denominarse "de las grandes leyes educativas".

Explicaba con esos términos algo más. Se refería a la acción político educativa que en cuatro décadas, aproximadamente, dejó montado un sistema educativo debidamente estructurado en todos sus niveles, aunque por las mismas circunstancias de la época carente de coherencia y enlace armónico entre cada uno, lo cual hubiera sido la obra ulterior que todavía está por realizarse y es, ahora, el desafío de nuestro tiempo.

Por entonces, la enseñanza primaria fue el nervio motor de las preocupaciones de la política educativa. La figura de Sarmiento cubre con su empuje, su vigor, su elocuencia y su exaltada pasión, magníficamente expresada con una de las mejores plumas de nuestra historia, la memoria de un vastísimo conjunto de nombres que se brindaron con empeño extraordinario a desparramar por todo el territorio maestros y escuelas, para hacer realidad los ideales de una alfabetización y de una obligatoriedad de enseñanza elemental que, en el mundo entero, llevaban el signo de la redención moral, social y política de la humanidad.

Avellaneda es otro nombre al cual no se puede olvidar. Como ministro de Sarmiento primero y como presidente después, tuvo la visión genial de las creaciones de escuelas primarias enlazadas con las escuelas normales de donde saldrían los futuros maestros; fue el sostenedor de José María Torres en la obra de organización de la enseñanza secundaria y puso los pilares legales de la vida universitaria.

Joaquín V. González completa el tríptico: él acertó en dos preocupaciones que habían escapado a otros hombres de su época. Fue el fundador de una nueva concepción de la Universidad y fue quien comprendió la urgencia de brindar a la sociedad profesionales competentes para la obra de la enseñanza media.

Sin el normalismo la escuela primaria no habría cumplido su misión histórica. González comprendió la necesidad de formar los profesores de la escuela media y de sentar las bases de establecimientos de enseñanza superior. Este nivel del sistema educativo argentino cuenta pues al ilustre riojano como el creador de sus más originales y singulares instituciones: la Universidad Nacional de La Plata, como un complejo integral de educación, y el Instituto Nacional del Profesorado, como la casa madre de los docentes, de los estudiosos, de los investigadores y de los supervisores y administradores de la enseñanza media.

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Séame permitido, a esta altura, excusarme porque no he de hacer la exégesis integral de González. Sería empeño innecesario, porque lo han realizado con más autoridad y antes muchas distinguidísimas figuras. Imposible en la ocasión, además. Pero para presentarlo como educador, no podemos olvidar sus aportes sustanciales como legislador social y como jurista, pues ambas preocupaciones explican la inquietud por la educación de los pueblos que lo llevó al terreno de las instituciones de la enseñanza superior. Recordemos entonces, solamente, que en los primeros años del siglo dejó sentados los principios de un verdadero Código del Trabajo, como se conoce a su proyecto de ley del trabajo, concebido en momentos de graves dificultades sociales y en el cual se adelantó notablemente a su época.

Como jurista y profesor de Derecho Constitucional, dejó una obra famosa e imperecedera aún para los estudiantes y los estudiosos de nuestros días: el "Manual de la Constitución". De ella ha dicho Alfredo Orgaz con el peso de su indiscutible autoridad: "Es una flor de excelencia y perfección, un libro que no tiene superior, ni siquiera igual, en la bibliografía constitucional del país. Pasados más de sesenta años desde su aparición –Orgaz escribía esto en un artículo en el diario "La Nación" el 10 de marzo de 1963– permanece prácticamente intacto y con la misma lozanía de los primeros tiempos".

Este constitucionalista, este político, este legislador social, es quien marcha hacia su obra de estadista de la educación. Sus ideas de política educativa son claras y vigorosas. Descubrió, con Langlois, que no basta saber para enseñar y sentó de una vez para siempre un principio indestructible que, sin embargo, en el orden de la enseñanza universitaria todavía está por aplicarse universalmente.

Joaquín V. González trató en numerosas oportunidades la situación educativa del país. Siempre lo hizo mirando fielmente por los ojos de su generación y de su tiempo. Creyente fervoroso en la razón, desdeñaba las filosofías verbalistas y vacías y recomendaba el método científico como principio impulsor de toda enseñanza, aún en las disciplinas aparentemente más alejadas de sus características. Pero fue en el año 1905 precisamente, o sea hace siete décadas, cuando pronunció sus dos piezas principales sobre la materia. Es una la denominada "El profesorado nacional", discurso dado en su carácter de Ministro de Justicia e Instrucción Pública para inaugurar el Congreso de la Asociación Nacional del Profesorado, reunido el 2 de enero de aquel año. La segunda se conoce en su bibliografía con el título de "Estudios secundarios" y es también la exposición inaugural del ministro para la Segunda Conferencia de Profesores de Enseñanza Secundaria y Normal de la Nación, el 9 de febrero de 1905. Con ellas deja González señaladas sus ideas sustanciales con respecto a los dos temas con los cuales cerrábase, por entonces, la gran labor político-educativa de su generación: la enseñanza media y el profesorado competente para ese nivel.

Hasta ese instante, la escuela primaria había concentrado la energía y los estudios de grandes personalidades. Pocos habían discernido sobre el papel de la segundo enseñanza. Entre los precursores cuéntanse principalmente Amadeo Jacques, José Manuel Estrada –cuyas páginas luminosas al respecto, como "Memorias del Rector del Colegio Nacional de Buenos Aires" aún no han sido rectamente valoradas– José María Torres, el primer inspector de enseñanza media y el gran organizador de los colegios nacionales y escuelas normales, figura también que espera el biógrafo y el homenaje público que rindan el tributo merecido a una labor gigantesca. Por fin, ya en los albores de este siglo, Joaquín V. González –adelantado intelectual, verdadero cultor de una prospectiva pedagógica cuando esta locución aún existía– intuye el rumbo en la gran cuestión.
"Hablemos pues –dice en el segundo de los discursos mencionados– de la gran cuestión del día, de la enseñanza media". De ahí en más, desgrana sus ideas acerca del tema, desmenuza el problema de los planes de estudio, brega por la incorporación de los contenidos científicos y de los métodos experimentales, define los fines políticos y sociales de este nivel escolar y –con visión precursora– fija con precisión sus convecciones acerca del enlace necesario y conveniente entre la segunda enseñanza y la Universidad.

En la primer pieza oratoria había ya enfocado el tema que siempre le preocupó: la formación de un profesorado capacitado científica y técnicamente para los estudios medios y universitarios. Idénticas convicciones pone en sus escritos cuando hace mención a los docentes universitarios. Mas su inquietud de verdadero hombre de gobierno se demuestra en un punto sustancial: constantemente insiste en la necesidad de asegurar a los profesores de segunda enseñanza una carrera profesional digna y segura, a fin de poder contar con un verdadero cuerpo profesional de especialistas consagrados enteramente a sus tareas pedagógicas no sólo para asegurarles sus derechos como miembros de la sociedad sino para traspasarles paulatinamente el entero gobierno y la dirección de los asuntos escolares.

"He sido y soy aún –dice González en esas páginas– de los que aspiran a fundar una verdadera autonomía profesional de la enseñanza; sería la clase más esclarecida y respetada en la República, como en la antigüedad el sacerdocio. Pero es indudable –prosigue– que aquella autonomía ha de levantarse sobre bases de superioridad intelectual evidentes. La formación del profesorado es, pues, la primera cuestión que asalta nuestro raciocinio... La rutina y la suficiencia inconfesas –denuncia enseguida– han creído hasta ahora que bastaba saber para enseñar y han sido necesarios los desastres para demostrar el error"... Y por último, estas palabras cuya rigurosa actualidad es innecesario destacar:

"El desalojo de los insuficientes o incompletos y de los que carecen de vocación docente, se hará así por lenta y natural sustitución, al amparo de una política continuada de respeto y preferencia por los técnicos y de protección para la carrera docente, que hará de ella un "status" tranquilo, para que las vicisitudes del vivir no perturben la metódica y continua función de la cátedra".

Pero no sólo exalta González la conveniencia de asegurar al profesorado la estabilidad en la carrera y la tranquilidad económica, con lo cual se adelantó medio siglo a la sanción del Estatuto del Docente, sino que enuncia un principio mucho más importante todavía, pero este, desdichadamente, jamás comprendido en nuestro régimen escolar. Para González, la capacitación técnica –es decir, científica y pedagógica– del profesorado, llevaría a "eliminar al gobierno en materia de reglamentación y formulismo". Y añade este párrafo, sobre el cual creemos que es inútil añadir comentario alguno:

"Dueño (el profesor) de su ciencia y de su método propio, no necesita de estos molestos andamios que se llaman programas máximos o mínimos... al maestro que sabe su materia y su método didáctico –pero cuidado, añadimos nosotros: sólo al que sabe su materia y su método didáctico– los programas y el reglamento deben velarle los ojos como nieblas o entumecer los espontáneos vuelos de su inteligencia. Así, a mayor preparación conquistada por el profesor, corresponderá menor intervención gubernativa; y poco a poco la ciencia recobrará su imperio ideal de suprema conductora de la vida del universo".

Joaquín V. González, el liberal del 80, heredero del cientificismo positivista y pedagógicamente un metodista convencido, se adelantó una vez más a su tiempo y termina coincidiendo con los grandes renovadores pedagógicos del neo-idealismo. En el año de su muerte, 1929, Giovanni Gentile culminaba su reforma pedagógica en Italia y sostenía ideales parecidos. Y hoy cunde por el universo la idea del poder de la ciencia como conductora o al menos como sostén esencial de la política. Eran estos –González, Mitre, Pellegrini, Estrada– hombres arraigados en su tierra y en su tiempo: ello no les impedía, antes bien les exigía, mirar a la humanidad y al futuro. Eran los augures de un destino y no los cantores de un pasado que no necesitaban proclamar suyo porque lo traían irremisiblemente prendido en el alma.

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Así pues, el 16 de diciembre de 1904 Joaquín V. González, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, firma con el Presidente el decreto de creación del Instituto Nacional del Profesorado Secundario. Su primer Rector W. Keiper, en el memorable informe presentado al cabo de la primera década de su existencia, lo juzga así: "En los considerandos que fundamentaban el Decreto citado, el Dr. González trazó de un modo magistral las líneas de orientación del nuevo Instituto, para la preparación y la carrera de un profesorado secundario".

Allí quedaron sentados principios inconmovibles, como el ya mencionado de la necesidad del saber cómo se ha de enseñar y este otro, que citaré íntegro no sólo por su importancia extraordinaria sino porque, lamentablemente, aún no ha sido comprendido ni aplicado sino parcialmente:

"Una de las principales preocupaciones públicas –sostenían los fundamentos de la creación de esta casa– de todo país que procure el progreso de la educación pública, debe ser la formación del profesorado, capaz de llevar a efecto las varias enseñanzas que la cultura actual exige, ya de los profesionales, ya de los gobiernos, siendo evidente que la mayor relajación y decadencia de los estudios en los establecimientos docentes descuidada y sin límites con que han sido provistas las cátedras, más bien a manera de simples empleos o ayuda de costos, que como un alto y noble ministerio social y patriótico".

Pero con ser esto de alta significación, al revelar la alta decisión político-educativa que inspiraba al ministro-fundador, entendemos que mayor trascendencia alcanza todavía el inciso siguiente de los fundamentos glosados. Dícese en él: "Esta obra de la formación del profesorado de la enseñanza secundaria no es de un día, sino de gradual y progresiva realización y ella se cumplirá sucesiva o simultáneamente, induciendo a los actuales profesores a perfeccionar sus aptitudes y disponiendo la vía de los estudios profesionales a los que en adelante aspiren a desempeñar cátedras y procuren consagrarse a ellas, con exclusión de otros oficios u ocupaciones que los distraigan de la tarea docente".

La obra del Instituto fue, en efecto, de "gradual y progresiva realización" y como ocurrió con la otra gran casa-madre de la docencia argentina, es decir, la Escuela Normal del Paraná, de esta surgieron más tarde otros establecimientos similares, pocos primero, bastantes más luego, hasta conformar hoy un vasto espectro de establecimientos nacionales, provinciales y privados destinados a la formación del profesorado, para la enseñanza media y de todos los cuales la casa creada por González y que de ahora en más lleva su nombre es y seguirá siendo el punto de referencia ineludible.

Hablemos entonces, llegados a este punto, y por supuesto en forma brevísima, del presente. Pues menguado favor y precario homenaje rendiríamos a la memoria del patrono si limitáramos estas palabras a meditar en su gloria de ayer y dejáramos de lado la visión del mañana.

En 1904 esta casa no era aún. Hoy tiene miles de alumnos, cientos de profesores y una trayectoria cumplida. El riesgo de los fundadores era no ver la obra cumplida. El riesgo de nosotros, los continuadores, es mayor y menos perdonable: consistiría en cerrar los ojos a la acuciante realidad del instante y mantenernos en el inmovilismo y la quietud de la senectud, precursora del fin.

Hoy la enseñanza media es el nudo central de la política educativa y de la organización y desenvolvimiento de los sistemas escolares en todo el mundo. En 1904 –Joaquín V. González lo sostuvo con palabras clarísimas– eran tan sólo el hogar de grupos minoritarios de la población, de donde habrían de reclutarse en un proceso de movilidad social de raigambre democrática los talentos, las virtudes, las capacidades llamadas a los más altos niveles del estudio y a la acción dirigente en el orden político.

En 1975, la enseñanza media conforma ya, definitivamente, una unidad con el nivel de la llamada escuela común u obligatoria. Tiende a ser escuela para la universalidad de la población y está obligada a replantearse en profundidad sus fines y objetivos, sus contenidos, su metodología y hasta sus principios organizativos más elementales. Se postula desde posiciones doctrinarias e ideológicas diferentes su relación directa con el campo laboral y no faltan quienes, en posturas tremendistas pero de sana advertencia, han proclamado en nuestro país su extinción como nivel de características propias.

El Instituto Nacional Superior del Profesorado tiene el deber histórico de responder, setenta años después de su creación, a este desafío. Nació destinado a servir a la escuela media. Por eso su máxima autoridad formaba parte, de pleno derecho, del organismo encargado de la inspección general de aquella y se estructuró sobre un colegio secundario anexo como establecimiento de aplicación, feliz iniciativa perdida hace cerca de treinta años por razones ajenas a cualquier fundamentación pedagógica o político-educativa.

El Instituto Nacional Superior del Profesorado tiene ahora la obligación de ser el núcleo central de los estudios, de las investigaciones, de los debates, de las iniciativas referidas a la enseñanza media. Los planes de estudio, los programas, los regímenes de calificaciones y de promociones, las orientaciones metodológicas y las múltiples innovaciones indispensables o posibles son materia de decisión final en los organismos de conducción técnica y política de la escuela media, por supuesto, pero el Instituto –quizá en coordinación con otros institutos de similar jerarquía– debiera ser el centro natural de su consideración y análisis en el plano técnico-pedagógico.

El Ministro de Cultura y Educación, por intermedio de la DINEMS, tendría en esta casa el organismo idóneo para una profunda renovación de la enseñanza media. Debidamente dotado del edificio que la sociedad le adeuda desde el momento mismo de su fundación, de establecimientos de enseñanza media especialmente vinculados a ella para las tareas de aplicación, enriquecido con el aporte de nuevas tecnologías educativas, estructurado como eje de los procesos de perfeccionamiento del personal docente en ejercicio y de capacitación para ocupar cargo directivos, el Instituto Nacional Superior del Profesorado revelaría que en 1975 no ha perdido el impulso creador del fundador cuyo nombre ostenta ahora.

Si olvidara, en cambio, que la enseñanza media y sólo ella –en toda su riqueza problemática y en la casi inabarcable vastedad de su significación política– es el nervio motor de su existencia y el fin que da razón y sentido a su obra, correría el riesgo gravísimo de encerrarse en el solitario ejercicio del científico o el estudioso entre las paredes de sus bibliotecas o laboratorio, digno en la altura y la seriedad de su saber, pero desubicado en la realidad del mundo exterior y carente de rumbo para la tarea cotidiana.

Tiene hoy el Instituto por delante la misma obra que le encargó el fundador en 1904: es la enseñanza media, la formación de su profesorado, el servicio docente para un nivel esencial del sistema educativo argentino. Pero hay una diferencia: esa misma otra afronta ahora una complejidad mucho más honda y una dimensión cuantitativa extraordinaria.

Sepa el Instituto ser digno del nombre de González cumpliendo, en lo que resta del siglo, la tarea que el fundador entreveía cuando este apenas había nacido.

*La alusión a González como el "fundador" de la Universidad Nacional de La Plata ha pasado a ser tradicional por cuanto el autor de "Mis montañas" fue, como legislador, quien dio la batalla principal por su nacionalización en 1905; quien trazó su estructura académica, por entonces audaz y renovadora, y quien, fundamentalmente, ocupó luego por tres períodos consecutivos la presidencia de esa casa de estudios. Como Universidad provincial había sido fundada en 1885 por inspiración de Rafael Hernández, el hermano del autor de "Martín Fierro".


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Instituto de Investigaciones Educativas
Junio 1993
Buenos Aires, Argentina